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Caminando hacia la desafección y la desconfianza

No hay muchas voces que desestimen que la institucionalidad política de Chile -al igual que en el mundo- vive una crisis, que si bien habría dado señales hace años, se profundizó con los casos de corrupción.

Por: Ángela Chávez | Publicado: Martes 6 de diciembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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La preocupación, vestida casi de temor, que se instaló en la clase política en la antesala de las elecciones municipales del 23 de octubre por lo que se esperaba fuera una baja participación ciudadana, terminó siendo una profecía autocumplida. De los 14.121.316 chilenos habilitados para sufragar, apenas llegaron 4.926.189 electores, arrojando una inquietante abstención del 65%.

Una baja concurrencia que a juicio de analistas y expertos es la expresión del desencanto y descontento ciudadano con la política, pero también con todo lo vinculado a la llamada clase dirigente. Un fenómeno que si bien podría explicarse por la pérdida de conexión entre las autoridades y sus electores, se agravó tras los escándalos de corrupción que comenzaron a destaparse a fines de 2014.

Las acusaciones de financiamiento irregular, tráfico de influencias, cohecho y malversación de fondos públicos, formalizadas en los llamados casos Penta, Soquimich y Caval, y que involucraron incluso a la familia presidencial, se asoman como un antecedente de peso que agudizaría la desafección que se venía registrando desde hace varios años entre los chilenos y sus dirigentes políticos. Confirman además la sensación de una crisis inédita en la escena política local, para la cual pareciera haber algunas respuestas (y escasos liderazgos que las puedan encarnar).

"La brecha entre la clase política y los ciudadanos se produjo antes de los escándalos", asegura el director de la Escuela de Ciencia Política de la UDP, Claudio Fuentes, apuntando al hecho de que los partidos desdibujaron su rol de organización convocante de ideas para derivar en maquinarias electorales y de selección de personal. "Los partidos se encapsularon. Predominó una lógica de vinculación con la ciudadanía desde el aparato estatal de corte clientelar, esporádica y sin producir lazos relevantes. Los partidos se transformaron en máquinas de poder dominadas por 'lotes'".

Entonces el 65% de abstención no serían sólo ciudadanos molestos o rabiosos, sino que "un arcoíris de segmentos y una combinación de factores", dice Fuentes, precisando que en ese universo de chilenos que no concurrieron a las urnas encontramos una porción que está despolitizada, simplemente no le interesa la política y que no se registró para votar desde el retorno a la democracia (1989). Otro segmento es el desencantado con la oferta política existente. No le interesa porque no existen alternativas que le llamen la atención. Otro es el de los que no votan, es el desesperanzado, quienes consideran que da lo mismo votar o no votar porque las cosas seguirán igual. Finalmente, otros son los ciudadanos críticos que tienen interés en la política pero que prefieren manifestarse en conductos extra institucionales.

La coordinadora del Programa de Gobernabilidad del PNUD, Marcela Ríos, comenta que desde fines de los 90 se viene dando una tendencia a la baja en el número de personas que participan en elecciones en el país, cifra que además se habría sincerado con la entrada en vigencia del voto voluntario en 2012.

De ahí que coincide en que la corrupción no es la causa que explicaría la desafección, pero - advierte - "instala fuertemente la sensación de que las élites, los partidos, ya no me representan, son todos corruptos, y le dan al ciudadano una justificación para su desconfianza y malestar".

Los datos muestran también cómo desde el retorno a la democracia se ha presenciado una caída de la identificación de los ciudadanos con los partidos políticos - 80% según la CEP de septiembre de 1990 y 17% en agosto de 2016 -, testimoniando que las luces de alerta de la desafección y desencanto para con la institucionalidad política se venían encendiendo hace años. Entidades como el Congreso también presentan un declive en sus niveles de aprobación ciudadana.

Pero la caída de la confianza no sólo afecta a entidades ligadas a lo político. Empresas, medios de comunicación e iglesias -como nunca antes- han registrado una espiral de baja aprobación y valoración ciudadana. Es una percepción a la que por cierto han contribuido los bullados casos de colusión de las farmacias, pollos y el papel tissue, así como las denuncias de abuso contra menores en que se han visto involucrados representantes del mundo eclesiástico.

Así, mientras "el descontento de la ciudadanía con el funcionamiento del sistema político y sus instituciones ha sido paulatino más que repentino", dicen en el PNUD, es "la creciente percepción de corrupción la que tiene importantes implicancias para la confianza en las instituciones y la valoración de la democracia", sentencian Isabel Aninat y Ricardo González en la edición online N° 440 de Puntos de Referencia, del Centro de Estudios Públicos.

Crisis de autoridad

En un cuadro en que la valoración de las instituciones político-económicas, entre otras, va a la baja, con un aumento de la sensación de malestar, cabe preguntarse qué está pasando y cómo se enfrenta un panorama de desafección con una sociedad cada vez más informada, empoderada y aparentemente dispuesta a expresar su desconfianza, aunque más bien de manera extra institucional, hacia quienes ejercen el poder.

