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La segunda vuelta y la improbable reagrupación

El nivel de descomposición de la centroizquierda hace inviable un acuerdo luego del 19-N.S

Por: Rocío Montes | Publicado: Viernes 10 de noviembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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No es imposible que en nueve días –aquella esperada jornada del 19 de noviembre–, Sebastián Piñera gane en una primera vuelta. Aunque circulan distintas cifras, se calcula que si la participación baja a unos 5,7 o 5,5 millones de electores –alrededor de un millón de votantes menos que en la primera vuelta de 2013–, el expresidente podría quedarse con La Moneda sin mayores trámites y sin esperar diciembre. No es improbable: el nivel de desafección de los chilenos es altísima, según lo mostró nuevamente la última encuesta del CEP, y el nivel de los candidatos en esta presidencial no puede haber encantado a los electores. Pueden estar en juego asuntos de importancia, pero ha sido una campaña aburrida, de bajo nivel y, sobre todo, predecible.

Considerando este escenario –el que Piñera podría ganar directamente el 19–N, el debate sobre posibles

reagrupaciones de la centroizquierda con miras a una segunda vuelta resulta inconducente. Pero no solo porque puede que nunca se celebre un balotaje sino porque, de haberlo, las posibilidades de ganarle a Piñera el 17 de diciembre son igualmente complejas. Sobre todo si la diferencia entre el expresidente y su competidor –el senador Alejandro Guillier, como indican los sondeos–, no es de apenas unos puntitos, sino de unos 20. En la CEP, según el votante probable, están 44,4% contra 19,7%. En el boca a boca de la extinguida Nueva Mayoría se manejan cifras similares.

Si la diferencia entre uno y otro es irremontable, como parece, ni el dirigente de centroizquierda de mayor entusiasmo podría lograr reagrupar a las debilitadas fuerzas de cuatro candidaturas –Guillier, Beatriz Sánchez, ME-O y Carolina Goic– y lograr movilizar a hordas de electores para dar vuelta el tablero. Los llamado a “la unidad de emergencia” –como los denomina Sergio Muñoz Riveros– saben perfectamente que no están dadas las condiciones políticas para llegar a un acuerdo serio.

Existe nada o casi nada que una a los unos con los otros. No tienen ni un diagnóstico común ni mucho menos un proyecto político conjunto con miras al futuro. Las diferencias en asuntos de fondo –como la nada despreciable controversia sobre el papel y el peso del Estado en pleno siglo XXI–, les impiden avanzar de la mano. Enfrente no tienen realmente a una amenaza, como lo fue Pinochet, que en los 80 permitió el reencuentro entre demócratas. Las heridas de estos cuatro años hacia la socialdemocracia y el socialcristianismo han tenido un nivel de profundidad que resulta improbable que se recompongan en apenas cuatro semanas.

Los insultos y confrontaciones de esta campaña han sobrepasado límites, como quedó nuevamente en evidencia en el debate televisivo del lunes. La descomposición en la centroizquierda será un proceso largo y sangriento.

El deslavado papel de Lagos

Los actores políticos que llaman a la unión del progresismo –como si hubiese consenso en la propiedad de esa palabra– no están pensando en una eventual segunda vuelta, sino en su posición en el tablero desde la oposición a partir de un probable triunfo de Piñera.

Desde el 19 próximo por la noche –siempre y cuando no haya un ganador esa misma jornada–, lo que los electores veremos será una seguidilla de declaraciones sobre una unidad que nadie cree del todo. Llamados, al fin y al cabo, pero fríos, pálidos, deslavados, formales. Como el que se espera que realice el propio Ricardo Lagos que, pese a que el propio socialismo desconfía de su liderazgo, es probablemente el único dirigente del sector sobre el que existe cierta expectación sobre su postura posterior a las elecciones.

Si quien lee es de quienes recuerdan aquella primera elección chilena que nos acostumbró a las segundas vueltas –la del propio Lagos contra Lavín 1999-2000–, se percatará rápidamente de que las cosas han cambiado. A diferencia de lo que sucedió hace 17 años, en esta segunda vuelta –de haberla–, posiblemente no habrá giros políticos estratégicos, nuevos equipos conformados en las sombras, rostros potentes que marquen el nuevo rumbo –como lo fue Soledad Alvear, entonces–, ni reconocimientos de culpabilidades. No habría ni siquiera un elemento básico en la política: convencimiento.

