Política

Pablo Ortúzar: "Vienen diez años muy malos. Cambiar el orden social es agotador y doloroso"

El investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) analiza el "vacío de autoridad" que, asegura, enfrenta Chile. Critica el poder político, a Twitter y profundiza sus críticas al periodismo. "Necesitamos una tregua de élites, bajar la polarización de los grupos dominantes", asegura el antropólogo.

Por: Rocío Montes | Publicado: Jueves 22 de abril de 2021 a las 04:00 hrs.
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Las columnas de Pablo Ortúzar (Brighton, Reino Unido, 1985) no pasan inadvertidas. En Twitter, un espacio que mira con mucha distancia, lo alabaron y destrozaron por la última que escribió en La Tercera el fin de semana: una profunda crítica al periodismo local. El antropólogo social y Magíster de Análisis Sistémico aplicado a la Sociedad de la Universidad de Chile, desde Edimburgo ­-donde cursa estudios de Doctorado en la Universidad de Oxford­- profundiza en sus argumentos. "Un elemento clave de la crisis social ha sido el asalto de las redes sociales al sistema de la opinión pública", asegura el investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), autor del libro "El poder del poder" (2016). Es apenas uno de los elementos que, según explica, caracterizan el momento que vive Chile, que no observa con demasiado optimismo.

Se explaya:

"El periodismo serio ha sido esquilmado, ya que la publicidad migra a las plataformas digitales que les vampirizan los contenidos. Twitter ha secuestrado, mientras tanto, la conciencia de políticos y periodistas, a pesar de ser un espacio minúsculo. En paralelo, el fenómeno de las noticias falsas, las cámaras de eco y la polarización virtual han llevado a desdibujar los límites entre lo real y lo simulado, así como a expandir la lógica del espectáculo a nuevos niveles. Hoy importa más el impacto que la verdad de lo comunicado. Fue mi crítica a Alejandra Matus, que publicó en Twitter una investigación defectuosa sobre exceso de muertes, sin mediación editorial, y luego nunca fue capaz de reconocer sus errores, pues eso defraudaría a sus seguidores, que sólo quieren munición tuitera, no realidad. También es mi crítica a Julio César Rodríguez o Antonio Neme, que cobran millones cada mes por sus lágrimas de cocodrilo y su espectáculo de apropiación y capitalización del sufrimiento ajeno. La gente cree que ha florecido un periodismo crítico, sin temor a decir la verdad, cuando en realidad el cuarto poder nunca ha sido más prostituido y humillado que hoy. El periodista es cada vez menos un mediador entre hechos y público, y cada vez más un animador o figura de la farándula".

- ¿Qué tan condicionada está su crítica al periodismo chileno por sus diferencias puntuales con una periodista y la opinión que tiene de un par de conductores de televisión?

- Toda mi vida profesional he trabajado con periodistas. Los valoro y los respeto profundamente. Es una disciplina fundamental, como la docencia, por la enorme responsabilidad que conlleva el rol de mediar entre un saber y un público que se orientará por ese saber. Lo mío, entonces, no es una crítica al voleo al periodismo chileno, sino un llamado de alerta, que incluye a toda la industria de los medios, porque veo que mucho periodista famoso, con pasados serios y no tanto, se va entregando a la propaganda facciosa, al culto personal y a la cacería de likes, abusando de la vulnerabilidad cognitiva y emocional de sus audiencias. El caso de la televisión es apabullante. Periodistas como Neme, Rodríguez o Rodrigo Sepúlveda, entre otros, realmente parecen demagogos en campaña, buscando impacto a través de la adulación y el emotivismo. Y sé que hay varios profesionales y medios dando la pelea contra la tendencia farandulizante y facciosa, por supuesto, pero mi advertencia es que creo que la estamos perdiendo. Y, dado que la política es una caja de resonancia de la opinión pública, y ésta a su vez es configurada por los medios de masas, el derrumbe de la promesa del periodismo bien hecho es también el derrumbe de la promesa de una democracia sana.

- Usted que habla de la degredación en la política y el periodismo, ¿no reconoce también una cierta degradación entre los columnistas?