"El descontento está cruzado por diversos factores, que operan en distintos niveles. Experimentamos un progresivo malestar con nuestras principales instituciones y dirigentes políticos, cuya credibilidad está por el suelo, y eso inevitablemente repercute en los humores ciudadanos, pues aunque a ratos nuestros hombres públicos parecieran olvidarlo, desde muy antiguo se reconoce que pocos problemas de la vida común son tan relevantes como la legitimación del poder", sostiene el subdirector del IES, Claudio Alvarado.

Una legitimidad aparentemente cuestionada, que no implicaría una crisis institucional pero sí "de representación", afirma Fuentes (UDP), enfatizando que "las instituciones no son percibidas por las grandes mayorías como reflejo de sus intereses".

Los partidos, como instituciones de representación, por ejemplo "no reflejan las estructuras sociales incluyendo jóvenes, mujeres, indígenas, territorios, etc. Esta brecha material y perceptual genera un distanciamiento social (ellos vs nosotros), y a la vez provoca crisis en la medida en que los ciudadanos no ven que tales instituciones puedan lograr resolver los problemas sociales".

Esa suerte de agotamiento que muestran las instituciones políticas, que redunda en la desafección y desconfianza con la élite o el también llamado establishment, Fuentes la complementa con el hecho de que "ni los empresarios, ni las iglesias, ni los medios de comunicación han ayudado a resolver esta crisis de representación. Los empresarios han fomentado malas prácticas e ilegalidades en su vínculo con la política, las iglesias han estado ausentes y los medios de comunicación tampoco han contribuido a generar culturas democráticas. El espacio de lo 'público' es visto negativamente".

El doctor en Sociología y director de la cátedra de Globalización y Democracia de la UDP, Ernesto Ottone, contextualiza con el hecho de que "no hay ninguna sociedad donde la representatividad sea hoy más popular que ayer. El desprestigio del Parlamento se ve en países con regímenes parlamentarios como presidencialistas", por lo que el fenómeno chileno no sería un caso aislado, sino que influencia de las tendencias globales.

Es el mundo – dice Ottone - el que "atraviesa una fase triste, un momento de tránsito de la sociedad industrial a la sociedad de la globalización. Hay un cambio geopolítico muy grande de la forma de funcionar de las instituciones. Hemos pasado de la democracia a la doxocracia, en que las instituciones se han debilitado y tiende a fortalecerse la opinión pública directa a través de un conjunto de mecanismos tecnológicos que permiten la relación inmediata con la gente en un espacio y tiempos acotados".

Pero lejos de ser una cosa extraordinaria, porque permite avances en el desarrollo y ciudadanos más informados, las redes sociales "son también una especie de alcantarillado. La opinión que se da no refleja una reflexión, sino que un estado de ánimo y muchas veces un insulto", acusa el sociólogo.

De este fenómeno no ha quedado exento el mundo de la política, porque ahora de manera más inmediata se puede transferir gran cantidad de información y opinión, pero con poca reflexión, entonces – dice Ottone - "tenemos una frivolización, una banalización de la sociedad. Lo que importa es la frase corta, asesina, el periodismo se vuelve excitado en una u otra dirección, apuesta a las emociones y la política también".

De nuevo, si a este cuadro se suma la sensación de abuso a propósito de los casos de corrupción, es de esperar que se revele una ciudadanía disconforme, que ya no se contenta con los avances experimentados y liderados por buena parte de esa élite que ahora parece estar sentada en el banquillo de los acusados, y tampoco parece ofrecer un repertorio de cambios para hacer frente a lo que genera ese malestar.

Así, el descontento está ligado a "un problema de conducción de la elite", agrega el director ejecutivo del Instituto Libertad, Aldo Cassinelli, para quien la política más que farandulizarse fue eliminando los acuerdos como herramientas para alcanzar objetivos a largo plazo.

"Las instituciones nunca se adaptan al ritmo de los cambios, pero tampoco los líderes del último tiempo que estarían más preocupados por la próxima elección", agrega el cientista político a cargo del centro de pensamiento ligado a RN.

Cassinelli enfatiza que estamos ante una clase política a la que aún le cuesta buscar el acomodo respecto de cuáles son las instituciones que le permiten canalizar las demandas de la población para dar respuesta a una sociedad distinta.

En un tono similar, Alvarado (IES) agrega que "el Chile de los 90 se caracterizó por una serie de consensos en materia política, social y económica, que para bien o para mal, han dejado de hacer sentido en el país en que vivimos hoy". Todo a pesar de los cambios introducidos a propósito de los casos de corrupción para separar la política de los negocios, que llegaron cuando la crisis ya estaba desatada.

La experta del PNUD agrega que "las reglas del juego que fueron diseñadas durante el período militar han contribuido al deterioro de la relación entre partidos y sociedad, y por supuesto a distanciar a la gente". Si hasta hace menos de un año que los partidos se regulaban con una ley que fue diseñada en los años 80 y donde se los concebía "como entidades de derecho privado, limitados a actuar en tiempo de elecciones y ojala que no se metieran en nada más. O sea, no sólo no había financiamiento público, tampoco estaban las facultades para hacer formación ciudadana, de liderazgos y otras funciones", propias de una institución entendida como uno de los soportes de la democracia.

