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La centroizquierda paralizada

El triunfo de Piñera deja al oficialismo sin palabras, knock out. La derecha se apropia de sus promesas más valoradas y es mayoría contundente.

Por: Rocío Montes | Publicado: Viernes 22 de diciembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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Nadie de la centroizquierda –salvo Ricardo Lagos, que no está adentro, sino bastante lejos– ha realizado una interpretación de lo que ocurrió el domingo a la altura de la derrota. A falta de una explicación o diagnóstico o mea culpa, los adherentes del oficialismo intentan sin demasiadas luces esbozar alguna respuesta. Pero solos, como en medio del desierto, porque han sido abandonados a las interpretaciones libres por sus representantes. Cinco días luego del fracaso electoral de Alejandro Guillier –que no es tanto el fracaso del periodista como de la Nueva Mayoría o lo que queda de ella–, los principales líderes del sector parecen todavía paralizados. Todo indica que las figuras de los partidos, del Congreso y el gobierno no tenían entre sus posibilidades un resultado electoral que no fue a medias tintas y que, de alguna forma, representa un cambio de paradigma en la política chilena.

¿Alguien podrá seguir insistiendo en que Chile es sobre todo un país de izquierda y de centroizquierda cuando en el norte del país –históricamente de izquierda, con sus reivindicaciones, Santa María de Iquique 1907, Luis Emilio Recabarren–  Piñera haya ganado en Antofagasta con un 53,82%, en la misma circunscripción que representa el senador Alejandro Guillier? ¿Qué pasó en las últimas décadas en la región minera por excelencia que tiene un alto PIB per cápita y que ya no pertenece tanto a una clase obrera, sino que a grupos que –según el rector Carlos Peña– son producto de “la modernización capitalista” de los últimos 30 años? ¿Por qué la Concertación –primero- y la Nueva Mayoría –después– dejaron de interpretarlos?

El país se ha derechizado, pero no tanto porque haya dejado la izquierda y se haya vuelto de derecha. Los electores se han vuelto volátiles y cada vez menos se identifican con uno y otro sector en el sentido clásico –como bien lo explica Ernesto Ottone–, sino con el proyecto que mejor los interprete. Fue eso lo que logró el candidato opositor y Chile Vamos: cautivar a esa ciudadanía que la centroizquierda dejó de comprender, sin el pudor de apropiarse de algunas banderas que antes parecían pertenecer al progresismo. Porque si algo ocurrió en segunda vuelta –en esas cuatro semanas en que las lecturas acerca del país quedaron de cabeza–, fue que Piñera logró adueñarse con éxito y en plena regla de algunas de las fortalezas del oficialismo. Abrirse a asuntos como la gratuidad –como se demostró finalmente en las urnas– espantó el temor a las regresiones que estaban calando fuerte en un electorado que no quiere perder los beneficios conquistados en el actual gobierno.

Sin respuestas para el siglo XXI

Chile se ha derechizado, aunque la minoría de la derecha siempre estuvo en los márgenes. Un 44% en el plebiscito de 1988, luego de 17 años de Pinochet. Lagos versus Joaquín Lavín en 1999, con apenas 30.000 votos de diferencia.

 “Lo que ha hecho Piñera ha sido sumar las promesas tradicionales de la derecha –orden, eficiencia, crecimiento- con una sensibilidad hacia las promesas tradicionales de la izquierda –reformas, inclusión, participación- hasta el punto exacto en que estas últimas no desdibujen su identidad de origen”, escribió Ascanio Cavallo en el diario El País.

El expresidente Ricardo Lagos reflexionaba hace algunos días que existen algunos asuntos globales que podrían explicar en parte lo sucedido el domingo. La crisis de la democracia representativa y la relación entre gobernantes y gobernados, en primer término, y el fenómenos de la globalización y las diferencias entre unos y otros ciudadanos. En los países desarrollados los sectores medios sienten que están yéndose para abajo y en el mundo emergente observan que han hecho un gran esfuerzo, se han superado, pero que la sociedad no escucha sus nuevas demandas. 

En ese sentido –apuntaba Lagos–, ¿está leyendo bien la centroizquierda esas transformaciones profundas de la sociedad? ¿Qué buscan aquellas familias que en los 90 se beneficiaban de las viviendas sociales, pero que al cabo de algunas décadas las consideran insuficientes porque no tienen estacionamiento? ¿Pensaron las autoridades de la época que esas familias que salían de la pobreza tendrían uno o más vehículos casi 30 años más tarde? ¿Y ellos mismos, lo imaginaron?