- El rol de las columnas es polémico, parecido al de las cartas al director o directora. Su fin es tratar de persuadir manifestando una posición personal y defendiéndola. Estos fragmentos de razonamiento se ofrecen a la opinión pública para el debate. No se ofrecen como noticia de hechos de la realidad, sino como opinión sobre las noticias. Para afirmar que el columnismo, que incluye a varios políticos y periodistas, se ha degradado, tendríamos que afirmar que no está cumpliendo su rol. Es decir, que sus exponentes están fallando en articular y comunicar con claridad su opinión sobre los hechos noticiosos, pues su retórica o su lógica se han degradado. Bien podría ser el caso, pero no me parece un hecho fácilmente discernible. Ahora, ya que las columnas son opiniones sobre noticias, en la medida en que se degrade el periodismo y la noticia pierda toda aspiración de objetividad, la calidad de las columnas tendría probablemente que decaer, al quedar sostenidas sobre una base precaria y de antemano facciosa. La vorágine del espectáculo y la simulación, después de todo, no deja mono con cabeza.

"Jugaron con sus sueños"

- Volvamos al comienzo. ¿Cómo caracterizaría la crisis que enfrenta la clase política chilena?

- Hay un vacío de autoridad producido por varias razones. El principal es el desajuste entre estructura social y estructura institucional: Chile logró sacar de la pobreza a una enorme cantidad de familias durante los 90 y los 2000, pero pasándolas a una clase media en tierra de nadie. Demasiado ricos para el Estado, demasiado pobres para el mercado. Esta clase media es sumamente frágil y precaria, sostenida a punta de créditos de consumo, y sometida a muchísima inestabilidad. Con la inflación de títulos universitarios y la desilusión y deuda que eso conllevaba, sumada a la carga económica producto de la jubilación masiva y precaria de la generación anterior, esa clase media reventó. Y, con ella, la autoridad de los políticos que jugaron con sus sueños y prometieron sistemáticamente cosas que no cumplieron. Súmele a esto los casos de corrupción y abuso en todos lados y la polarización política de las clases altas -que no logran procesar de manera pragmática las demandas que emergen desde abajo- y tenemos el desastre en que estamos.

- ¿Cómo se llegó a esto?

- En general, llegamos a esto por ausencia de reformas que fueran acompañando la maduración de la nueva clase media chilena. Los mismos mecanismos -binominal, Tribunal Constitucional y quórums especiales- que dieron estabilidad a Chile en los 90 y 2000, facilitando el crecimiento y la prosperidad, fueron mal usados para generar falta de flexibilidad y reforma. En esto tiene mucha responsabilidad la derecha política, ya que se dedicó por años a bloquear sistemáticamente iniciativas que podrían haber ido quitándole presión a la olla. Por otro lado, hablando en particular, hay un factor de desilusión y engaño: la masificación de títulos universitarios conquistados mediante deuda que, en realidad, no conducían a la posición social de prosperidad segura que las familias esperaban. Y luego también tienes un importante factor demográfico: la jubilación masiva y muy precaria de los "boomers" chilenos, que son un verdadero tsunami que le cae encima a familias de clase media que ya están en el límite de su capacidad de gasto y deuda.

- Usted ha dicho que lo que está en el suelo es nuestra democracia. ¿En qué lo nota?

- En que es tanta la desconfianza respecto a los políticos que nuestras elecciones han pasado a ser gobernadas abiertamente por el clientelismo. No hay una discusión sobre el país que se quiere construir en conjunto, sino sobre qué candidato dará más.

- ¿Cómo lo explica, a solo 31 años del fin de una dictadura?

- Las generaciones menores no valoran la democracia, en el sentido de que no creen que pueda colapsar. Pero también hay mucho hastío y desesperación en general, además de una forma de entender los problemas sumamente egoísta, privada. El sujeto consumidor es el que se rebela. El que exige como cliente que siempre tiene la razón. Y no hay democracia sin ciudadanos.

- ¿Hay una relación entre el decaimiento de la unidad política y el aumento de la violencia y el crimen?

