Actualidad

Ministros de Hacienda: Lecciones en primera persona

Por: Rossana Lucero | Publicado: Lunes 12 de noviembre de 2018 a las 04:00 hrs.
  • T+
  • T-

Compartir

Ocho son los economistas que se han sucedido en la cartera de Hacienda desde el retorno de la democracia. Y como lo sugiere la ubicación de su oficina en pleno centro de la capital, cada uno de ellos ha jugado un rol protagónico en el curso de los distintos gobiernos. Con un aura de voz autorizada en las políticas públicas, dado el desafío que representa gestionar recursos escasos ante necesidades múltiples, sus nombres han marcado épocas y se han vuelto un referente para el mundo económico y probablemente para sus sucesores. De allí que Diario Financiero quiso reunir y conocer de primera fuente las lecciones que a estas alturas cada uno de ellos saca de haber vivido parte de su vida en Teatinos 120, piso 12. Algunos, incluso, dos veces.

Imagen foto_00000001
Alejandro Foxley, Presidente de Cieplan y Ministro de Hacienda, 1990-1994

Crecimiento con equidad y política de los acuerdos

Imagen foto_00000020

La economía creció en promedio más de 7% al año y de 5 millones 500 mil pobres en 1990, pasamos a 3 millones 900 mil. Se trata de un millón 300 mil compatriotas cuyo horizonte de vida cambió en un periodo extraordinariamente breve".
Aquel párrafo es un extracto de la Cuenta Pública que di como ministro de Hacienda en 1994. Hoy, 24 años después, busco las lecciones que aprendimos y que puedan servirle a quienes también emprendan ese desafío.
Ciertamente no es uno fácil y en nuestro caso tuvo complejidades particulares. Fueron 17 largos años de dictadura, había mucho por hacer, por corregir y avanzar, pero también había ganas y esperanza frente a los nuevos desafíos de un país que recuperaba su democracia.
De inmediato entendimos que no basta con tener buenos objetivos finales si no se cuenta con una base política más amplia que apoye un objetivo que puede sonar tecnocrático. Por eso pusimos en el centro del programa la idea de crecimiento con equidad y la política de los acuerdos para conseguirlo.
Los principales proyectos de ley -comenzando por la reforma tributaria que aumentó la recaudación fiscal un 3% del PIB- fueron aprobados por una mayoría amplia, que incluía a RN.
Además, todos los años convocamos en abril y noviembre a diálogos tripartitos con las principales organizaciones sindicales y el sector privado. Así logramos acuerdo con ambos para el reajuste de remuneraciones, el gasto social, la reforma laboral, entre otros.
Con estos ejemplos es posible demostrar que se pueden manejar las presiones contradictorias de los grupos de interés hasta conseguir apoyo para medidas que reflejaran el interés general del país. Lo importante era no transar el objetivo principal, pero sí abrirse a modificar el resto, dando espacio a las preferencias reales o simbólicas de los actores político-sociales.
Además, en este escenario, continuamos con lo que creíamos era el camino correcto: la apertura económica, con sus virtudes y defectos. Supusimos que la tendencia mundial iba a ser de más integración -no menos- y que debíamos anticiparnos.
Comenzamos a suscribir acuerdos comerciales hasta los 26 que tiene Chile hoy y que representan el 86% del Producto Interno Bruto Mundial y más de la mitad de la población del planeta.
Pero aún veo una agenda inconclusa: el crecimiento estable y permanente de la economía chilena no puede depender de los vaivenes mundiales. Necesitamos un crecimiento endógeno, con fuerzas creativas que permitan aumentar la productividad a tasas más altas de las observadas en los últimos años.
El país necesita de esa creatividad, que está viva y bullente en las nuevas generaciones. Debemos reformular el Estado para que los jóvenes vean en él no un inflexible ente burocrático, sino la oportunidad para potenciar las nuevas ideas.
Chile los y las necesita para pasar de ser un país de ingreso medio a uno de economía avanzada. Pero lo más importante: para lograr un desarrollo inclusivo, donde nadie quede atrás, donde el progreso llegue a cada habitante del país.

