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El nuevo viejo populismo

Por: Sebastián Edwards, Profesor de economía de la UCLA | Publicado: Miércoles 2 de enero de 2019 a las 04:00 hrs.
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urante la mayor parte de un siglo, el populismo fue ampliamente considerado como un fenómeno típicamente latinoamericano, una plaga política recurrente en países como Argentina, Ecuador y Venezuela. En los últimos años, en cambio, el populismo se ha vuelto global, trastocando la política de países tan diversos como Hungría, Italia, las Filipinas y Estados Unidos. Jair Bolsonaro, el presidente electo de Brasil, es el último ejemplo de una tendencia mayor.

Los políticos populistas ganan terreno cuando los trabajadores y los ciudadanos de clase media se sienten agraviados por las elites de sus países. En su desdicha, los votantes se inclinan por personalidades fuertes y carismáticas cuya retórica muchas veces se centra en las causas y las consecuencias de la desigualdad.

Una vez en el poder, los gobiernos populistas tienden a implementar políticas destinadas a redistribuir el ingreso. Por lo general, esto conlleva déficits fiscales y una expansión monetaria insostenibles. Las políticas populistas –que también incluyen proteccionismo, regulación discriminatoria y controles de capital- violan la mayoría de los principios medulares de la economía tradicional.

Venezuela ofrece un ejemplo de manual de cómo puede prender el populismo. El episodio inicial que dio impulso al movimiento populista del país ocurrió casi diez años antes de que Hugo Chávez llegara al poder. El 27 de febrero de 1989 estallaron disturbios en la capital, Caracas, luego de un anuncio de que las tarifas del transporte público aumentarían el 30%. Para restablecer el orden, el gobierno se vio obligado a convocar al ejército. Después de cinco días de violencia, habían sido asesinadas más de 300 personas.

Este episodio sentó las bases para el golpe fallido de Chávez en febrero de 1992. Durante los dos años que pasó en prisión, Chávez se preparó para postularse a la presidencia y, cuando fue liberado, visitó ciudad tras ciudad para presentar su programa populista. La economía estaba en problemas y los pobres lo adoraban. En la elección presidencial de diciembre de 1998, ganó de manera arrasadora.

Crisis similares y profundamente arraigadas están detrás del surgimiento del populismo de derecha de hoy. En Brasil, Bolsonaro le debe su repentina popularidad a una crisis económica y social que se ha venido gestando durante casi una década, produciendo un alto desempleo y un recorte de los salarios a nivel general. Al mismo tiempo, el país ha estado inmerso en escándalos de corrupción masivos y sucesivos que resultaron en el encarcelamiento del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, y en el juicio político y destitución de su sucesora, Dilma Rousseff.

De la misma manera, la crisis financiera de 2008 preparó el terreno para que el populismo surgiera en los países desarrollados. Los ciudadanos comunes aborrecían los rescates bancarios y las crisis de inmigración en Europa y otras partes echaron combustible al fuego nacionalista.

Hay muchas similitudes entre la experiencia con el populismo de América Latina y el de las economías avanzadas hoy.

También existen semejanzas remarcables con respecto a cómo los líderes populistas en verdad llevan adelante la política, especialmente su énfasis en movilizar manifestaciones públicas de respaldo popular. Sin duda, los actos “MAGA” (Hacer que Estados Unidos sea grande otra vez) del presidente norteamericano, Donald Trump, no son iguales a las marchas masivas de Chávez. Pero los ataques burlones contra los adversarios políticos, la retórica antiglobalización y el desprecio por las elites por parte de Trump son todos temas familiares para muchos latinoamericanos. Y al igual que los populistas latinoamericanos pasados, la administración Trump intenta implementar una agenda proteccionista para proteger a las industrias domésticas de la competencia.

Por supuesto, también existen diferencias. Más importante que todo, muchas de las economías avanzadas donde las fuerzas populistas han avanzado todavía tienen restricciones en materia de política monetaria. A diferencia de América Latina, no se puede obligar a la FED y al BCE a financiar los gastos fiscales de los gobiernos. Aunque Italia pertenece a la eurozona, tiene muy poca influencia en cómo funciona el BCE. Mientras esto siga siendo así, es poco probable que el momento populista de Italia termine con un estallido inflacionario importante, como ha sido el caso tradicionalmente en América Latina. Argentina, por ejemplo, tenía una inflación del 41% inmediatamente después de las presidencias consecutivas de Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández de Kirchner.

Dicho esto, se ha hablado mucho de una posible “salida de Italia”, mediante la cual Italia se retiraría de la eurozona y reintroduciría la lira. Pero los italianos deberían entender que cuando otros países (por ejemplo, Liberia) han reintroducido una moneda doméstica, las cosas no terminaron bien. De hecho, la lección más importante que se puede extraer de las experiencias populistas de América Latina es que invariablemente han terminado mal. En definitiva, los hogares de ingresos bajos y medios por lo general se encuentran peor de lo que estaban cuando se lanzó el experimento populista. 

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