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Pablo Ortúzar: “Prometer crecimiento le puede bastar a la derecha para ganar la elección, pero no para gobernar”

Su última publicación sobre el tema del poder lo lleva a reflexionar sobre la falta de legitimidad que enfrentan los distintos estamentos en el país.

Por: Teresa Espinoza | Publicado: Lunes 28 de noviembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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Antropólogo social y director de Investigación del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), Pablo Ortúzar es, sobre todo, un intelectual de derecha que busca convencer a su sector de que tiene una carencia grave de ideas y propuestas, y que eso puede revertirse.

“Hay personas que estamos tratando de generar una cierta masa crítica de opinión para ver si la derecha logra ser consciente de su déficit, pero hasta ahora ha sido sumamente impermeable”, se lamenta.

Es también columnista y en octubre pasado lanzó el libro “El poder del poder, repensar la autoridad en tiempos de crisis”. El momento no podía ser más oportuno. La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y la cada vez más beligerante disputa para las presidenciales de 2017 en Chile son un marco perfecto para su análisis.

Cuenta que su libro surgió a partir de la lectura de “El fin del poder”, de Moisés Naím, y con el objetivo de aportar una teoría del poder, de cómo se legitima y cómo pierde esa legitimidad. Para eso, recurrió al filósofo francés René Girard, quien sostiene que el orden social y el poder legítimo siempre está sostenido sobre algún elemento que se considera sagrado, en tanto incuestionable, un punto de apoyo que se manifiesta en sacrificios violentos que luego son ocultados por mitos.

“Y lo que ocurre cada cierto tiempo es que este mito sobre el cual se sostiene el poder pierde eficacia simbólica o se revela como mito y, por tanto, la gente deja de obedecer”, añade. Cuando eso ocurre, se busca un culpable del desorden o de la crisis, un chivo expiatorio.

- Hoy parece bastante claro que el poder está deslegitimado.

- Eso lo muestra muy bien el libro de Naím. El poder ha perdido legitimidad y eficacia y es lo que podemos ver en las elecciones en Europa y en Estados Unidos, donde surgen discursos en los que abundan los chivos expiatorios, como los inmigrantes, por ejemplo.

- ¿Entiende así la elección de Trump?

- Sí. Es un discurso de reivindicación de la comunidad, de un Estados Unidos que era grandioso y en el que todos eran felices hasta que algo pasó. Él apunta con el dedo a los inmigrantes que vinieron a corromper ese EEUU grandioso y a la élite corrupta de Washington.

Sin embargo, una de las características de los chivos expiatorios para que funcionen es que no puedan vengarse, por eso normalmente son personas débiles, lejanas a la comunidad. Y, por tanto, las élites son un enemigo retórico, pero rara vez son usados como reales chivos expiatorios.

“La emergencia de la demagogia es un dato”

- ¿Qué pasa con Chile en este escenario?

- En el libro le dedico un buen espacio a Chile. Uno de los elementos importantes es que el fin de la guerra fría hace que este mundo bipolar, fácil de ordenar en dos bandos, genera inestabilidad y fragmentación de la justificación del poder.

En el caso chileno, la Concertación justificó su autoridad en las víctimas de la dictadura, y ese discurso permitió ordenar a la izquierda y derrotar a la derecha que representaba básicamente a los derrotados del plebiscito del ‘88. Después, la fuente de legitimidad de la Concertación también se agota, por el paso del tiempo y por sus propias contradicciones internas, porque al final apelaban a las víctimas para mantener ciertas instituciones heredadas de la dictadura, lo cual generaba una situación confusa.

Como no hay nuevas fuentes de autoridad disponibles, incluso Piñera termina apelando a las mismas de la Concertación, el cierre del penal Cordillera y el discurso de los cómplices pasivos. Las fuentes de legitimidad de los actores políticos parecen estar secas. El Parlamento no tiene ninguna autoridad y casi nadie vota en las elecciones.

- ¿Cómo se llega a este estado?

- Los discursos se vieron vaciados de contenidos y nadie se preocupó de elaborar una nueva construcción que pudiera hacer sentido al Chile que venía emergiendo, que era uno más envejecido, con un 50% de la población de una clase media más o menos precaria y sostenida sobre la deuda. No hubo elaboración porque la Concertación estaba concentrada en gobernar y la derecha no elaboró nada porque, dada una Constitución diseñada para evitar la emergencia del totalitarismo, tenían una capacidad de veto enorme y, por lo tanto, se acostumbró a que su labor política era bloquear reformas.

