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Elecciones presidenciales y el triunfo de la posverdad

Kirsten Sehnbruch directora del Instituto de Políticas Públicas de la Facultad de Economía y Empresa UDP

Por: | Publicado: Viernes 22 de diciembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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El cambio que se produjo entre la primera y la segunda vuelta presidencial tiene nombre y apellido: Beatriz Sánchez. Antes de la elección, nadie había esperado que la candidata del Frente Amplio lograra un porcentaje tan alto de los votos. Contra todo pronóstico de las encuestas, el pacto logró posicionar una visión de país que capturó la imaginación de una gran parte del electorado que, por cierto, es ideológicamente fluido, y deseoso de transformaciones. El que ese electorado se haya convencido de respaldar una visión de país que quebraría estructuras establecidas en Chile desde hace más de 30 años atemorizó a la derecha tradicional. Ese miedo se tradujo en una campaña del terror en las redes sociales, una campaña basada en verdades falsas o posverdades, que sacó partido de la alarma de los votantes, y que es más fácil de instalar cuando la atención mediática se enfoca solamente en dos candidatos.

Y fue la campaña de Piñera la que instaló esas verdades falsas en la antesala del balotaje, con una fuerza que nunca antes se había visto en Chile. Se levantaron consignas como que “con Piñera, el país volverá a crecer”, como si el país no hubiera crecido nada durante estos últimos años. Como si el crecimiento dependiera, mágicamente, del Presidente y no del precio del cobre o del contexto internacional. “Con Piñera volverá a haber empleos”, como si durante el gobierno de la Presidenta la tasa de cesantía se hubiera disparado, en vez de haber sido más baja que durante el anterior gobierno de Piñera. Y la peor posverdad: “con Guillier Chile va a terminar como Venezuela”. Esta última frase, la de Chilezuela, se replicaba frenéticamente en las redes sociales, generando una verdadera ola de pánico entre la gente que la creía. En las poblaciones, incluso, la gente que siempre vota por la izquierda, me preguntaba insistentemente si esto era verdad. “Mira” me decían, mostrándome alguna propaganda que les había llegado por Facebook o por WhatsApp, que transformaba a Guillier en Maduro. Ni hablar de mis amistades más pudientes, muchos de las cuales se “compraron el cuento”, sin ninguna capacidad o esfuerzo de contrastar efectivamente entre la verdad y la mentira.

Todo lo que dicen los analistas políticos de esta elección es cierto: el gobierno no “vendió” bien su legado. Guillier no logró ni convencer ni encantar. La izquierda no estuvo unida. El voto del Frente Amplio no lo mandó nadie. Pero, finalmente, ganó la famosa frase de la campaña de Bill Clinton: “¡Es la economía, estúpido!”.

Lamentablemente, este enunciado triunfó, no por la genuina articulación de una visión de país que plantea las reformas necesarias para crecer de una manera más sostenible, sino porque se instaló a través de una propaganda de apelación al miedo basado en verdades falsas.

Chile progresó muchísimo durante las últimas décadas hacia una democratización más profunda, más desarrollada y con instituciones que funcionan mejor. La expresión máxima de esta democratización ha sido las elecciones parlamentarias de la primera vuelta, que quebraron buena parte del poder político que se había concentrado en las manos de una elite extremadamente limitada y regida por las malas prácticas políticas, abriendo espacio a la entrada de nuevos actores al Congreso. Desgraciadamente, todo este avance queda en nada si, a futuro, nuestras elecciones se basan en la propagación de posverdades que siembran pánico y terminan polarizando aún más a un electorado fragmentado. 

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