Economía

Para Soros, la democracia está en crisis: "Hasta EEUU eligió para presidente a un maestro de la estafa"

"Las sociedades abiertas están en crisis, y diversos tipos de sociedades cerradas están en ascenso", expuso.

Por: George Soros, fundador de Soros Fund Management | Publicado: Martes 3 de enero de 2017 a las 04:00 hrs.
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Mucho antes de que Donald Trump fuera electo presidente, envié a mis amigos una tarjeta que decía: “Estos no son tiempos normales. Mis mejores deseos en un mundo atribulado”. Ahora siento que debo compartir este mensaje con el resto del mundo. Pero antes, debo contarles quién soy.

Soy un judío húngaro de 86 años naturalizado estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial. A muy temprana edad, aprendí la importancia del régimen político en el que uno vive. La experiencia formativa de mi vida fue la ocupación de Hungría por la Alemania de Hitler. Probablemente habría perecido, si no fuera porque mi padre comprendió la gravedad de la situación y consiguió identidades falsas para su familia y muchos otros judíos.

En 1947 huí de Hungría a Inglaterra. Como estudiante de la Escuela de Economía de Londres, recibí la influencia del filósofo Karl Popper, y desarrollé mi propia filosofía, basada en dos pilares gemelos: la falibilidad y la reflexión. Distinguí dos clases de regímenes: aquellos donde la gente elige a sus líderes para que estos velen por sus intereses, y los otros donde los gobernantes tratan de manipular a sus súbditos en beneficio propio. Denominé a las sociedades del primer tipo “abiertas” y a las del segundo “cerradas”. Me convertí en un activo promotor del primero y opositor al segundo.

Pienso que el momento actual de la historia es muy penoso. Las sociedades abiertas están en crisis, y diversos tipos de sociedades cerradas (desde dictaduras fascistas hasta estados mafiosos) están en ascenso. ¿Cómo pudo suceder? La única explicación que encuentro es que los líderes electos no consiguieron satisfacer las legítimas expectativas de los votantes, y que este fracaso llevó al desencanto con las versiones de democracia y capitalismo imperantes. Muchos sintieron que las élites les habían robado la democracia.

Tras el derrumbe de la Unión Soviética, EEUU quedó como la única gran potencia, con un compromiso a partes iguales con los principios de democracia y libre mercado. Desde entonces, la principal transformación ha sido la globalización de los mercados financieros, cuyos partidarios sostenían que la riqueza mundial aumenta, ya que aun compensando a los perdedores, a los ganadores siempre les quedaría un excedente.

Era un argumento engañoso, porque no tuvo en cuenta que los ganadores casi nunca compensan a los perdedores. Pero los potenciales ganadores gastaron en la promoción del argumento dinero suficiente para que prevaleciera. Fue una victoria para los creyentes en la libre empresa irrestricta, o “fundamentalistas del mercado”, como los denomino. Como el capital financiero es un ingrediente indispensable del desarrollo económico, y pocos países en desarrollo podían generar capital suficiente por sí mismos, la globalización se extendió como un incendio forestal. El capital financiero consiguió desplazarse sin trabas, impuestos ni regulaciones.

La globalización tuvo amplias consecuencias económicas y políticas. Produjo cierta convergencia económica entre países pobres y ricos, que resultó beneficiosa; pero aumentó la desigualdad dentro de cada país, pobre o rico. En el mundo desarrollado, los beneficios se concentraron en los poseedores de grandes sumas de capital financiero, que constituyen menos del 1% de la población. La falta de políticas redistributivas es la fuente principal de insatisfacción. Pero hubo otros factores, particularmente en Europa.

Yo fui un partidario entusiasta de la Unión Europea desde sus inicios. La consideré la encarnación de la idea de sociedad abierta: una asociación de estados democráticos dispuestos a sacrificar parte de su soberanía por el bien común. Comenzó siendo un experimento audaz de lo que Popper denominó “ingeniería social gradual”. Los líderes pusieron un objetivo alcanzable y un plazo, y movilizaron la voluntad política necesaria para llegar allí, sabiendo perfectamente que cada paso demandaría otro más. Así fue como la Comunidad Europea del Carbón y el Acero se convirtió en la UE.

Pero entonces pasó algo terrible. Tras la debacle de 2008, una asociación voluntaria de iguales se transformó en una relación entre acreedores y deudores, donde los primeros fijaban las reglas y los segundos tenían dificultades para cumplir. Esa relación no era ni voluntaria ni entre iguales.

Alemania se convirtió en la potencia hegemónica, pero no estuvo a la altura de sus obligaciones, en concreto, mirar más allá de su estrecho interés propio para ver los intereses de aquellos que confían en su liderazgo. Comparemos la conducta de EEUU tras la Segunda Guerra Mundial con la de Alemania tras la debacle de 2008: EEUU lanzó el Plan Marshall, que condujo a la creación de la UE; Alemania, en cambio, impuso un programa de austeridad que sólo atendía a sus intereses.

Antes de la reunificación, Alemania fue la principal fuerza motriz de la integración europea: siempre dispuesta a ceder un poquito para complacer a los que oponían resistencia. ¿Se acuerdan del aporte de Alemania para cumplir las demandas de Margaret Thatcher sobre el presupuesto de la UE?

Pero la reunificación de las dos Alemanias resultó demasiado cara, y al llegar la caída de Lehman Brothers, Alemania ya no se consideraba suficientemente rica para asumir obligaciones adicionales. Cuando los ministros de finanzas europeos declararon que no se permitiría la bancarrota de ninguna otra institución financiera con importancia sistémica, la canciller Angela Merkel (interpretando correctamente los deseos de su electorado) declaró que cada estado miembro debería hacerse cargo de sus propias instituciones. Fue el inicio de un proceso de desintegración.

Después de eso, la UE y la eurozona se volvieron cada vez más disfuncionales. El Tratado de Maastricht dejó de reflejar las condiciones imperantes, pero introducirle cambios se fue haciendo cada vez más difícil, hasta tornarse imposible, por su falta de ratificación. La eurozona se convirtió en víctima de normas anticuadas, cuya muy necesaria reforma sólo era posible hallando vacíos legales. Las instituciones se hicieron cada vez más complicadas y se perdió el apoyo de los electorados. El ascenso de los movimientos euroescépticos se sumó como un obstáculo más al funcionamiento de las instituciones. Y en 2016, el proceso de desintegración recibió un fuerte impulso, primero con el Brexit, después con la elección de Trump, y el 4 de diciembre con el rechazo de los votantes italianos a una reforma constitucional.

Ahora la democracia está en crisis. Hasta EEUU, la principal democracia mundial, eligió para presidente a un maestro de la estafa. Si bien tras resultar electo Trump le bajó el tono a su retórica, no cambió de conducta ni de asesores. Su gabinete está formado por extremistas incompetentes y generales retirados.

¿Qué nos aguarda? Tengo fe en que la democracia estadounidense demostrará su resiliencia. Su Constitución y sus instituciones son suficientemente fuertes para resistir los excesos de la rama ejecutiva e impedir que un aspirante a dictador se convierta en un dictador hecho.

Pero, en el futuro inmediato, estará sumido en luchas internas y las minorías atacadas sufrirán, y no podrá proteger y promover la democracia en el resto del mundo. Por el contrario, Trump mostrará más afinidad con dictadores; algunos podrán pactar con EEUU y otros seguir haciendo de las suyas sin interferencia. Trump preferirá el acuerdo a la defensa de principios, algo que, por desgracia, le valdrá el apoyo de su núcleo de simpatizantes.

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