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Malestar en Chile: ¿la caída de un mito?

Según el CEP, las protestas sociales de 2011 reflejaban una demanda por mayores seguridades y no un reclamo contra el modelo, como entendió el actual gobierno.¿

Por: Rocío Montes | Publicado: Viernes 14 de julio de 2017 a las 04:00 hrs.
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El Centro de Estudios Públicos (CEP) comienza a instalar en la agenda uno de los asuntos de mayor relevancia de la última década y que ha marcado de forma crucial la política en este país: el debate sobre el supuesto malestar de la sociedad chilena, que habría explotado en 2011 con las protestas estudiantiles y que se mantendría hasta la actualidad. La nueva lectura que hace el CEP en base a sus encuestas de los últimos 30 años, de alguna forma hace caer un mito.

En el informe “¿Malestar en Chile?”, coordinado por el investigador Ricardo González, se plantea que los chilenos no sienten un malestar con el modelo que les impulse a reclamar por reformas estructurales ni cambiar el estado de las cosas, como interpretó el actual gobierno.

Los grupos medios que emergen del proceso de modernización lo que quieren, según el CEP, es mayor seguridad social y que se disminuya el nivel de fragilidades al que están expuestos.

El informe contribuye al debate sobre un tema crucial y comienza a iluminar asuntos que deberían tener especial relevancia en este período de campaña: ¿qué es lo que quiere realmente la ciudadanía?, ¿qué espera de la clase política?, ¿cuáles son, entonces, los desafíos de un próximo gobierno, sea cual sea finalmente el presidente elegido?

Porque para elegir las políticas públicas correctas que tengan el apoyo de las mayorías, lo primero que parece necesario es acertar en el diagnóstico de lo que ocurre. Existen, al menos, dos miradas al respecto.

Pero vamos por parte

Harald Beyer, el director del CEP, explica que la interpretación del malestar en la sociedad chilena comenzó en los años noventa. En 1997 hubo una alta abstención en las elecciones parlamentarias y, al año siguiente, el PNUD publicó un informe bautizado “Las paradojas de la modernización” que reconocía que la población estaba avanzando, pero que al mismo tiempo estaba emergiendo una situación de malestar. El éxito de la Concertación, sin embargo, provocó que el mundo político no se detuviera demasiado en este fenómeno. Hasta que se produjeron las protestas estudiantiles de 2006 y de 2011.

Con los jóvenes y otros grupos en las calles durante el gobierno de Sebastián Piñera, la centroizquierda comenzó a hacer propia la mirada que circulaba en ciertos círculos intelectuales sobre el malestar y el desasosiego de la sociedad, y estructuró un proyecto político para reconquistar el Ejecutivo y poder aplicar en una eventual nueva administración.

De acuerdo al diagnóstico de la Nueva Mayoría, liderada por una popular expresidenta Bachelet regresando de Nueva York, el malestar se superaría con reformas estructurales profundas, sobre todo en el área de la educación. Beyer recuerda que Bachelet pronunció un discurso en El Bosque en marzo de 2013 –en el que aceptó formalmente la segunda candidatura– donde reflejó las bases de lo que vendría en su periodo 2014-2018:

“Sabemos que hay un malestar ciudadano bastante transversal”, indicaba la socialista. “Y aunque muchas causas puedan ser señaladas, porque siempre todos los procesos sociales tienen muchas causas, déjenme decirles que mi convicción profunda es que la enorme desigualdad en Chile es el motivo principal del enojo. Un enojo que se manifiesta, además, como desconfianza en las instituciones”.

Pero se produjo una paradoja. El gobierno de Bachelet, que iba a intentar solucionar los conflictos que provocaban el malestar de la población, comenzó a perder el respaldo ciudadano (actualmente se halla en un 18%). Este tema es uno de las principales asuntos al que se le ha intentado encontrar una explicación desde diferentes frentes desde 2014 a la fecha, sin que hasta ahora haya una única respuesta.

De acuerdo a la nueva lectura del CEP, sin embargo, lo que ocurrió es que las capas medias que emergieron del proceso de modernización comenzaron a experimentar una fuerte incertidumbre que pronto se transformó en molestia política. El conjunto de reformas de Bachelet –la tributaria, pero sobre todo la educacional–, generaron inestabilidad en una clase media que aspira fundamentalmente a vivir tranquila y desarrollar sus proyectos de vida sin obstáculos.