Imagen foto_00000007
Eduardo Aninat, Docente y director de empresas. Ministro de Hacienda, 1994-1999

Experiencia y lecciones

Imagen foto_00000018

l cargo de ministro de Hacienda que ejercí durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle es el más alto honor al que he accedido en mi profesión de economista. Fue una valiosísima experiencia tener la oportunidad de servir a Chile durante seis largos años. No dudo que hubo momentos tensos y hasta muy complejos, pero valió la pena. Sostengo que fue un gobierno muy realizador y progresista.
La variedad de temas que cubre ese ministerio es tan amplia que la gente se sorprende, hay mucha complejidad y gran impacto de las políticas públicas que ya sea se originan en Hacienda, o ese ministerio es llamado a apoyar con diseños, negociación o recursos fiscales responsables.
La lección importante que saco es que un ministro de Hacienda debe ser muy responsable y mirar al largo plazo. No buscar el logro fácil o transitorio, el aplauso o la adulación de amigos o enemigos. Hay que hacer la pega, ejercer liderazgo, conversar, escuchar y sobre todo avanzar.
Si se lee con cuidado la historia económica-social de Chile, se podrá constatar que cuando Hacienda se burocratiza, baja el ritmo, y juega solo a la defensa, el gobierno tarde o temprano paga un costo y también se ralentiza.
Ocurre que en el diseño institucional chileno y bajo un régimen unitario (no federalista), el Ministerio de Hacienda y su equipo es la Esparta del Estado de Chile. Ha costado su poco que parlamentarios de distinto signo político lo comprendan, pero opino que varios ministros comprometidos con esa visión han construido un ámbito de consideración y de respeto hacia la labor de Hacienda.
Ese es un activo-país que conviene cautelar para contribuir al desarrollo de largo plazo: con crecimiento, justicia, estabilidad y bajo una democracia vigorosa.

Imagen foto_00000002
Nicolás Eyzaguirre Guzmán, Académico FEN. Ministro de Hacienda, 2000-2006, Agosto 2017-marzo 2018

Lo bueno, lo malo y lo feo

Imagen foto_00000019

e acuerdo a las recientes proyecciones del FMI, la economía chilena crecería 4 % este año y 3,4% el próximo. Culminarán para entonces tres décadas desde que Chile recuperó la democracia.
¡Qué cambio! Con una expansión de más de seis por ciento promedio en los noventa, de 4,2 % en los dos mil y de 3,6 % en esta década, el ingreso por habitante habrá crecido como nunca en nuestra historia. Al compararnos, para dimensionar lo logrado, con Estados Unidos por ejemplo, observamos que nuestro ritmo de crecimiento duplicó al de dicha potencia en las dos décadas anteriores y lo superará en 1,6 veces en la presente. Bueno pues, en los ochenta años anteriores a 1990, ¡el ingreso por habitante creció menos de la mitad que en dicho país!
Además, y ligado a lo anterior, hemos hecho progresos notables en la estabilidad de nuestra expansión. De hecho, tras ostentar una volatilidad récord en los setenta y ochenta, el crecimiento ha sido cada vez más estable. Esto, junto al control sin precedentes de la inflación, ha favorecido la seguridad económica de las familias, especialmente las más vulnerables.
La estabilidad es un logro difícil y requirió mucho aprendizaje y perseverancia. Lo que hoy se da por descontado antes fue nuestro calvario. Debimos aprender a convivir con un dólar libre, aceptar que el Poder Ejecutivo deje en el Banco Central independiente el control de la inflación –y con ello parte importante de las herramientas para afectar la actividad en el corto plazo-, a regular y supervisar de cerca la evolución del sistema financiero y a someter nuestra política fiscal a una regla de balance estructural. Como se sabe, más allá de las polémicas coyunturales, dicha regla nos obliga a que, en promedio, no haya déficit fiscal. Fue su aplicación la que nos permitió desendeudar a la República en montos sin precedentes durante el último ciclo de auge del cobre. Hoy, de acuerdo al mismo informe del FMI, Chile tiene, y de lejos, la menor deuda pública en el contexto regional y también el menor déficit fiscal proyectado para los próximos años.
Lo malo, aunque la tarea macroeconómica es destacable, es que allí no culmina el desafío. Nuestro crecimiento se ha ido desacelerando, aunque en parte eso es inevitable cuando se llega más arriba. Pero nuestro dinamismo exportador, palanca central de nuestro crecimiento, viene resentido hace tiempo y deberá enfrentar ahora circunstancias internacionales difíciles. La única salida es concentrarnos en la productividad, lo que nos permitirá llegar con más y mejores productos al extranjero. Y, en ello, más enarbolamos eslóganes que discutimos seriamente como hacerlo. Ojalá pudiéramos lograr unos consensos mínimos para avanzar, así como lo hicimos en el marco macroeconómico.
Lo feo, y en mi opinión íntimamente ligado a la batalla por la productividad, es que nos sigue caracterizando una tremenda desigualdad, no sólo de ingresos sino de oportunidades. Todos los países que hoy son desarrollados, siguiendo el pionero ejemplo de Inglaterra y Holanda, lograron sostener su progreso en los hombros de muchos y muchas, que tuvieron la oportunidad de emprender, innovar y prosperar. Que no se nos olvide.