"Como sociedad no le pusimos inversión o dedicación para tratar de generar condiciones más favorables para promover la participación, más bien tendimos a desincentivarla", acusa Ríos, quien por lo demás advierte en la fisonomía de nuestra élite otra dimensión del descontento.

"Tenemos una élite muy pequeña, cerrada, endogámica –a lo que ayuda el centralismo chileno- que no sólo se concentra en una sola ciudad, sino que en tres o cuatro barrios, en cinco colegios y en dos universidades. Es una élite muy concentrada, que ha tendido a tomar decisiones económicas, políticas con mucho poder y muy alejada del resto de la sociedad", lo que también "ha ido generando molestia".

Desafío mundial

La mayoría de los expertos sitúa la primera manifestación pública del desencanto en las masivas movilizaciones estudiantiles registradas en 2011. Escolares, universitarios, padres y apoderados marcharon por las principales ciudades del país reclamando contra el sistema de financiamiento y el nivel de endeudamiento en que estaban quedando cientos de potenciales profesionales, cuando muchos ni siquiera completaban sus estudios.

Una demanda, se admite, que se habría convertido en el altoparlante de una sociedad crítica de las políticas impulsadas por las cúpulas responsables de administrar el poder y a la que le sucedieron nuevas y variadas movilizaciones - No a Hidroaysén, No+Afp, #Niuna Menos -, que también se repiten en otras partes del mundo.

Así el caso chileno tendría un origen en el movimiento de "Los indignados" de España, de mayo de 2011 e incluso un poco antes y más allá de la frontera europea, apareciendo en el registro la "Primavera Árabe" de inicios de ese año, donde inéditas y multitudinarias manifestaciones populares desencadenaron la caída de las dictaduras de Ben Ali, en Túnez, y Hosni Mubarak, en Egipto.

Mientras las manifestaciones en el mundo árabe exigían mayor democracia y derechos sociales, los miles de ciudadanos españoles que se instalaron en las plazas del país expresaban su rechazo a las medidas implementadas por el gobierno tras la debacle financiera de 2008, marcadas por un fuerte recorte de los programas sociales y ayuda a las mismas instituciones sindicadas como las causantes de la crisis.
Ottone recuerda que el exceso de desregulación del capitalismo llevó a la crisis de fines de la década pasada y de la que al parecer "los países desarrollados no se han recuperado".

Es así como el fenómeno del desencanto parece más bien estar en expansión, por lo que se ha impuesto como un desafío a los liderazgos que, paradójicamente, intenta dar certezas y respuestas pero con la misma receta de antaño.

Explorando una salida

Aunque algunas voces admiten, con algo de pudor, que el malestar y descontento no habrían tocado fondo, hay quienes aventuran que una solución - de tantas - podría ser "que las instituciones políticas adecuen sus prácticas y las normas que rigen su actuar", dice Claudio Fuentes, quien no obstante también cree que "hay generaciones perdidas que no se socializaron políticamente y que no lo harán en el futuro, a menos que se presente un hito relevante".

Aninat y González, junto con sostener que Chile no enfrentaría una crisis, sugieren que frente a la desconfianza, "los desafíos institucionales pasan por abordar el tema de la corrupción y mejorar la calidad de los servicios que el Estado presta a los ciudadanos, con el objeto de mejorar el desempeño de las mismas".
Voces más jóvenes como la del subdiretor de Ciudadano Inteligente -organización social que busca reducir, vía plataformas digitales, la asimetría entre el ciudadano y la política-, Rodrigo Echecopar, proponen explorar la forma en que se ejerce el poder y en que participa la gente, destacando que iniciativas como los referéndum pueden ayudar.

En contraste, el experimentado Ottone pone una voz de alerta advirtiendo que en el caso chileno, dado que ya no contamos con algunos plus como el llamado "bono demográfico" ni el súper ciclo del cobre, las cosas serán algo difíciles. Porque ofertas para salir del complejo momento que atravesamos pueden haber tantas como quienes apuestan a dirigir los destinos del país y donde no nos libraríamos de los llamados populismos, pero con una escasa mirada estratégica respecto del futuro que se nos presenta.

"La única forma que tenemos - para enfrentar el desafío de una sociedad que además envejece - es aumentar la calidad de la producción, lo que significa una mayor productividad, conocimiento, eficiencia, mejor uso de las tecnologías, etc., es contando con una mirada estratégica donde el acento no sólo esté puesto en los derechos sino que también en los deberes", sentencia el doctor en Sociología de la UDP.

Todo, además, a la espera de que se consoliden los cambios introducidos a partir de las propuestas de la comisión que lideró el economista Eduardo Engel y que apuntan a introducir mayores niveles de transparencia y a sacar al poder del dinero del devenir de la política. Así como el acomodo que producirá en 2017 en el cuadro político la primera elección parlamentaria -desde el retorno a la democracia- sin el sistema binominal y eventualmente la elección popular de los futuros intendentes.

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