- Por supuesto. Por dos razones: una es que las épocas de conflicto social desdibujan el límite entre lo que es protesta y lo que es delito. Aumenta la tolerancia a la violencia. Otra es que el delincuente es siempre oportunista. Cuando hay agitación y desorden político, gobiernos dedicados todo el día a tratar de no hundirse, eso viene aparejado con la pérdida de límites en todo ámbito, que facilitan actuar con impunidad. Estamos en tiempos violentos. Y se pondrán peores.

- ¿Tiene esto algo que ver con el aumento de la violencia en La Araucanía?

- Así es. Cuando la autoridad política está en el suelo todos aprovechan de darle como piñata a ver qué cae. Este oportunismo no necesariamente es violento -la mayoría de las actuales ocupaciones de predios por comunidades no lo son-, pero también ha sido el marco para formas de acción terrorista por grupos mapuches radicalizados. Todo mezclado, por cierto, con delitos como robo de madera y narcotráfico.

"Ejemplo de manual"

- Usted ha alertado sobre el peligro de la degradación clientelista de la política. ¿Podría ejemplificarla?

- La política clientelista es un truco de magia, se basa en comprar votos de los electores con su propia plata. La diputada Pamela Jiles es un ejemplo de manual: su plataforma política ha sido ejecutar la idea de Fernando Atria de los retiros de fondos previsionales, pero haciéndolo pasar por dádiva. La lógica detrás es puramente transaccional: votos por plata. Y luego salió con que si votan por ella "devolverá" esos fondos retirados. Y esa es su gran promesa de campaña. Hay método en su farándula.

El peligro es que cuando los ciudadanos dejan de pensar y actuar como tales, pronto los políticos los despojan de todas las libertades fundamentales. La lógica de dádivas por votos normalmente termina en sistemas donde el acceso a bienes fundamentales está determinado por tu lealtad política. Los pobres y la clase media terminan de vuelta en una factoría donde les pagan con fichas. Así es, en cierta medida, en Argentina, donde la recepción de subsidios estatales dependía de ir a las concentraciones kirchneristas. Y así es, en extrema medida, en Venezuela, donde quienes no militan con Maduro ni siquiera están siendo vacunados contra el covid.

- ¿Hay algún sector que se salve del clientelismo?

- El testimonio del diputado Pepe Auth al respecto es escalofriante: de izquierda a derecha, toda la clase política temerosa de que, si no "dan", pierden el escaño. Eso sin mencionar casos de indignidad ya pornográficos, como los de Walker o Silber.

- ¿Incluye en esto también al Gobierno?

- No. El Gobierno no ha sido populista. El problema es que parece hacer todo lo que está a su alcance para ser impopular. Muchas de las advertencias de la oposición respecto a la forma de organizar la ayuda durante la pandemia tenían harto sentido, especialmente respecto a los sectores más vulnerables. Es una cosa muy chilena preocuparse más de que no te hagan trampa que de la eficacia del mecanismo. Y así es que miles de familias nunca lograron acceder a la ayuda.

- Usted habla de "las vacas lecheras", a las que echan mano hoy en día en la clase política para sus "operaciones de transacción electoral": ahorros previsionales, impuesto a los súper ricos, royalty minero, FF.AA. ¿No observa nada de justicia social en alguna de estas causas?

- Todos estos asuntos pueden ser discutidos en su propio mérito. Pero el tema de la lógica clientelista no es la justicia, sino la titularidad de la dádiva. Por ejemplo, mucho más eficaz para recaudar más impuestos -y no por una vez, sino para siempre- sería cerrar vías de elusión tributaria. Pero eso suena fome, y no permite al político posicionarse discursivamente como un Robin Hood, que es lo que le interesa para adquirir votos. Esta mentalidad distorsiona por completo el objetivo y forma de las políticas públicas, pues en vez de orientarse al bien común, se orientan directamente al bienestar electoral del representante.

- ¿Qué vislumbra usted respecto al Banco Central, cuya autonomía se quiere reevaluar en una nueva Constitución por algunos sectores? ¿Podría explicarlo?

