La Virgen del “sí”

El sí de María en la Anunciación y el del Calvario no están separados el uno del otro. Están unidos por el sí continuo de una vida ofrecida a Dios en la fidelidad a la voluntad de Dios y a la de su Hijo.

Por: | Publicado: Viernes 9 de noviembre de 2012 a las 05:00 hrs.
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por P. Florián Rodero, L.C.




La nueva historia de la humanidad inició su camino hacia la luz inextinguible de la esperanza gozosa con dos síes íntegros, definitivos, fieles; el sí de Cristo y el de su madre, María. El primero, cimiento y sostén del segundo, fue el de Cristo: “He aquí -¡Oh Dios!- que vengo a hacer tu voluntad” (Hb 10, 9); el segundo hizo posible la realización del primero; “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). La encarnación de Cristo estuvo misteriosamente “condicionada” por el sí de su madre. Esta consideración pondera y engrandece la dimensión del sí transcendental de María.

El sí de María en el inesperado anuncio del ángel fue sencillo, natural; casi podríamos decir, infantil, como habían sido sus síes de niña obediente a los mandatos y encargos de sus padres, que vivían una vida social y religiosa llana y modesta. Por ello, la propuesta del ángel desconcertó momentáneamente a la recatada doncella de Nazaret. Sin embargo, María intuyó que las palabras del ángel encerraban un misterioso ofrecimiento, detrás del cual se encontraba la voluntad del Señor. Era una propuesta en sí misma enredosa delicada, incomprensible. Ante el Señor había prometido y decidido ser virgen: “no conozco varón”, y ahora las palabras del ángel le proponían la maternidad.

La joven virgen desconocía todas las implicaciones de su sí y con todo fue un sí sin condiciones, aunque su vida se estaba transformando en una aventura imprevista y sorprendente; un sí sin titubeos ante los misterios que se esconderían en los pliegues de su vida; un sí total que no conservaba cotos reservados. Fue un sí libre, definitivo y confiado. Dijo Pío XII que la verdadera libertad nace de María, que fue la más libre de todos, porque fue la más santa (Carta Ab octaviensi archidiócesis, 25 de marzo de 1947). Ese sí se iría clavando en su corazón hasta desgarrárselo totalmente en el Calvario. Su primer sí fue humilde recogido, un poco temeroso y turbado; el último fue un sí de dolor, de sangre, maduro, como el de su hijo Jesús: “No he puesto resistencia ni me he echado atrás” (Is 50, 5)
El sí de María en la Anunciación y el del Calvario no están separados el uno del otro. Están unidos por el sí continuo de una vida ofrecida a Dios en la fidelidad a la voluntad de Dios y a la de su Hijo.

La espada de dolor anunciada por el anciano Simeón acompañó a María toda la vida. La dulce María afrontó dificultades, superó obstáculos, resistió adversidades y perseveró hasta el fin. Fue un sí sin intervalos, sin huecos, sin pausas.

El Marialis áureo, un libro mariano del siglo XIII, comentando la palabra esclava, dice: “María quería siempre lo que Dios quería. Cuando Dios quiso que hiciese el voto de virginidad, inmediatamente asintió; cuando quiso (Dios) que aceptase el matrimonio, inmediatamente consistió; cuando quiso que concibiese al Hijo de Dios, inmediatamente lo deseó; cuando quiso que su hijo se dirigiese a Egipto, allí se fue rápidamente… Esto es lo que significa que sus ojos estaban fijos en las manos de Dios”.

Fue un sí que no se dobló ni siquiera ante el fracaso público de su Hijo. Filarate, un patriarca de Moscú del siglo XIX, resume así la ofrenda total de su vida a Dios y a su hijo: “María entregó a Dios toda su voluntad, todos sus pensamientos, la totalidad de su ser, de todas sus facultades, de todas sus acciones, de todas sus esperanzas y de todas sus aspiraciones” (Homilías). La vida de María es un continuo sí; es el sí de la primera discípula de Cristo, y de todo seguidor de Cristo que ha escuchado la llamada de caminar en pos de él; y esa llamada exige el permanecer en el estado en el cual la persona escogida ha sido llamada (cf. 1 Co 7, 20).

Comenta al respecto Casiano: “Muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera. Cualquiera que sea la vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella”. (Colaciones, 14). María meditaría en su corazón la invitación que su Hijo hizo a sus discípulos: “Nadie que, después de haber puesto la mano sobre el arado, mire atrás es apto para el reino de Dios” (Lc 9,62).

Para una sociedad que tiene miedo a las opciones fundamentales y definitivas, para una sociedad que escabulle los compromisos serios e inalterables, para una sociedad que tiembla y se asusta cuando tiene que hacer propósitos firmes, estables y permanentes, María es un ejemplo luminoso; para una sociedad donde la fidelidad es una flor exótica y en donde las riendas de nuestra vida están manejadas por las modas, los intereses inmediatos, los influjos de los escaparates; para una sociedad que es alérgica a las decisiones duraderas; para una sociedad donde escasean los hombres leales a la palabra dada; para una sociedad configurada de esta manera y ante una cultura que vive del “todo depende de”, María, la virgen del sí, se nos presenta no sólo como un ideal claro, sino también como un ejemplo elevado, pero igualmente imitable.

A la luz de este ejemplo de María, es bueno recordar las palabras de Cristo: “Que vuestro modo de hablar sea sí, sí, no, no” (cf. Mt 5, 37). Este criterio de comportamiento y a la vez precepto moral es un llamamiento severo y claro antes los vaivenes con los que afrontamos nuestro compromiso cristiano. Santiago recuerda a la primera comunidad cristiana esta enseñanza de Cristo (cf. St 5, 12)
En definitiva, la Virgen María no hizo sino lo que san Pablo nos recuerda de Jesús: en él solamente hubo un sí (cf. 2 Co 1, 19).

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