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La decisión del Frente Amplio y la largada de caballos en la izquierda

Más que la posición sobre Guillier, la nueva coalición en este proceso se juega su peso político ante el oficialismo.

Por: Rocío Montes | Publicado: Viernes 1 de diciembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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A diferencia de su resultado en la presidencial y en la parlamentaria del 19 de noviembre pasado, la definición-no definición del Frente Amplio respecto de la segunda vuelta no fue ninguna sorpresa, aunque representó una desilusión para quienes aspiraban dentro y fuera del bloque a que en este período comenzara la reconstrucción de una opción de izquierda progresista en Chile.

Como venían adelantando hace días algunos de los movimientos, partidos y líderes –incluso saltando sobre los acuerdos alcanzados en la todavía frágil institucionalidad de la coalición–, el bloque de Beatriz Sánchez redactó una declaración pública en la que no llamó explícitamente a votar por Alejandro Guillier y –aunque evitaron definirlo de esa forma–, dejó en libertad de acción a su 1,3 millón de adherentes de la presidencial.

Básicamente, los frenteamplistas reiteraron su independencia y autonomía de ambas coaliciones y señalaron que no son dueños de los votos de las personas, por lo que llamaron a reflexionar y expresarse en las urnas de acuerdo a las propias convicciones y análisis. “No da lo mismo quien gobierne. Sabemos que Sebastián Piñera es un retroceso”, agregaron en su definición más profunda.

Adicionalmente, demandaron que la Nueva Mayoría avance en asuntos sustantivos para su coalición, como el fin de las AFP y la Asamblea Constituyente. Calificaron a la centroizquierda y a su candidato de “ambiguo”.

Eligieron el camino intermedio –quizás el de las medias tintas, según los críticos–, y triunfó la opción de quienes apuestan por la táctica y privilegian sobre todo el presente y futuro del propio Frente Amplio.

Una decisión sin mayores definiciones –paradójico–, pero que les permite salir jugando en el inédito espacio político que se les ha abierto desde el 19 en la noche.

Estaba bastante claro hasta ayer que no podían repetir el error de Marco Enríquez-Ominami en la segunda vuelta de 2010, que a

destiempo y con desgano llamó a sus adherentes a apoyar a Eduardo Frei Ruiz-Tagle, “el candidato del 30%”.

Lo de MEO fue una equivocación estratégica y política que explica, en parte, su descenso electoral y que hasta ahora nunca haya llegado su hora. El Frente Amplio no podía darse ese gusto, el de propinar un portazo a Guillier.

Para algunos, sin embargo, lo que declaró ayer la coalición de Beatriz Sánchez estuvo bastante cerca de lo que hizo el líder del PRO hace ocho años: en su texto oficial, ni siquiera nombraron a la carta oficialista.

Aquella opción conllevaba un riesgo central: de ganar Sebastián Piñera y, como le sucedió a Enríquez, el Frente Amplio se exponía a cargar con un tiempo largo con la incómoda mochila de haber contribuido al triunfo de la derecha. No es evidente aún si la nueva coalición chilena pueda zafarse de ese bulto.

Pero la otra alternativa –la de llamar explícitamente a apoyar a Guillier el 17 de diciembre– tampoco era negocio para los frenteamplistas y eso se sabía hace mucho. Aunque el candidato del oficialismo gane o pierda en segunda vuelta, estarán desde el 11 de marzo próximo en la oposición, porque la verdad inconfesable en público es que lo que busca el Frente Amplio es terminar con la Nueva Mayoría que se conoce hasta ahora.

Aunque alguna fracción de partidos como Revolución Democrática tiene mayor cercanía biográfica y política con la centroizquierda –Miguel Crispi o Javiera Parada, por ejemplo–, predomina una profunda diferencia con el oficialismo en asuntos relevantes como la concepción del Estado y de los derechos sociales.

Se tiene una lectura crítica no solo de la Concertación sino, incluso, del actual gobierno transformador de Michelle Bachelet, al que definen como neoliberal. Consideran que esta administración se intentó apoderar de los discursos de la calle y los instrumentalizaron y torcieron para llevar adelante reformas desaliñadas.