- Este tema es de una importancia central. Si nuestra clase política, corrompida por la lógica clientelista, se hace de la máquina de imprimir billetes, las clases que no tienen acceso a fuentes de ingreso y ahorro en otra moneda que la nacional -medias y bajas- están condenadas en el mediano plazo a la servidumbre o a la migración. Esto, porque, igual que con los retiros previsionales, ningún político se atreverá a llevar la contra y decir la verdad respecto a medidas como "alza de un 30% del sueldo mínimo" que son pagadas lisa y llanamente con inflación. Ese camino ya lo recorrió una vez Chile con Allende y vimos también lo que ha pasado en Venezuela. El resultado es un Estado pirata, que intercambia acceso a bienes fundamentales a cambio de servidumbre política. Es el fin de toda libertad para las clases trabajadoras. No para los ricos, por cierto, que viven en dólares, con un pie adentro y otro afuera del país. Algo decisivo y fundamental de nuestra constituyente, entonces, será mantener la autonomía efectiva del Banco Central. Y yo le diría a Fernando Atria y a Carlos Ruiz que si en verdad les importan los trabajadores del país, dejen de jugar con fuego en esta materia. Si las cosas salen mal, como en tantos otros temas, ellos y sus familias están blindados. Pero eso no es así para la mayoría de los chilenos.

- ¿Por qué nadie parece tener la fuerza para parar hoy en día "la compra de votos", como usted llama a lo que estamos viendo?

- Porque la legitimidad de la representación política está en ascuas y el político eso lo percibe. Casi nadie les cree nada. Entonces su última esperanza, si es que no se atreve a decir y reconocer la verdad, es mantener su posición ofreciendo cosas. Aquí se engatusó con tanta promesa y por tantos años a mucha gente, que hoy sólo te creen transacciones concretas y de corto plazo, que es simplemente otra forma, una forma final, de engaño.

- ¿Qué papel cumplen en este proceso las redes sociales? ¿Están sobreestimadas?

- Twitter, un espacio enano y elitista donde el 80% de los tuits políticos los produce el 10% de sus usuarios, es asumido como la voz del pueblo por políticos y periodistas. También por hartos académicos. Es una plataforma a medio camino entre la comunicación y el juego: el participante busca likes y retuits y para eso debe producir impacto en pocos caracteres. Es decir, hablar tonteras. Y luego esa lógica, que es la de la publicidad, ha desbordado a otros ámbitos de la vida cotidiana. Hemos comenzado a hablar en hashtags. Todo esto sumado al funismo virtual, que alimenta el escándalo y hace girar la máquina. ¿Cómo salir de ahí? ¿Cómo dejar de alimentar la bestia? Yo creo que es clave que académicos, periodistas y políticos se pregunten muy en serio si quieren seguir usando twitter de la forma en que lo hacen.

- ¿Cuál es el futuro de Chile que usted vislumbra?

- Vienen diez años muy malos. Cambiar el orden social es agotador y doloroso, aunque sea necesario. La pregunta es si lograremos salir de ellos con una mejor relación entre estructura institucional y estructura social, o si nos volveremos simplemente un Estado fallido. ¿Estará la clase media chilena de hoy en 15 años viviendo una vida más tranquila y plena, o estará migrando desesperada, cartón universitario en mano, a trabajar de taxistas o repartidores a otro país más estable y libre?

- ¿Una nueva Constitución no podrá conducir adecuadamente este caos, que usted describe?

- No creo. Será, muy probablemente, parte de él. Pero se puede ir corrigiendo mediante reformas. El tema es que no haya daños estructurales, como dañar la autonomía efectiva del Banco Central.

- ¿Qué debería ocurrir para que sus presagios no se cumplan?

- Necesitamos una tregua de élites, bajar la polarización de los grupos dominantes, y avanzar hacia un nuevo pacto entre clases, con un horizonte creíble de prosperidad progresiva. Crecer con igualdad, pero también en igualdad. Yo sigo esperando que algún líder de centroderecha se resuelva de una vez a cumplir el rol de Arturo Alessandri, a apropiarse de lo mejor de la tradición de la Concertación, y a construir un programa de bisagra entre un país pobre y estamental y uno democrático y de clase media. A seguir esperando, entonces.

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