Es un conglomerado sin ideas, que no tiene ninguna visión política.

- Es un futuro desesperanzador...

- No necesariamente, pero estamos en un contexto donde la emergencia de la demagogia es un dato. Incluso de la demagogia vista a sí misma como antipopulismo, porque llamar populista a todo lo que a uno no le gusta, también es una forma de demagogia.

- ¿Dónde ve esa demagogia?

- Cuando no hay una visión política siempre queda como último recurso recurrir al gran mito que sostiene el orden actual, que es el pueblo, apelar al pueblo en contra de la élite, en contra de los que mandan y probablemente también en contra de alguna víctima más débil. Basta ver a Ossandón, que apuntó a los presos, o Guillier, que está siguiendo el libreto de Trump, distanciándose primero de la élite y luego golpeando a su propio conglomerado.

- Piñera, Lagos e Insulza, ¿qué representan?

- El antiguo orden, y se han visto en problemas por no tener un contenido que conecte con fuentes de legitimidad potentes.

Además, gane quien gane, ¿cómo va a gobernar? Para eso se necesita apelar a una fuente de autoridad que permita fijar prioridades y decir que no, que es con lo que Bachelet ha tenido serios problemas.

- ¿Se pueden echar para atrás las reformas de este gobierno?

- En general, en política las cosas no se echan para atrás. Las salidas son hacia adelante. La pregunta es si hay un proyecto alternativo a este proyecto fracasado.

- Se ha dicho que se va a revisar…

- Sí… un proyecto de izquierda alternativo a este sería reforzar al sector público sin pretender tragarse al privado, que es en el fondo el proyecto de este gobierno.

- ¿Y desde la derecha?

- La derecha no tiene ningún proyecto político. Su idea es que tiene que haber más desarrollo y más crecimiento. ¿Cómo se hace? No tienen idea.

- Pero con eso basta para ganar una elección.

- En un contexto de la desaceleración económica, prometer crecimiento basta para ganar una elección, pero sin duda no para gobernar. Si además ese gobierno que prometió mejorar la economía se ve atravesado por un shock de riqueza por materia prima, es el escenario perfecto para un desastre. Porque con qué autoridad política ese gobierno se niega después a seguir con el programa anterior, con un programa redistribucionista, de izquierda y estatista si es que no tiene ningún otro proyecto.

- Tampoco ha debido pagar muchos costos por eso. En las municipales le fue bien.

- Pero sí fueron castigados todos. Los dos conglomerados bajaron su votación, sólo que la Nueva Mayoría bajó más. No es que no haya costos. Los políticos, en general, piensan que se trata sólo de ganar una elección, pero cuando la operación del sistema político se vuelve irrelevante y la calle crece y crece, ganar elecciones comienza a significar bastante poco.

- ¿Ve posible que surjan nuevos liderazgos?

- En Chile es raro que emerja un nuevo personaje de la nada. Probablemente, no va a ocurrir eso, pero sí habrá miles de candidatos, porque cuando el poder se ve débil a todos se les despierta el hambre.

un orden sin chivos expiatorios

Aunque su visión es crítica de la situación actual, Ortúzar cree que es posible pensar un orden que no esté basado en un chivo expiatorio y construir una visión del desarrollo que le dé prioridad a los más débiles, que suelen ser escondidos por los discursos de poder. El caso Sename es muy potente por eso. "Podemos construir una visión de país desde la visibilización de los más débiles, que no son sólo los más pobres, son también los niños, los viejos, los inmigrantes".


- ¿Por qué la gente podría enganchar con esta propuesta?


- Es una apuesta. Girard piensa que eso no va a pasar, pero creo que es una pelea que es necesario dar.


- Parece más esperanza. ¿Ha pasado antes en la historia?


- Es más difícil, pero hay elementos en Mandela, en Aylwin... que son discursos basados más bien en la reconciliación y el encuentro, y en reconocer a los que están peor. Ahora, esto requiere que la élite esté dispuesta a perder algo de poder, pero este trabajo de hacer visibles a las víctimas y darles prioridad debería ser motivante y debería permitirles recuperar sentido.

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