Economía

Raghuram Rajan: Democracia, inclusión y prosperidad

Por: Raghuram Rajan Ex economista jefe del FMI | Publicado: Martes 3 de enero de 2017 a las 04:00 hrs.
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Es una verdad de perogrullo que, en todas las latitudes, las personas desean vivir en un país seguro y próspero donde disfruten de libertad de pensamiento y acción, y puedan ejercer el derecho democrático a elegir su gobierno. Sin embargo, el mundo enfrenta una pregunta cautivadora en 2017 y los años venideros: ¿cómo podemos estar seguros de que la libertad política y la prosperidad económica van de la mano?

El politólogo estadounidense Francis Fukuyama ha sostenido que las democracias liberales, junto con la libertad política y éxito económico de dichas democracias, se sostienen sobre tres pilares: un gobierno fuerte, el Estado de derecho y la rendición democrática de cuentas. Quisiera añadir un cuarto: los mercados libres.

Un gobierno fuerte no significa simplemente poder militar o un aparato de inteligencia eficiente. Por el contrario, un gobierno fuerte debe traducirse en una administración efectiva y justa, en otras palabras, una “gobernanza buena”.

El Estado de derecho significa que un gobierno se verá limitado por lo que los ciudadanos de India denominarían dharma, un código de comportamiento moral que es ampliamente comprendido por la población, cuyo cumplimiento es exigido por las autoridades religiosas, culturales o judiciales.

La rendición de cuentas democrática significa que los gobiernos deben ser popularmente aceptados, y los ciudadanos deben estar empoderados para reemplazar a los gobernantes corruptos o incompetentes.

Pero ¿qué hace que surja un gobierno fuerte? Los libertarios predican que el mejor gobierno es el que gobierna lo menos posible, es decir aquel que actúa como un “vigilante nocturno”, que se limita a garantizar la seguridad de la vida, la propiedad y los contratos. Los marxistas creen, como Friedrich Engels, que una vez que la victoria del proletariado termina con el conflicto de clases, “el gobierno de las personas es sustituido por la administración de las cosas”. Ambos puntos de vista están equivocados: todas las economías necesitan un gobierno fuerte para desarrollarse y prosperar.

Sin embargo, los gobiernos fuertes no pueden avanzar en la dirección correcta. Hitler proporcionó a Alemania una administración efectiva: los trenes funcionaban de manera puntual. Sin embargo, puso a Alemania en camino a la ruina, anulando el Estado de derecho, sin el cual la democracia puede conducir a la tiranía de la mayoría (al fin y al cabo, fue elegido por votación).

Por el contrario, cuando se combina con el Estado de derecho, la rendición de cuentas democrática garantiza que el gobierno responda a los deseos de sus ciudadanos. Por supuesto, los diversos grupos y los intereses organizados no siempre verán sus programas convertidos en políticas; sin embargo, las instituciones democráticas son esenciales ya que permiten la canalización no violenta de quejas.

No podemos ignorar la influencia de la historia. Como señala Fukuyama, China ha experimentado largos períodos de caos. La competencia militar desenfrenada llevaba a que los grupos se organizasen a sí mismos como unidades militares jerárquicas, con gobernantes que ejercían un poder ilimitado. Cuando un grupo, finalmente, salía victorioso, imponía su gobierno autocrático y centralizado para cerciorarse de que el caos no regresara. Y ejercer control sobre una enorme área geográfica requería de una burocracia de élite bien desarrollada. Por eso surgieron los mandarines. En los momentos en los que la China se encontraba unida, tenía un gobierno irrestricto y efectivo. Sin embargo, tal como argumenta Fukuyama, China no tenía fuentes alternativas de poder, que emanaran de la religión o la cultura, para apuntalar el Estado de derecho.

En Europa Occidental, por el contrario, la iglesia cristiana impuso límites a lo que el gobernante podía hacer. Por lo tanto, la competencia militar, unida a las restricciones impuestas por el derecho canónico, condujo al surgimiento de un gobierno que, a la vez, es fuerte y sustenta un estado de derecho.

En India, el sistema de castas garantizó que poblaciones enteras no pudiesen nunca dedicarse al esfuerzo bélico. Por esta razón las guerras en India nunca fueron tan duras como en China. De igual forma, los códigos de comportamiento justo que emanan de las antiguas escrituras indias han limitado históricamente el ejercicio arbitrario del poder por parte de los gobernantes. Como resultado, los gobiernos de India rara vez son autocráticos.

La historia no se traduce en destino, pero sí influye, y es una interrogante eterna por qué India adoptó la democracia, mientras algunos de sus vecinos con pasados similares no. En vez de especular sobre las razones, permítanme referirme a la relación entre democracia y libre mercado.

Tanto la democracia como la libre empresa crean y prosperan dentro de un ámbito de competencia. Pero, si bien la democracia trata a las personas individuales de manera igualitaria, el sistema de libre empresa otorga poder a las personas sobre la base de sus ingresos. Por lo tanto, ¿qué es lo que impide que el elector promedio en una democracia vote a favor de despojar de sus riquezas a los ricos?

Una razón por la cual el votante promedio acepta proteger la propiedad de los ricos e imponerles impuestos moderados puede ser que dicho votante promedio ve a los ricos como creadores de prosperidad para todos. Cuando los ricos son más ociosos o más corruptos, el votante promedio se inclinará por regulaciones duras e impuestos punitivos.

En algunos mercados emergentes, los oligarcas se volvieron ricos debido a que manejaron bien el sistema, no debido a que manejaron bien sus negocios. Cuando el gobierno va tras estos magnates ricos, pocas voces protestan y como resultado el gobierno puede llegar a ser más autocrático.

Un sistema competitivo de libre empresa, con igualdad de condiciones para todos, minimiza este riesgo, al permitir que los más eficientes adquieran riqueza. El proceso de destrucción creativa reemplaza la riqueza mal administrada que se heredó con riqueza nueva y dinámica. La gran desigualdad, surgida a lo largo de generaciones, no se convierte en una fuente de resentimiento popular. En cambio, todos pueden soñar que ellos, también, llegarán a convertirse en el próximo Bill Gates.

La dificultad que se presenta en un número de democracias occidentales es que el campo de juego está siendo inclinado. Para muchos en la clase media, la prosperidad parece inalcanzable, debido a que una buena educación es inasequible. La creciente percepción de injusticia está erosionando el apoyo al sistema de libre empresa.

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