En ese sentido, ¿por qué con Guillier podría haber cambiado la posición que tuvieron en este gobierno, donde la mayoría fue oposición una buena parte del tiempo? ¿Cuál hubiese sido la ganancia, sobre todo considerando que sería una segunda vuelta estrecha y voto a voto donde Guillier incluso podría ser derrotado? ¿Qué avances sustantivos para el Frente Amplio ha dado a cambio el candidato y el oficialismo en estas dos semanas? ¿Cuál es el beneficio de ceder y reconstruir una izquierda con partidos y dirigentes a los que una buena parte del Frente Amplio rechaza?

Lo que se comenzó a jugar en estos días no es tanto el apoyo puntual a Guillier como la primera jugada de un partido largo donde el Frente Amplio intenta mostrar su fuerza ante la Nueva Mayoría o lo que queda de ella. La largada de caballos en la izquierda. Lo que resulte en esta etapa –de los canales abiertos, del espacio conquistado, de los personajes que queden parados, de la fuerza de unos y otros– definirá posiblemente el escenario del sector en el próximo periodo 2018-2022 y de lo que viene.

El desafío de la convivencia interna

Hubo tensión en el proceso interno de definiciones. El Frente Amplio es apenas un acuerdo electoral que tiene pendiente madurar un proyecto político común. Rompe con los esquemas tradicionales de izquierda y derecha porque, de alguna forma, adentro tiene fuerzas que difícilmente podrían hallarse a la izquierda del Partido Comunista, por ejemplo, como el Partido Liberal. Toman decisiones de formas no tradicionales –el llamado “consultismo” que algunos dentro del Frente Amplio practican frecuentemente– y a veces las resoluciones saben a poco y nada, son confusas. Como la conocida este jueves respecto a Guillier y la segunda vuelta.

Con 14 movimientos y partidos y 21 parlamentarios distintos, es un desafío tremendo la convivencia interna. No solo ahora sino, sobre todo, en los cuatro años que vienen en el Congreso. Dentro del Frente Amplio le tienen respeto al periodo que se abre porque, justamente, es el inicio de un camino largo donde se corre el riesgo de la autodestrucción.

El enfrentamiento vía Twitter de este jueves del diputado Gabriel Boric y la diputada electa Pamela Jiles es apenas una muestra de lo que podría ocurrir en el futuro inmediato al interior de una coalición demasiado nueva, que –con relativa sorpresa– de un momento a otro se vio con un 20% de apoyo a su candidata presidencial y con 20 diputados y un senador electo.

El Frente Amplio es una guagua de apenas 10 meses de vida con mucho poder repentino. Públicamente, a sus dirigentes se les ve empoderado, pero, finalmente, lo que se advierte puertas adentro es cierto grado de vértigo. La decisión-no decisión con respecto a Guillier tiene relación, justamente, con el diagnóstico de hallarse en un momento crucial y tener miedo a dar un paso hacia cualquier dirección que los obligue a hacer política. Mejor quedarse inmóvil aunque de eso, precisamente, no se trata la política.

Hubo muchas fuerzas en pugna. Dentro del Frente Amplio hay de todo un poco. Los que buscaban que se produjera esa conversación que, finalmente, llevara a la reconstrucción de una nueva izquierda chilena. Los que, con una mirada táctica, piensan en el futuro del bloque y en sus respectivas carreras políticas (dentro de la coalición se advierte el peligro de una “jauría” de carreras individuales). Pero también cohabitan los que no tienen ningún interés en los acuerdos entre las izquierdas, que Ernesto Águila llama “la emergente” y “la histórica”. El Partido Humanista apurándose a decretar la libertad de acción para sus adherentes es una muestra de este último grupo.

Los números indican que la votación de Sánchez en la presidencial supera al respaldo del Frente Amplio en la parlamentaria. La votación, ciertamente, no les pertenecía del todo. Es demasiado prematuro predecir si en el futuro inmediato o lejano pagarán un costo electoral por esta indefinición hacia Guillier. Pero –realistamente–, ¿era factible que asumieran otro camino? Con esta salida podrán argumentar que una derrota de la centroizquierda no es su culpa. De ganar, quedan libres para ser oposición, porque nunca llamaron a respaldarlo.

Piñera parece no haberse recuperado todavía del 36,64% en primera vuelta. Le ha costado levantar la cabeza y dejar de cometer errores, como comparar a Guillier con el venezolano Nicolás Maduro. En los próximos días se deberá observar si el senador por Antofagasta reciente el golpe de este Frente Amplio que –en una no decisión– deja bastante claro que el oficialismo –La Moneda y lo que queda de Nueva Mayoría– no puede considerarlos demasiado cerca ni demasiado amigos.

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