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La desigualdad es una amenaza para nuestras democracias

Después de la Segunda Guerra Mundial, las participaciones del 1% más rico eran relativamente bajas, al menos según los estándares previos a la guerra, en todo el Occidente. Pero, desde entonces, estas participaciones han aumentado en los países anglosajones.

Por: Martin Wolf | Publicado: Miércoles 20 de diciembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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Entre 1980 y 2016 el 1% más rico capturó un 28% del aumento agregado de los ingresos reales en Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental, mientras que el 50% de menores ingresos capturaron sólo un 9% de esta cifra. Pero estos agregados ocultan grandes diferencias: en Europa Occidental, el 1% más rico capturó “sólo” tanto como el 51% de menores ingresos. En América del Norte, sin embargo, el 1% más rico recaudó lo mismo que el 88% de menores ingresos. Estos hechos extraordinarios comprueban que el crecimiento agregado por sí mismo nos dice muy poco –en realidad, en el caso de EEUU, prácticamente nada- sobre la escala de las mejoras en el bienestar económico de la población como un todo.

Estos datos sorprendentes llegan del recientemente publicado “Reporte de la Desigualdad Global 2018” del Laboratorio de la Desigualdad Global. El panorama más amplio es uno de convergencia entre los países y de divergencia dentro de ellos. Pero lo último no ha pasado al mismo nivel en todas partes. Entonces, “desde 1980, la desigualdad de ingresos ha aumentado rápidamente en América del Norte y Asia, creció moderadamente en Europa, y se estabilizó en un nivel extremadamente alto en el Medio Oriente, África Subsahariana y Brasil”.

El reporte muestra también que, después de la Segunda Guerra Mundial, las participaciones del 1% más rico eran relativamente bajas, al menos según los estándares previos a la guerra, en todo el Occidente. Pero, desde entonces, estas participaciones han aumentado en los países anglosajones, especialmente en EEUU, pero poco en Francia, Alemania o Italia.

Walter Scheidel, historiador del mundo antiguo y autor de “El Gran Nivelador”, diría que la creciente desigualdad es justo lo que uno debería esperar. En este notable estudio, él argumenta que después de que se inventó la agricultura (y el estado agrario), las élites fueron tremendamente exitosas en extraer todo el superávit que creó la economía.

El límite a la depredación se estableció por la necesidad de dejar sobrevivir a los productores. Notablemente, muchas sociedades agrarias desesperadamente pobres se acercaron a este límite, entre ellos los imperios romano y bizantino. En tiempos de paz y tranquilidad, argumenta Scheidel, los poderosos intereses manipularon la sociedad para aumentar su porción de la torta (y la de sus descendientes). El poder crea riqueza y la riqueza crea poder. ¿Puede algo detener este proceso? Sí, argumenta el libro: los cuatro jinetes de la catástrofe: la guerra, la revolución, la peste y la hambruna.

Algunos discutirán que el pasado no era tan sombrío como sugiere el libro. Cuando los Estados se dependían de la movilización militar, por ejemplo, debían tomar en cuenta en parte la prosperidad de su población. Pero, en resumen, la desigualdad en las sociedades pre modernas era a menudo impactante.

¿Qué tiene que ver eso con las sociedades post industriales mucho más ricas de hoy? Más, al parecer, de lo que nos puede gustar. Nuevamente, en el siglo XX, las revoluciones (en la Unión Soviética y China, por ejemplo) y las dos guerras mundiales redujeron la desigualdad dramáticamente. Pero, cuando los regímenes revolucionarios se moderaron (o colapsaron), o las exigencias de la guerra se desvanecieron de la memoria, se produjeron procesos bastante similares a los de los antiguos estados agrarios. Surgieron nuevas élites enormemente ricas, ganaron poder político, y de nuevo lo usaron para sus propios fines. Los que dudan esto tienen que mirar de cerca la política y la economía de la propuesta tributaria que fue discutida en el Congreso de EEUU.

La implicancia de este paralelo sería que –excepto en caso de algún efecto catastrófico- estamos ahora de vuelta en el camino hacia una desigualdad siempre creciente. Una guerra global termonuclear igualaría las cosas. Pero la catástrofe no es una política.

Razones optimistas

Sin embargo, tenemos tres razones atractivas para ser relativamente optimistas. La primera es que nuestras sociedades son mucho menos desiguales de lo que pudieron ser: nuestros pobres son relativamente pobres, pero no en los márgenes de la subsistencia. La segunda es que no todos los países de altos ingresos comparten la misma tendencia hacia una alta y creciente desigualdad. La última es que los Estados ahora poseen una variedad de instrumentos de política con los cuales mejorar la desigualdad de ingresos y riqueza, si quisieran hacerlo.

Una comparación entre la distribución de ingresos disponibles y de mercado en países de altos ingresos significativos (Canadá, Francia, Alemania, Italia, España, el Reino Unido y EEUU) demuestra bien el último punto. En todos estos casos, los impuestos y el gasto público reducen sustancialmente la desigualdad. Pero la forma en que lo hacen varía significativamente, desde EEUU, el menos activo, a Alemania, la más activa.

La gran pregunta, sin embargo, es si las presiones para la desigualdad seguirán creciendo y si la voluntad de contrarrestarlas en general disminuirá. Sobre lo primero, es bastante difícil ser optimista. Es muy poco probable que el valor de mercado del trabajo de las personas relativamente no calificadas en los países de altos ingresos aumente. Sobre lo último, uno puede argumentar, de forma optimista, el deseo de disfrutar de algún grado de armonía social y de la abundancia material de las economías modernas como razones para creer que los ricos podrían estar preparados para compartir su abundancia.

Sin embargo, a medida que la movilización militar desde principios hasta mediados del siglo XX y las ideologías igualitarias que acompañaron a la industrialización y la guerra se desvanecen y el individualismo se fortalece, las élites podrían volverse más decididos a tomar todo lo que puedan para ellos mismos.

Si eso pasa, eso sería un mal presagio, no sólo para la paz social, sino que incluso para la sobrevivencia de las democracias estables de sufragio universal que surgieron en los países de altos ingresos en los siglos XIX y XX. Un desarrollo posible es un especie de “populismo plutocrático” que se ha vuelto una característica clave del EEUU contemporáneo; el país que aseguró, debemos recordar, la sobrevivencia de la democracia liberal durante la crisis del siglo pasado. El futuro puede consistir entonces de una plutocracia estable, que logre mantener a la masa de gente dividida y dócil. La alternativa puede ser el surgimiento de un dictador, que llegue al poder por una oposición falsa a justamente esas élites.

Scheidel sugiere que la desigualdad seguramente aumentará. Debemos demostrarle que está equivocado. Si no lo logramos, la creciente desigualdad podría también matar a la democracia, al final.

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