Imagen foto_00000012
ANDRÉS VELASCO, Decano de la Escuela de Políticas Públicas London School of Economics.
MInistro de Hacienda, 2006-2010

Ideas para un futuro ministro

Imagen foto_00000017

oy ejerzo de decano de una Escuela de Políticas Públicas que forma alumnos de 40 países. Muchos de ellos aspiran a ser ministros una vez que vuelvan a casa. Cuando me preguntan que lecciones aprendí cuando estuve a cargo de la billetera fiscal en Chile, les digo lo siguiente:
La preparación previa importa, y mucho. En una reunión de gobierno, a los cinco minutos queda en evidencia quién sabe de lo que está hablando y quién no. Los ciudadanos nos pagan el sueldo a los funcionarios públicos; no tenemos derecho a andar improvisando en el cargo. Y el día menos pensado puede llegar una emergencia que requiera de todos los conocimientos disponibles. En 2008, varios funcionarios de Hacienda y del Banco Central habíamos pasado toda una vida académica estudiando crisis financieras. Cuando Lehman Brothers se vino abajo, pudimos responder de inmediato y Chile resistió bastante bien la tremenda crisis internacional. Pero no basta con ser un tecnócrata. En las democracias modernas, los líderes no heredan la credibilidad, tienen que ganársela. Una ciudadana no acepta que una política pública es mejor que otra simplemente porque un ministro con estudios en el extranjero lo dice. La ciudadana tiene todo el derecho a preguntarse si el ministro recomienda esa política porque le conviene a él mismo, a su sector político, a algún poderoso grupo de presión –o efectivamente porque es buena para la ciudadanía-. Por eso, la labor de un ministro exitoso consiste primordialmente en explicar, argumentar y persuadir. Y hacerlo con argumentos políticos, no meramente técnicos.
Lo que me lleva a un punto relacionado: un ministro es por sobre todo un político, y un buen político no desprecia nunca la política. Es cierto que algunos políticos pueden ser atroces, como dijo mi antecesor en Hacienda. Pero la política no es otra cosa que el modo que tenemos de ponernos de acuerdo en paz. Las alternativas a la política son la coerción y la violencia –y resultan bastante más atroces las dos-.
Pero la política puede ser de la buena o de la mala. Alguna vez le escuché a otro ex de Hacienda que pasaba 80% del tiempo lidiando con la urgencia de ayer y 20% anticipando los problemas de mañana. Con la llegada de las redes sociales el ciclo noticioso se ha acortado y, por lo tanto, el problema del cortoplacismo se ha acrecentado. Estalla una crisis y todos hablamos de eso todo el tiempo hasta que...nuestras palabras se las lleva el viento.
Mientras tanto, parece evidente que nuestra población envejece y que eso traerá todo tipo de nuevos desafíos; que al paso que vamos, igualdad de género no llegará en plenitud por casi un siglo; que la tecnología eliminará millones de empleos en ciertos sectores y creará otros tantos en actividades para las que no estamos preparados; que el calentamiento global impone nuevos y gigantescos desafíos al modo como construimos nuestras ciudades y nos desplazamos diariamente al trabajo. Un ministro por sí solo no puede empujar el debate nacional hacia estos y otros temas de futuro. Pero sí puede y debe aliarse con otros y no dejar nunca de intentarlo. Hoy, cuando populistas de izquierda y de derecha rechazan todo tipo de argumentación racional y echan mano a la falsedad y a la diatriba, la paciente labor de persuasión de un buen ministro es más importante que nunca.

