Macro

Despacito

Luis Óscar Herrera Economista jefe para la Región Andina de BTG Pactual

Por: | Publicado: Viernes 15 de junio de 2018 a las 04:00 hrs.
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El Banco Central publicó ayer el IPoM de junio y revisó al alza sus proyecciones para el crecimiento económico y la inflación de 2018. Asimismo, el Consejo señaló que los riesgos de una convergencia lenta de la inflación a 3% se habían atenuado.

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Estas correcciones eran esperadas. Por el lado de actividad, las cifras recientes han sorprendido positivamente, con niveles marginales de crecimiento que superan el 4% anualizado en los últimos meses. Indicadores líderes, como las encuestas de confianza empresarial y crédito bancario, señalan que este mayor dinamismo se mantendrá en los próximos trimestres. Por su parte, la inflación se ha comportado en línea con lo que se anticipaba en el IPoM de marzo, pero las proyecciones para fines de año han aumentado ante el mayor precio del petróleo y la depreciación del peso.

Con estos antecedentes, quedan pocas dudas que el próximo paso debe ser subir la tasa de política monetaria (TPM), pero la pregunta es cuándo. Con la información acumulada desde marzo, los inversionistas habían concluido que el banco adelantaría la normalización monetaria y, hasta el miércoles, el mercado contemplaba una o dos alzas de la TPM de 25pbs en el segundo semestre. El banco puso paños fríos a estas expectativas y reafirmó su visión de que no espera subir la TPM “antes de fin de año”.

Ante este escenario, cabe preguntar por qué el Consejo desestimó las mejores cifras económicas recientes y la mayor inflación proyectada para mantener sin cambios su plan de vuelo.

Una primera consideración es que el aumento en las proyecciones de inflación obedece exclusivamente al impacto de los mayores precios del dólar y el petróleo. La experiencia, después de casi dos décadas de metas, muestra que sus efectos sobre la inflación son transitorios y pueden ser acomodados por la política monetaria.

Un segundo aspecto son las holguras de capacidad y desempleo encubierto que sigue arrastrando la economía chilena. A pesar de las sorpresas positivas en actividad, la creación de empleos formales privados aún es débil, mientras que los salarios nominales muestran una desaceleración en el margen. Esta situación mantendrá acotadas las presiones de costos laborales y podría frenar el dinamismo del consumo privado.

La tercera consideración es que los riesgos negativos del escenario externo se han acentuado desde marzo último. El crecimiento económico mundial aún es firme, pero las condiciones financieras para las economías emergentes se han hecho más restrictivas, y las perspectivas de crecimiento para América Latina se han deteriorado.

Por último, el banco no está particularmente preocupado por el aumento de las tasas internacionales y la apreciación del dólar. La economía chilena puede absorber estos shocks a través de la flotación cambiaria, sin mayores consecuencias financieras o inflacionarias.

En suma, el banco planea irse despacito por las piedras. El estímulo monetario comenzará a retirarse sólo una vez que vea señales claras de que las holguras de capacidad están disminuyendo y la inflación de tendencia, limpia de shocks cambiarios, energéticos y otros precios volátiles, se encamina a 3%. Es probable que la primera alza de la TPM se produzca recién a principios de 2019.

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