Economía

La década en que vivimos en peligro

El fin del antiguo orden de la Guerra fría prometía un futuro de estabilidad. Sin embargo, en el vacío que dejó el colapso de los viejos esquemas y la transformación de las sociedades surgieron nuevas amenazas al panorama global.

Por: Renato García/María Gabriela Arteaga | Publicado: Martes 6 de diciembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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Comenzaba la década de 2010 y el mundo asistía esperanzado a una ola de movimientos civiles en Medio Oriente bautizado como la "Primavera Árabe". Pero esos sueños de apertura dieron paso rápidamente a una pesadilla. Los gobiernos locales reprimieron las demandas de democracia y las manifestaciones se transformaron en violentas confrontaciones. En pocas partes esos enfrentamientos fueron tan sangrientos como en Siria. Seis años después, la guerra civil se prolongaba todavía en ese país, provocando la muerte de miles de personas, arrastrando a las potencias occidentales a involucrarse en el conflicto y favoreciendo el surgimiento de ISIS, el despiadado sucesor de al-Qaeda que busca establecer un califato islámico mundial y que llevó su estrategia terrorista a niveles sin precedentes.

En medio de la fragmentación de grupos rebeldes, Estados Unidos se vio en el dilema de decidir entre apoyar al sanguinario gobierno de Bashar al-Assad, que contaba con el respaldo de Rusia, o a los rebeldes, cuyos nexos con ISIS no siempre estaban claros.

Con Washington paralizado tras una compleja campaña presidencial, las fuerzas oficialistas lanzaron su asalto final contra el último bastión rebelde en Alepo en lo que la ONU calificó como la peor catástrofe humanitaria de toda la guerra.

En Afganistán, en tanto, el retiro de EEUU dejó un vacío de poder y los talibanes se fortalecieron a medida que se derrumbaba la tregua patrocinada por Washington entre los líderes locales. En Irak, las tensiones entre kurdos, sunitas y shiítas terminaron por fragmentar al país, y en Libia, las milicias tribales se enfrentaron con grupos yihadistas por el poder.

Los civiles atrapados en medio de la violencia se vieron forzados a huir, con casi cinco millones de desplazados tan sólo en Siria, muchos de los cuales buscaron refugio en Europa. A medida que se acercaba el colapso final, las autoridades de la Unión Europea comenzaron a advertir que el éxodo aumentaría y con él también la amenaza de la llegada a la región de elementos radicalizados.

Tan sólo en 2015, más de un millón de inmigrantes entraron a Alemania, de los cuales 442 mil solicitaron asilo. Según cifras de la ONU, el número de desplazados llegó ese año a su nivel más alto desde la Segunda Guerra Mundial, superando los 65 millones.

En medio del estancamiento económico, la entrada de estos grupos se convirtió en una pesada carga para el Estado. El desempleo en la eurozona superó el 12% en 2013, y aunque en los años siguientes cayó en forma constante, para 2016 se mantenía por sobre los dos dígitos. España y Alemania lideraron la recuperación de la actividad en la región, pero Francia e Italia, la segunda y tercera economía del bloque, mantuvieron un crecimiento casi nulo.

La masiva entrada de inmigrantes también alimentó temores por la seguridad, a medida que se sucedían los ataques en países como Francia, Alemania y Bélgica, que tuvieron un papel activo en la ofensiva contra los yihadistas. En marzo de 2016, un atentado suicida dejó 32 muertos en el aeropuerto de Bruselas, y en Niza, otro ataque dejó 84 fallecidos a mediados de julio de ese mismo año.

Aunque en algunos casos comprobaron vínculos con organizaciones terroristas, en otros, los atacantes eran ciudadanos locales, hijos de inmigrantes. ISIS se supo aprovechar del malestar provocado por la creciente desigualdad para llamar a los individuos descontentos a radicalizarse y actuar como "lobos solitarios". En Francia, que fue un blanco reiterado, con siete atentados en apenas 18 meses, el primer ministro Manuel Valls hizo un llamado a la población a acostumbrarse a esa nueva realidad, advirtiendo que sería más difícil de controlar.

En medio de estas presiones, los gobiernos europeos volvieron a endurecer sus controles fronterizos, dejando en suspenso el acuerdo de Schengen, que establecía la libre circulación dentro del bloque y que era uno de los pilares de la Unión Europea.

En el Reino Unido, el rechazo a las políticas de libre circulación de trabajadores de Bruselas, llevó a los ingleses a aprobar en junio de 2016 la salida del bloque regional, o Brexit, una decisión que algunos temían que a la larga terminaría provocando el derrumbe de todo el pacto.

En Alemania, el descontento con el proyecto europeo llevó a la derrota del partido de la canciller Angela Merkel en las últimas elecciones de 2016 y avance del nacionalista AfD, que proponía seguir el mismo camino que Londres. Con el país confrontando elecciones parlamentarias en 2017, los principales partidos sintieron la presión por el ascenso de este grupo en los sondeos. Algo similar ocurrió con otros grupos populistas como el Frente Nacional en Francia y el Movimiento Cinco Estrellas (M5E) en Italia, países que también deberían recurrir a las urnas al año siguiente.