Imagen foto_00000006
Alberto Arenas, Asesor regional Cepal, Ministro de Hacienda, 2014-mayo 2015

Llegar al desarrollo requiere enfrentar la desigualdad

Imagen foto_00000016

er ministro de Hacienda representó el momento más importante de mi carrera profesional dedicada a las políticas públicas. Inicié mi actividad laboral en el ministerio a inicios de la década del 90 en la Dirección de Presupuestos, 24 años más tarde, entrando al edificio de Teatinos 120, en mi primer día, un funcionario se detuvo para saludarme y me dijo "ministro bienvenido a su casa". En mi trayectoria en Dipres y Hacienda asumí con convicción el esfuerzo profesional y personal que implicaba esta opción pública. El haber sido director de Presupuestos fue una gran escuela para los desafíos que debí enfrentar en mi rol de ministro de Hacienda.
La autoridad económica debe actuar sobre las variables que comprometen el futuro del país y su desempeño económico y social. El ministro de Hacienda debe tener una mirada integral y transversal de las políticas públicas y tiene importantes objetivos a alcanzar, como crecimiento y desarrollo; y con la misma convicción debe enfrentar las brechas y rezagos sociales, ya que la desigualdad es ineficiente y una restricción al crecimiento y al desarrollo del país.
Durante dos décadas participé del diseño, negociación e implementación de un gran número de políticas públicas. Quisiera aquí destacar tres reformas estructurales cuya gestación e implementación tuve la responsabilidad de conducir: la creación del Sistema de Alta Dirección Pública de 2003, uno de los avances más significativos en la modernización del Estado en el área de los recursos humanos; la Reforma Previsional de 2008, que hoy beneficia a más de 1,5 millones de personas y permite terminar con la indigencia entre los adultos mayores de 65 años, y la Reforma Tributaria de 2014 que, entre otras materias, fortaleció la sosteniblidad fiscal y avanzó sustantivamente en equidad tributaria en Chile. Todas tienen aspectos en común, como la responsabilidad fiscal (activo que tomó muchos años construir, por lo que debe velarse constantemente por su sostenibilidad); el impacto en el conjunto de la política pública y el avance sustantivo en la lucha contra la desigualdad. Las reformas estructurales en el Estado para ser sostenibles y que rindan los frutos esperados, requieren de grandes acuerdos transversales. En los tres casos, la aprobación en el Congreso estuvo precedida de acuerdos amplios con todas las fuerzas políticas.
El país ha avanzado en distintas dimensiones, sin embargo, existen desafíos pendientes. Dos de ellos son enfrentar la profunda desigualdad para alcanzar un desarrollo sostenido; y, por otro lado, hacerse cargo de un crecimiento inclusivo que, entre otras áreas, se expresa en la productividad y competitividad de nuestra economía y nos desafía a invertir en capital humano, docencia, investigación, ciencia, tecnología e innovación. Ambas realidades están fuertemente vinculadas a nuestro tejido social, productivo y también político. Se trata de una tarea mayor para Chile, que requiere convicción y capacidad para sostener los esfuerzos realizados en los últimos años.