La centroizquierda no termina de comprender estos cambios y son justamente estos grupos los que le habrían dado vuelta la espalda al sector: en las municipales 2016, en las parlamentarias recientes, en las presidenciales. Al oficialismo completo, incluido al gobierno. “Aprendimos en el siglo XX a responder las preguntas. Pero el problema es que en el siglo XXI nos cambiaron las preguntas y debemos encontrar las respuestas”, señalaba Lagos, dando cuenta de la perplejidad de la izquierda y la centroizquierda.

Pero en la derrota del domingo –porque costó varios días que algunos hablaran directamente de derrota– influyeron varios factores locales. Un gobierno que implementó de mala forma las reformas que la gente supuestamente quería. La falta de una coalición que pueda conducir y autogobernarse –algo que la Nueva Mayoría no logró–, junto con una derecha que Lagos califica como la más homogénea de la historia reciente de Chile. Para quien pudo ser la persona que mantuviera unida a la izquierda y al centro –quebrados en esta administración luego de 30 años–, los dirigentes de su sector no compartieron con él “el sentido de urgencia” ante la amenaza de una dispersión estratégica de las fuerzas progresistas.

Pero, ¿era necesaria esa urgencia de aglutinar hace un año y evitar la diáspora? A la luz de los resultados…

El PS desaparecido

La Nueva Mayoría -o lo que queda de ella- está en un problema. Sin respuestas a grandes preguntas y sin capacidad de reacción ante un golpe fuerte que terminó por quebrar su hegemonía. Lo del 2010-2014 no fue solo un paréntesis como se pensaba, sino apenas el preludio de un posible ciclo largo de gobiernos de derecha en Chile, donde la centroizquierda o la izquierda moderada –como quiera llamársele– está condenada a la revisión ideológica y a una renovación de liderazgos.

No ayudará en este proceso la falta de reconocimiento de un fracaso histórico en el pasado reciente. Luego de la primera vuelta presidencial de noviembre, el gobierno concluyó que la mayoría estaba a favor de los cambios, sumando al respaldo de Guillier lo de los otros cinco candidatos progresistas. Representó una inyección de ánimo para los adherentes del oficialismo que incluso alimentaron la esperanza de un triunfo estrecho, como indicaron las dos encuestas publicadas antes del período de silencio. Con los resultados del balotaje a la vista, nuevamente el Ejecutivo se apuró en interpretar los resultados como una derrota electoral –negar aquello hubiese sido exagerado–, pero sin reconocer una derrota política ni estratégica. Finalmente, Bachelet habría logrado correr el cerco de lo posible y pintar la cancha donde tendrá que jugar el partido el próximo presidente de distinto signo.

La mirada no es del todo incorrecta. Bachelet jugó un papel importante en la campaña de segunda vuelta y, aunque a última hora, intentó poner a disposición su capital político para arropar a Guillier. Quienes la acusaban de no haber hecho nada para trabajar por la sucesión debieron reconocer su esfuerzo y, pese a la derrota, en lo personal Bachelet probablemente terminará con un apoyo mayor al 40% actual y con un reconocimiento interno y externo fortalecido. Pero al margen de su propia figura –a veces los líderes se distancian del destino de sus coaliciones–, ¿se puede no hablar de una derrota? Lagos –nuevamente– fue el que llamó a no engañarse.

La Moneda –luego de Lagos– incorporó la palabra derrota en sus vocerías. Pero los principales dirigentes políticos del oficialismo seguían a fines de la semana laboral sin comparecer. Incluso en el Partido Socialista –los principales impulsores de la candidatura de Guillier y de la cadena de hechos que se produjo luego– se declaran intranquilos por la desaparición pública de la mesa en estos días posteriores a la elección.

Pero, ¿a qué se debe la parálisis, la mudez, la inmovilidad? ¿Simple falta de coraje político? ¿Comprensible estupefacción? La ciudadanía está a la espera de saberlo de sus propias bocas, en un momento en que la derecha y su Presidente electo comienzan a mostrar que –pese a la polarización de la campaña– Chile poco a poco vuelve a la moderación que al parecer anhelaba.

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