En Hungría, el primer ministro Viktor Orban había celebrado un referendo para rechazar las cuotas de refugiados establecidas por Bruselas y en 2015 levantó un muro para frenar la entrada de inmigrantes desde Serbia, una medida que fue luego replicada por Croacia.

El mismo dilema tuvo que enfrentar Austria, que se convirtió en uno de los países más transitados por los inmigrantes para llegar a Alemania. La formación liderada por Norbert Hofer, Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), era crítica a la apertura de sus fronteras y se fortaleció con el desgaste de los partidos mayoritarios, el terrorismo y el deterioro de las condiciones de vida de los ciudadanos.

Dinamarca era otra de las naciones europeas en la que los grupos populistas de derecha sumaron adeptos. En concreto, el Partido Popular Danés (DPP) casi duplicó sus votos en las elecciones de junio de 2015 a 21% de apoyo. Como en los casos anteriores, el ascenso de estos sectores radicales se explicó por un clima de opinión contrario a la inmigración creciente, el islamismo radical o una Europa federal.

En tanto, Francia, uno de los países más afectados por los ataques terroristas en los últimos años, las elecciones presidenciales fijadas para mayo de 2017 estarían marcadas por el avance del Frente Nacional. Tras los buenos resultados que cosecharon en las elecciones europeas de 2012, la formación de Le Pen continuó incrementando su apoyo entre los jóvenes y las clases trabajadoras de la nación gala. Para muchos, ella representaba un cambio; un cambio que ha sido la promesa de los ganadores en los comicios que se habían realizado durante los meses anteriores. Las proyecciones apuntaban a que Le Pen alcanzaría fácilmente a estar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales con un discurso que adquirió rango de respetabilidad al haberse instalado en el centro mismo del establishment francés.

Otra nación que se convirtió en una amenaza latente para el avance del populismo y el principio del fin de la Unión Europea es Italia, donde en diciembre de 2016 se celebraría un referendo en el que el primer ministro, Matteo Renzi, buscaba obtener la aprobación de su propuesta de reforma constitucional que planteaba grandes cambios y reducir notablemente el peso del senado, con el objetivo de abandonar el bicameralismo perfecto y de agilizar la tramitación de las leyes. Semanas antes del plebiscito, el primer ministro ya había prometido que si fracasaba renunciaría a su cargo, evocando lo ocurrido con el premier británico, David Cameron, tras el Brexit.

Ese panorama no sólo dejaba debilitada a la izquierda, sino que podía dar un gran impulso al Movimiento Cinco Estrellas en medio de la fragmentación de una derecha liderada por Silvio Berlusconi. Encabezado por el comediante Beppe Grillo, M5E es otro partido de corte populista que sacude el tradicionalismo político de una democracia consolidada.

Ya en las elecciones generales de 2013, fue el partido más votado, aunque la suma de las listas adheridas a otras formaciones lo relegó a la tercera posición en la representación parlamentaria. En Bruselas, los europarlamentarios del Movimiento comparten visiones con populistas inclinados hacia la derecha, como los Demócratas Suecos o el UKIP británico, pero también con el populismo de izquierda de Syriza, en Grecia, o Podemos, en España.

Pero no se trata sólo de un fenómeno europeo. En Estados Unidos, el presidente electo Donald Trump basó su campaña para las elecciones presidenciales en la promesa de expulsar a los inmigrantes ilegales, obligar a México a pagar por la construcción de un muro en la frontera y endurecer la vigilancia a los grupos islámicos en el país.

Los analistas de inmediato advirtieron que el éxito de Trump en Washington daría nuevas fuerzas y confianza a los grupos de extrema derecha en Europa.

El enemigo digital

A medida que los gobiernos se vieron presionados en casa, se sintieron tentados de endurecer los controles a sus ciudadanos, aprovechando las nuevas tecnologías. Esto los puso así en una ruta de colisión con las compañías del sector, y planteó un dilema entre la necesidad de aumentar la seguridad y el deseo de las personas de resguardar su privacidad.

El Parlamento europeo impulsó una nueva legislación para limitar la encriptación de las comunicaciones, lo que facilitaría a las fuerzas de seguridad acceder a cuentas de servicios como Facebook y WhatsApp, que en algunas oportunidades habían sido usadas por los terroristas para coordinar sus ataques o reclutar voluntarios. En EEUU, Google y Microsoft lideraron una campaña para detener una propuesta del Congreso que abriría el acceso a las cuentas de correo y a comienzos de 2016 un tribunal ordenó a Apple dar acceso al FBI a los datos del celular de un atacante.

Pero la tecnología no es sólo el campo de batalla por las libertades civiles, sino también puede ser un arma contra las mismas compañías.