Imagen foto_00000005
Rodrigo Valdés, Escuela de Gobierno UC., Ministro de Hacienda Mayo, 2015-agosto 2017

Consensos mínimos

Imagen foto_00000017

ay un tema que se repite y que, a primera vista, parece irreconciliable: ¿Debemos poner más énfasis en el crecimiento o en la redistribución? Una caricatura, no tan alejada de la realidad, es que mientras un grupo ve la redistribución como central, el otro sólo piensa en crecimiento. El primero quiere redistribuir lo más posible y cree (o quiere creer) que el crecimiento es automático. Siempre habría rentas a las cuales echarle mano para financiar derechos sociales. Sería una cuestión de voluntad política. Y en caso de que el crecimiento flaqueara, bastaría con algunas intervenciones estatales.
La hipérbole para describir la lógica del otro grupo sería la siguiente: si se interfiere poco en el funcionamiento de los mercados se logra un crecimiento robusto y mejora el ingreso y el bienestar de todos. Una política focalizada bastaría para ocuparse de los más rezagados pero, la distribución, como concepto, sería una categoría irrelevante.
Pueden ser descripciones exageradas, pero son útiles: representan grupos dentro de un país e, incluso, dentro de una coalición. ¿Cómo acercar estas posiciones aparentemente irreconciliables? Primero, reconociendo y cuidando la eficiencia del crecimiento para aumentar los ingresos. Un cálculo simple: si lográramos distribuir nuestro PIB como lo hacen los países escandinavos, los chilenos de clase media (el quintil del medio), verían incrementar su ingreso en 36%. Esos mismos chilenos vieron aumentar sus ingresos en 380% entre 1990 y 2015 gracias al crecimiento (y un poco de redistribución). Los del quintil más pobre en 440%. Otra información útil es que ese 36% corresponde a la diferencia que se acumula en sólo 10 años si se crece al 5% en vez de al 2%.
Pero también hay que reconocer que no todo es ingreso y consumo. ¿Son los chilenos hoy tanto más felices que hace 25 años? Hoy ellos tienen más cosas, pero parecen no sentir toda la dignidad, pertenencia y lealtad con el resto de la comunidad que logran los ciudadanos de la mayoría de las sociedades desarrolladas. Al parecer, la distribución importa para sentirse parte de una comunidad.
Hay otros temas que se vinculan a esa desafección: la distribución de las oportunidades y del poder; el respeto a las minorías; mínimos asegurados para cualquiera; el cuidado del medio ambiente; el miedo que provoca la inseguridad; o la sensación de que en algunos mercados se abusa de los clientes. Para qué hablar de los casos de corrupción.
Hacerse cargo de ellos no es contradictorio con cuidar los incentivos que necesita una economía de mercado. Al revés, es imprescindible.
Al mismo tiempo, pensar que cualquier política pública es útil porque su finalidad es deseada, es un grave error. Las malas ideas son, desafortunadamente, más numerosas que las buenas ideas.
El consenso mínimo que debemos reconstruir requiere abandonar la lógica de las caricaturas mencionadas antes y aceptar el valor, simultáneo, del crecimiento y la equidad. Ese es el primer paso.
Quienes ponen la prioridad en la redistribución no deben olvidar que sin crecimiento hay poco que hacer. Y quienes tienen como prioridad el crecimiento, no deben olvidar que sin una distribución aceptable, difícilmente tendremos una sociedad cohesionada.
El segundo paso, es dejar de asignarle tanto valor a los instrumentos y, en cambio, buscar con pragmatismo aquellos más efectivos.

Imagen foto_00000010
Felipe Larraín B., Ministro de Hacienda, 2010-2014, Marzo 2018 a la fecha