A poco andar del gobierno, en el segundo semestre de 2014, Bachelet había perdido el apoyo de los grupos medios, según los datos de la encuesta CEP de esa fecha. Algunos meses antes, incluso, que el estallido de los escándalos de financiamiento de la política y el propio caso Caval.

Hasta la actualidad existen algunos analistas que señalan que el gobierno perdió el respaldo no porque la ciudadanía no apoyara su agenda de reformas, sino por un castigo a su mala implementación. Pero esa tesis se derriba fácilmente, explica Beyer, con el hecho de que la derecha con Sebastián Piñera esté a punto de reconquistar el poder y el Frente Amplio –que podría ser el heredero de una agenda refundacional–, no parece tener una fuerza política a la altura de sus expectativas.

La idea de que en Chile la población vive un intenso malestar comienza a ponerse en duda pero, ¿qué fue entonces lo que ocurrió en 2011? Los grupos medios –porque eran los grupos medios y no los de menores ingresos los que estaban en las calles hace seis años–, no reclamaban contra el modelo.

De acuerdo a los análisis de las encuestas del CEP, los chilenos están satisfechos con lo que han logrado en sus vidas. Sienten que su situación es mucho mejor que la de sus padres y sienten que la de sus hijos va a ser mucho mejor que la de ellos. Eso refleja, en definitiva, un país que está relativamente contento con lo que ha logrado y que, de alguna forma, atribuye estos éxitos al esquema económico-social vigente.

Pero existen temores, como en todos los procesos de modernización (que en Chile fue especialmente acelerado, con un aumento de matrícula en la educación superior, por ejemplo, que pasó de 435.000 a 1.060.000 entre 2000 y 2010). Las protestas de 2011, en ese sentido, no eran la expresión de un malestar profundo de un país que está al borde del estallido, sino que un reclamo al mundo político por las incertidumbres y fragilidades que experimenta la ciudadanía ante determinadas situaciones: enfermedades graves, la vejez, la entrada de un nuevo hijo a la universidad, etcétera.

En ese sentido, de acuerdo a Beyer, Bachelet y su gobierno se equivocaron profundamente en el diagnóstico de lo que estaba ocurriendo en Chile. Hicieron suya la interpretación de un malestar cuya existencia no resulta evidente, según la encuesta. Como tampoco resulta evidente que ese malestar –como señaló Bachelet en su discurso de El Bosque– tenga su explicación en la desigualdad.

Las encuestas del CEP, desde esa fecha, indicaban que los chilenos no tenían una especial preocupación por las desigualdades socioeconómicas. Sus inquietudes tenían relación, sobre todo, con la igualdad de trato en una sociedad considerada poco meritocrática.

En este cuadro, ¿qué esperan entonces los chilenos? El informe “¿Malestar en Chile?” y el director del CEP dan algunas pistas. No quieren reformas estructurales que cambien el estado de la cosas, sino mayores seguridades sociales. En el fondo, un pequeño Estado de bienestar, que les asegure un colchón para momentos difíciles y de crisis.

Considerando que en un país como Chile resultaría difícil de implementar universalmente un Estado de bienestar como en Europa (solo un 20% paga impuestos a la renta, a diferencia del 87% al otro lado del Atlántico), el desafío de los gobiernos sería tener políticas similares al Pilar Solidario del sistema de pensiones, un programa con retiro gradual de beneficios donde se privilegia a los que menos tienen.

La próxima administración –sea quien sea que gane–, debería ofrecer entonces cambio con estabilidad. No refundar Chile, porque los chilenos están satisfechos con lo que se ha logrado, según el CEP.

El debate está abierto y probablemente pasará bastante agua bajo el puente para saber las razones por las que Bachelet hizo suyo ese diagnóstico de la sociedad chilena cuando aterrizó desde Nueva York en 2013. Uno de los asuntos que plantea Beyer resulta especialmente llamativo: en la última etapa de su primer gobierno (2004-2010), fue la mandataria socialista la que empezó a hablar de protección social, lo que le hizo un especial sentido a la población. En un momento de crisis del capitalismo, el discurso de Bachelet fue apoyado por una clase media que la premió con su apoyo, incluso con una situación económica en contra.

A estas alturas, sin embargo, resulta inútil pensar lo que hubiese ocurrido de haber recogido el discurso del Estado de bienestar para enfrentar su segunda administración.

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