Las autoridades de inteligencia en EEUU comenzaron a entregar información clave a las empresas para evitar que sus cadenas de abastecimiento sean víctimas de ataques provenientes de China, Rusia u otros gobiernos. El Kremlin, de hecho, fue el principal sospechoso de un hackeo que afectó a 20 mil correos del Partido Demócrata en EEUU y que golpeó la campaña electoral de 2016, y el presidente Vladimir Putin utilizó el incidente para cuestionar la candidatura de Hillary Clinton. Antes de las elecciones, el FBI advirtió que existía un riesgo real de que fueran blanco de un ciberataque.

A medida que aumentaba este tipo de amenazas, a comienzos de octubre de 2016, alcanzó capacidad operativa la Fuerza de Cíber Misión, un equipo del Pentágono conformado por 5 mil agentes capaz de lanzar ataques contra enemigos virtuales, aunque esta nueva arma del mundo tecnológico no estaría en plena capacida de operación hasta 2018.

Conflictos geopolíticos

Pero más allá de la estricta política y de la violencia ejercida por grupos terroristas, como el Estado Islámico, a fines de 2016 persistía al menos una decena de conflictos armados y de tensiones internacionales que amenazaban la seguridad mundial por su posibilidad de originar nuevas confrontaciones.

No sólo se sucedieron eventos en el altamente sensible territorio palestino-israelí, en Ucrania con la presencia rusa en su territorio, o las crisis post revueltas árabes de Yemen y Libia, sino que se endurecieron los enfrentamientos entre las Corea, y entre China y sus vecinos por el mar de la China Meridional.

El auge y caída de diferentes imperios, y los conflictos vividos en esa última región por años, provocaron que el dominio sobre la zona marítima haya oscilado durante siglos, dejando el tema de su soberanía poco claro.
Beijing venía reclamando lo que consideraba era su derecho histórico y Washington aumentaba su patrullaje militar en la zona hasta convertirse en la fuerza naval más poderosa del mundo.

El gobierno de Xi Jinping decidió impulsar una política de construcción de islas artificiales para afirmar su soberanía sobre la zona. Sin embargo, varios países más Filipinas, Vietnam, Malasia, Brunei y Taiwán reclamaron para sí parte o la totalidad del área oceánica que posee un alto valor geoestratégico y económico, ante la posible presencia de una gran cantidad de recursos naturales, especialmente petróleo y gas, que equivaldría entre el 60% y 70% de los hidrocarburos del lugar.

Además de esto, las aguas del mar Meridional acogen un tercio del tráfico mundial marítimo, valorado en más de US$ 8.000 millones, y contienen importantes reservas pesqueras que proveen de alimento a las poblaciones aledañas.

Esta última disputa se convirtió, de hecho, en uno de los problemas más álgidos de este período, agitando los vientos de un posible choque armado de gigantes.

El riesgo en los mercados

La amenaza a la seguridad mundial se trasladó también a las urnas. Sin duda, 2016 quedó marcado por eventos que amenazaron por meses la tranquilidad, instalando la incertidumbre y la volatilidad en los mercados.

A mediados de ese año, el mapa global quedó completamente reescrito con nuevas reglas comerciales en toda Europa, tras el referendo que el 23 de junio se llevó a cabo en el Reino Unido para decidir que, después de 43 años, el país saldría de la Unión Europea (UE).

La consulta dejó al bloque de 28 países en medio de un proceso inédito e imprevisible que, desde su inicio, acechó con turbulencia y una potencial crisis para la nación, el continente y la economía mundial.

La decisión que debía tomar forma a partir de marzo de 2017 cuando estaba previsto que la primera ministra Theresa May debía activar el Artículo 50 llevaría consigo, además, el riesgo de la interrupción del libre tránsito de bienes, servicios y personas entre el país británico y el resto de sus vecinos.

La consecuencia más inmediata: un mercado en desatado descenso. En los cinco meses posteriores a la consulta, la libra se desplomó, el precio de las viviendas bajó, y los bancos y las empresas amenazaron con desplazar sus oficinas lejos del Reino Unido.

Fue, sin dudas, un proceso que sentaría precedentes y que si bien el Grexit (en Grecia) lo asomó en 2015, el Brexit lo estableció: la Unión Europea tenía una puerta de salida que podría transformar la ambición, las prioridades y el reaccionar de fuerzas euroescépticas en todo el continente. Dependiendo de cómo sus miembros responderían, quedaría delineada la política en los años por venir.

Así, la salida británica se convertió en la escisión económica más significativa entre las economías más grandes desde la Segunda Guerra Mundial, pero además sumió al Viejo Continente en una etapa convulsionada políticamente, en la que la identidad europea quedaría bajo duda y su unidad cuestionada.

Para los expertos, el mayor riesgo es que si la salida del Reino Unido resultaba un proceso exitoso, la isla británica marcaría el camino para que otros euroescépticos siguieran su ejemplo.

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