Doble desafío: recuperar la solidez fiscal y el crecimiento

Imagen foto_00000016

er ministro de Hacienda es un desafío y una responsabilidad enorme. En paralelo, es una oportunidad para aplicar lo que antes de llegar por primera vez a este cargo enseñé como profesor universitario, escribí en libros y artículos especializados, y aprendí como asesor económico de diversos gobiernos fuera de Chile. Pero, sobre todo, es un privilegio servir al país y es un gran honor contar con la confianza del presidente Piñera.
En el primer período nos encontramos con la dificultad adicional que significó sufrir aquel fatídico terremoto y maremoto del 27-F, uno de los peores de la historia. Nos debíamos hacer cargo de la reconstrucción y, al mismo tiempo, recuperar los equilibrios fiscales que se habían deteriorado en 2009.
Nos alegra que los resultados fueran tan positivos. Entre 2010 y 2013, Chile creció 5,3% promedio, creamos más de un millón de empleos y redujimos el déficit fiscal estructural desde 3,1% del PIB en 2009 a 0,5% del PIB en 2013.
En este segundo período el desafío de recuperar las cuentas fiscales y el crecimiento económico se repite, al tiempo que debemos implementar un conjunto de reformas estructurales en diversos ámbitos. Tras nuestra llegada al gobierno, pudimos ver cómo la confianza de los agentes se recuperó con fuerza y cómo el crecimiento del primer semestre fue el mayor en seis años, apoyado por el repunte de la inversión y productividad tras 4 años de caída.
En el Congreso, sacamos adelante la aprobación de una nueva Ley de Bancos, que incluye los cambios más importantes para la industria en tres décadas y un avance fundamental para la competitividad de la economía y la estabilidad financiera. Además, enviamos al Congreso un proyecto de ley que crea un consejo fiscal autónomo, otro que moderniza la legislación tributaria y uno que mejorará de forma significativa las pensiones de los chilenos.
Avanzar en iniciativas tan relevantes como estas requiere grandes consensos. Nuestro gobierno ha demostrado su voluntad de diálogo para sacar adelante proyectos que perduren y hemos encontrado sectores de la oposición que comparten esta visión. Sin ir más lejos, lideramos el Acuerdo Nacional por el Desarrollo Integral, uno de los cinco que se propuso alcanzar este gobierno junto con infancia, seguridad pública, salud y paz en La Araucanía.
La variedad y complejidad de temas que corresponde ver diariamente a un ministro de Hacienda hace necesario tener no sólo credenciales técnicas, sino también hacer trabajo político. El día a día transcurre entre decisiones económicas y negociaciones políticas para sacar adelante las iniciativas que son prioridad para cumplir el programa de gobierno. Es por esto que mantener un diálogo fluido tanto con la coalición de gobierno como con la oposición y contar con un contacto estrecho y el permanente respaldo del Presidente de la República son fundamentales para el éxito de esta función.
Ser ministro de Hacienda es el trabajo más intenso y exigente que he tenido en mi vida. Pero todo el esfuerzo y las largas jornadas en Teatinos 120 valen la pena, porque servir al país es un privilegio y una oportunidad para devolver a la sociedad algo de lo que uno ha recibido. Para sobrellevar esta tarea, el apoyo familiar es fundamental y agradezco enormemente a mi esposa y a mis hijos por su apoyo en momentos de muchísima presión y escaso tiempo. Y para quienes somos creyentes, nada de esto puede ocurrir sin la ayuda de Dios, a quien le encomiendo mi trabajo.

Imagen foto_00000013

1990
marzo
Se refuerza la era de los "primus interpares"

El ingeniero civil de la Universidad Católica de Valparaíso y doctor en Economía de la Universidad de Wisconsin, Alejandro Foxley, asumió la cartera de Hacienda del gobierno de Patricio Aylwin, la primera administración tras el retorno de la democracia. El fundador y hoy presidente de Cieplan, quien fuera posteriormente también canciller y senador, inauguró una agenda que puso en el centro de una economía social de mercado al crecimiento económico y la preocupación por los sectores más vulnerables del país. Dos elementos que fueron de la mano de la disciplina fiscal y el respeto a la independencia del Banco Central -enfocado en reducir la inflación del país- y que se insertaron en la lógica de acuerdos transversales en materias relevantes que impulsó el presidente de entonces.
De ahí en adelante sus sucesores -entendidos como primus interpares- procuraron mantener la línea de acción hasta el punto de llegar a institucionalizar la regla de balance estructural, cuyo espíritu fue ahorrar en tiempo de vacas gordas para tener reservas en los malos tiempos.

Lo más leído