Política

Lawrence H. Summers: ¿Se puede evitar un círculo vicioso de la economía política?

“Los pronósticos de crecimiento de los mercados emergentes han sido sistemáticamente demasiado optimistas en los últimos años, y me temo que esto continuará”.

Por: | Publicado: Viernes 27 de diciembre de 2019 a las 04:00 hrs.
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La política doméstica, la geopolítica y la economía estarán entrelazadas en 2020 a un nivel sin precedentes en décadas. El frágil desempeño económico y la gobernanza problemática en gran parte del mundo amenazan con desatar un círculo vicioso: los resultados económicos adversos conducen a un populismo en casa y a un nacionalismo truculento en el exterior, lo que a su vez exacerba los problemas económicos en tanto aumenta el proteccionismo, cae la inversión y se desmorona la confianza del consumidor. La mala economía genera mala política, lo que se traduce en una peor economía y en una peor política.

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Tanto la mala noticia como la buena noticia es que la economía y la política comenzarán 2020 en un estado lamentable. La economía global podría caer en recesión y el riesgo de una confrontación política o inclusive militar importante es más elevado de lo que ha sido desde el fin de la Guerra Fría. Desde una perspectiva más optimista, con expectativas muy bajas, no hará falta mucho para generar sorpresas positivas que podrían conducir a un círculo virtuoso de mejora económica y de una política menos tóxica.

Empecemos por la economía. El Fondo Monetario Internacional ha acuñado el término “desaceleración sincronizada” para referirse a nuestro predicamento actual: el crecimiento se está desacelerando en el 90% de la economía mundial y se espera que sea más lento en general que en cualquier otro momento desde la crisis financiera. Es un eufemismo para referirse al estancamiento secular que cada vez más caracteriza a la economía global. En el clima actual de lento crecimiento de la población, de creciente desigualdad y de alta incertidumbre sobre la absorción del ahorro se trata de un problema definitorio.

De la misma manera que en los años 30, las economías avanzadas son incapaces de generar un crecimiento sostenido a tasas saludables con un cimiento financiero y político sólido. Los mercados prevén que los bancos centrales no van a poder cumplir con sus metas de inflación del 2% en la próxima década. Inclusive para alcanzar lo que los electorados ven como un crecimiento inadecuado de los niveles de vida de la clase media, el mundo ha tenido que emitir 15 billones de dólares de deuda a tasas de interés negativas, tener déficits presupuestarios inéditamente grandes en tiempos de paz y permitir que se pasen por alto varios excesos financieros.

Si bien los mercados emergentes representan un porcentaje mucho mayor de la economía global del que fue históricamente, y atravesaron la crisis financiera con más resiliencia de lo que cualquiera habría imaginado, su éxito sigue dependiendo de los países desarrollados. Las trayectorias de crecimiento más exitosas de los mercados emergentes se han basado en exportaciones de productos manufacturados a economías desarrolladas en crecimiento. Una combinación de desaceleración del crecimiento, reubicación de las industrias y alza del proteccionismo significa que esta ruta al crecimiento será cada vez más difícil en los próximos años. Los pronósticos de crecimiento de los mercados emergentes han sido sistemáticamente demasiado optimistas en los últimos años, y me temo que esto continuará. China, en particular, enfrenta profundos desafíos estructurales en los años por delante.

Si se los juzga exclusivamente según sus propios términos, estos desafíos económicos serían considerados graves, aunque quizá no más que los shocks petroleros o la gran inflación o las crisis financieras del pasado. Lo que empeora los desafíos actuales es el deterioro casi en todas partes de la capacidad para una respuesta razonada. En la presidencia de Donald Trump, Estados Unidos, que suscribió el sistema internacional que ganó la Guerra Fría y permitió que los mercados emergentes convergieran hacia estándares de vida de países desarrollados, ha abrazado una noción atávica de lucha permanente entre estados-naciones y hoy lidera una retirada mundial de la integración global. No importa si el problema son los acuerdos comerciales, la cooperación en cuestiones como el cambio climático o el respaldo de los derechos humanos, Estados Unidos está probadamente ausente.