Lagos pasaría buena parte del período entre el 19 de noviembre y el 17 de diciembre fuera de Chile. Posiblemente, haga una declaración pública luego de la primera vuelta, porque políticamente no le sería posible otro camino. Pero se pronunciaría en la línea de declarar que no ha votado nunca por la derecha, etcétera, etcétera. No algo decididamente jugado, porque comprendería a su vez que la narrativa que hemos escuchado en las últimas semanas –expresiones de la descomposición del sector–,  dejarán el tablero revuelto luego de las elecciones entre unas y otras fuerzas.

El expresidente no recorrería Chile ni tampoco asumiría un liderazgo protagónico entre una y otra elección. Si no hace un análisis con mayor dureza sería, en buena parte, para no dejar en un papel incómodo a Lagos Weber, que estaría por jugar un papel en el nuevo período.

En ese tiempo escucharemos muchas palabras y pocos hechos porque, por ejemplo, ¿alguien acaso imagina a un Partido Socialista involucrado en la campaña de Guillier mientras intenta sobrellevar una derrota senatorial, como es altamente probable que ocurra con los posibles fracasos de Isabel Allende, José Miguel Insulza, Álvaro Elizalde y Camilo Escalona? Un socialismo que ni siquiera ha estado presente en la campaña de primera vuelta difícilmente juegue un papel  importante en este período.

La DC, menos. Aunque Carolina Goic obtenga una cifra cercana al 10% como aspiran sus partidarios –cercano de la votación de su partido–, su liderazgo quedará opacado por figuras fortalecidas luego de las parlamentarias. La actual diputada Yasna Provoste saldría elegida con alto apoyo por Atacama, lo que probablemente la haga jugar un papel preponderante a favor de Guillier con miras al balotaje.

Dos champañas: una para Piñera y otra para Girardi

Al margen del choque de fuerzas al interior de la DC, ninguna de las resoluciones oficiales que se tomen respecto de una segunda vuelta tendría demasiado peso. Aunque se imponga la línea oficialista de Provoste –de continuidad respecto del gobierno y, por ende, de apoyo a la candidatura de Guillier–, parece poco realista pensar que el sector crítico apoyara en la práctica una alternativa que no solo no les convence sino que no tiene opciones de ganarle a Piñera. No es imaginable siquiera observar a Jorge Burgos, Mariana Aylwin o a Gutenberg Martínez dejando los pies en la calle para evitar de la mano de Guillier el triunfo de la derecha.

El Frente Amplio, tampoco. De sobrevivir luego de las elecciones –hay quienes lo dudan seriamente, dada la extraña amalgama de partidos diversos que conforman la coalición–, no tiene prácticamente nada que ganar si opta por sumarse a “la unidad de emergencia”. Debe transitar cuidadosamente para no repetir el error de MEO en 2010

–con su extraño apoyo a Frei que le sigue penando hasta la actualidad–, pero alcanzar una fórmula para no plegarse gratuitamente a una despedazada Nueva Mayoría que su mundo desprecia. Su apuesta está en superar al oficialismo y su éxito para sobre todo por marcar las diferencias con esa extinguida coalición que solamente representa al 11% de la población.

Aunque sus ambiciones se hayan frustrado con el tiempo –es casi imposible que Beatriz Sánchez sea la que pase a una segunda vuelta–, ¿qué razones tendría el Frente Amplio por poner a disposición lo que tenga de capital para un proyecto ajeno como el de Guillier? Ni siquiera un acuerdo de gobernabilidad parece viable a nueve días de las elecciones. Como el PS y la DC, por otra parte, estarán demasiado ocupados en resolver sus problemas internos como para dejar el alma en una postulación posiblemente perdedora.

En el mundo político se dice que para la noche del 19 de noviembre existen dos champañas reservadas. Una para Piñera, como parece lógico, y otra para el senador Guido Girardi, el verdadero controlador del PPD. Su partido obtendría buen resultado en senadores –con el pesar del PS–, con lo que quedaría en una inmejorable posición para asumir un liderazgo desde la oposición. Sus tiros estarían por controlar el poder desde el Parlamento, mientras que el Frente Amplio –a los que hace guiños hace meses– mantiene la manija de la calle. Este cuadro, evidentemente, sería una especie de muerte para lo que se conoció como Concertación.

En los llamados a la unidad de la centroizquierda no hay nada de fondo, solo una toma de posiciones para el futuro opositor o gestos de buena crianza para no dar razones al enemigo para acusaciones de traición (como el caso de Lagos). Todo lo que de ahora en adelante se escuche con respecto a posibles reagrupaciones para evitar el triunfo de Piñera huele, en realidad, a humo. Sus protagonistas lo saben y hablan de una tragedia griega.

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