Es tentador culpar a Trump, quien, además, rara vez, o nunca, se ha perdido la oportunidad de cometer un error garrafal. Pero deberíamos recordar que hasta que Trump retiró a Estados Unidos del pacto comercial Acuerdo Transpacífico, más demócratas que republicanos se opusieron al TPP, y que el candidato presidencial de los demócratas en la elección de 2020 probablemente ataque las políticas de Trump hacia China por considerarlas excesivamente conciliatorias. En un sentido, el consenso post Segunda Guerra Mundial sobre el liderazgo norteamericano terminó con la observación del presidente Barak Obama de que su gran estrategia podría reducirse a “no hagas estupideces”.

En términos más fundamentales, el giro nacionalista que hemos visto en Estados Unidos es sólo una manifestación de una tendencia global que incluye el Brexit; los gobiernos populistas en Italia, Hungría, Polonia, México, Brasil y las Filipinas; y el creciente nacionalismo étnico en Turquía, India y China, para no mencionar a Rusia después de 20 años de régimen de Vladimir Putin. La toma de decisiones basada en la razón, en una economía sólida y en una cooperación internacional está siendo superada por una ola de furia popular y fantasía nacionalista.

Una mayor resistencia a mercados integrados globalmente, una menor inversión extranjera y una menor cooperación internacional sólo pueden traducirse en un crecimiento económico más lento y en más inseguridad y frustración para los trabajadores. Luego será mucho más factible alinearse detrás de aquellos que tienen las historias más simples y las promesas más expansivas que respaldar un retorno a políticas cooperativas de centro. Esto no hará más que profundizar el malestar económico.

Estas dinámicas no están confinadas a las democracias. Si la economía de Rusia fuera fructífera para los rusos, habría mucha menos necesidad de que Putin incrementase la concentración de poder. No es casual que una desaceleración del crecimiento y un aumento de los riesgos de inestabilidad financiera en China hayan coincidido con una mayor represión del disenso, medidas enérgicas contra las minorías y apelaciones al nacionalismo. Quizás el gigantesco despliegue militar que acompañó las celebraciones que marcaron el 70 aniversario de la República Popular –un espectáculo que eclipsó la conmemoración de aniversarios anteriores- fue un reflejo de confianza, pero también de inseguridad.

A nivel mundial, la única elección relevante que se haga en 2020 será la de los votantes estadounidenses en la elección presidencial. Una corrección del curso es más importante que nunca en la historia norteamericana. Estados Unidos y el mundo necesitan un nuevo presidente que priorice la comunidad por sobre la confrontación en busca de una prosperidad inclusiva en casa y en el exterior. Esto implica centrarse en inversiones públicas necesarias en infraestructura, educación e innovación; hacer que el código tributario sea más eficiente y progresivo; y hacer que las empresas se dediquen a satisfacer las necesidades de la sociedad en lugar de fomentar una guerra entre los trabajadores y la empresa o la clase media y los ricos.

También implica poner fin a la guerra comercial actual de Estados Unidos contra gran parte del mundo, dejando de usar una actitud caprichosa para generar influencia y renunciando al uso de la diplomacia para perseguir objetivos políticos domésticos. Lo correcto es restablecer las alianzas de Estados Unidos, rechazar el proteccionismo y sumarse a otros países para enfrentar los desafíos globales como el cambio climático, la evasión impositiva y la regulación de las nuevas tecnologías.

Un cambio en lo que ejemplifica Estados Unidos, las políticas que persigue y cómo influye en el resto del mundo probablemente sea necesario para evitar un círculo político/económico vicioso. El grado de cambio en el contexto global después de la elección de Franklin D. Roosevelt durante la Gran Depresión, la elección de Ronald Reagan durante un período de falta de confianza en Occidente y la elección de Obama después de la guerra de Irak y en medio de una crisis financiera sugiere que las elecciones norteamericanas tienen consecuencias profundas para el sistema global. La gente contempla y emula a la ciudad en la colina. Para mejor o para peor, eso también será válido en 2020. 

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