Economía

Bloomberg: Las protestas en Chile no son iguales que otras en Latinoamérica

Los líderes parecen haberse quedado atrás respecto de la sociedad, que quiere un alivio a las indignidades cotidianas y mejoras más rápidas de lo que pueden ofrecer reformas bien intencionadas.

Por: Bloomberg | Publicado: Miércoles 23 de octubre de 2019 a las 13:56 hrs.
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Foto: Reuters
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Mac Margolis

Después de una semana de desmanes, es tentador concluir que Chile está siguiendo los pasos de sus vecinos latinoamericanos de caer en las garras de la ira pública y la apatía política. Pero habría que evitar esa tentación.

Sin duda, el caos que asedió a la nación andina durante el fin de semana tras un modesto aumento en las tarifas del metro (15 muertos, cientos de detenidos y las calles ocupadas por soldados) parece demasiado familiar.

Los problemas específicos varían en América, pero la ola de protestas, vandalismo y saqueos muestra que la furia es una aflicción por la igualdad de oportunidades. Las duras medidas fiscales y el manejo irresponsable ayudaron a desencadenar protestas masivas en Argentina, Ecuador y Honduras este año.

El año pasado, los camioneros brasileños casi paralizaron al país por un aumento en los precios del combustible. Los gritos de "fraude" sonaron en las calles bolivianas a principios de esta semana cuando el Tribunal Supremo Electoral suspendió inexplicablemente el conteo de los votos de las elecciones presidenciales del domingo, en las que tanto el titular Evo Morales como sus oponentes están denunciando fraude.

Sin embargo, la cólera en Santiago, Concepción, Rancagua, Punta Arenas y otras ciudades importantes de Chile es cualitativamente diferente. En muchos sentidos, estas ciudades fueron víctimas de los éxitos de Chile: metrópolis sofisticadas, sedes de sus mejores universidades, sistemas de transporte decentes y la más alta calidad de vida.

El estado de caos atestigua la complacencia de los líderes nacionales, que se ufanaban de los laureles continentales de Chile. Los chilenos quieren más que ser el más afortunado en un grupo de países con problemas o la sede de pactos mundiales, como la inminente cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC).

El fracaso del presidente Sebastián Pinera en comprender esas aspiraciones lo ha convertido a él y a gran parte del establishment político en objetivos fáciles y ha estropeado la positiva reputación de Chile.

Motivos ciudadanos

Los chilenos tienen motivos para el descontento. Pero un modelo económico equivocado no es uno de los pecados de Chile. A pesar del débil crecimiento, el PIB probablemente se expandirá 2,5% este año y 3% en 2020, muy por encima del promedio regional. La inflación es baja y el desempleo no se ha disparado (a pesar de que una avalancha de inmigrantes ha ayudado a reducir los salarios).

Tampoco las desgracias más profundas son los probables culpables, como algunos sugieren. La desigualdad de ingresos, aunque todavía porfiadamente alta para los estándares de las naciones ricas que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), viene reduciéndose desde hace varios años. La pobreza también continúa disminuyendo, incluso mientras empeora en toda la región.

¿Qué pasa con la corrupción? Aunque difícilmente están exentos de corrupción y fraude, los escándalos de los titulares en Chile parecen modestos en comparación con los que provocaron la reacción violenta contra el establishment gobernante en Argentina, Brasil, Ecuador y Perú. Chile es la principal economía sudamericana que ha escapado de la maldición de Odebrecht, el gigante contratista brasileño que convirtió el pago de coimas en una forma de arte latinoamericana.

Por supuesto, la democracia chilena es defectuosa y algunas de sus reformas se han quedado cortas. Aún así, los chilenos son los segundos más optimistas en América Latina sobre su progreso social después de los bolivianos, y lideran la región en la percepción de bienestar económico. Solo el 16% se describe como mal económicamente.

Los chilenos tampoco comparten el pesimismo de sus vecinos por la democracia representativa. Casi seis de cada 10 chilenos (58%) dicen que apoyan la democracia, en comparación con el promedio latinoamericano de menos de la mitad (48%). Sólo 15% dice que son indiferentes a la democracia frente a cualquier otra forma de gobierno. A pesar de todo el malestar en la escena pública, el país ocupó el puesto 26 de las 156 naciones que figuran en el último Informe de Felicidad Mundial de Gallup.

Entonces, si no es la corrupción, la economía o la brecha entre ricos y pobres, ¿que fue lo que salió tan mal como para enviar a decenas de miles de personas a las calles, al presidente Sebastián Piñera a declarar estado de emergencia y enviar tanques a las calles por primera vez desde la dictadura de Augusto Pinochet?

Como la región

Aquí es donde los problemas de Chile vuelven a los de la región. Desde Quito hasta Santiago, y desde La Paz hasta Buenos Aires, los líderes parecen haberse quedado atrás respecto de la sociedad, que quiere un alivio a las indignidades cotidianas y mejoras más rápidas de lo que pueden ofrecer reformas bien intencionadas.

Si bien Chile tiene un buen puntaje según muchas métricas oficiales, los números no cuentan toda la historia. "Chile ha mejorado las condiciones generales de vida y ha reducido la pobreza, pero los promedios también ocultan cosas", dijo el economista de la Universidad de los Andes, Juan Nagel. "Todavía hay una sensación de dos Chiles que coexisten en fuerte contraste".

Los chilenos pueden estar cansados ​​de escuchar que son los mejores entre los más pobres. El sistema educativo de Chile es uno de los mejores de Latinoamerica, pero el peor de la OCDE, cuyos logros el país aún no ha emulado. La innovación y la productividad también han decepcionado.

Asimismo, el metro de Santiago es una joya y justificadamente el orgullo del transporte público latinoamericano. Sin embargo, al decirle a los chilenos, como lo hizo Piñera sobre las protestas, que "estamos en guerra", o que los viajeros molestos por las alzas de tarifas podrían despertarse más temprano para evitarlas, como sugirió el ministro de Economía, la clase gobernante se ha mostrado sorda.

Piñera tampoco se hizo un favor al jactarse antes de que Chile era "un oasis" de economía equilibrada y estabilidad democrática en un continente sacudido por la recesión, el populismo y la agitación política.

Piñera no ordenó a los chilenos pagar más por viajar en el metro por capricho neoliberal. Lo hizo una junta independiente de burócratas, basada en una fórmula técnica. Pero si los líderes latinoamericanos han aprendido algo últimamente, es la distancia entre tener razón y ser político.

El mismo tipo de tecnocracia llevó al argentino Mauricio Macri a apostar que la contención fiscal incremental era una reforma suficiente, y a Lenin Moreno, de Ecuador, a deshacerse súbitamente de los subsidios al combustible apostando a que una eventual compensación a los pobres le compraría apoyo.

Ambos líderes bien intencionados interpretaron mal los mercados financieros y el espíritu de la época, logrando principalmente desacreditar el reformismo. Al igual que ellos, Piñera ha tenido que revertir sus medidas -desde entonces se disculpó, descartó el alza de las tarifas y apeló al "diálogo"- y luchar por su supervivencia política.

Piñera podría reflexionar sobre los dolores de uno de sus vecinos. En 2013, los brasileños se enfurecieron contra un aumento igualmente modesto en las tarifas de los autobuses. Allí, también, los expertos estaban desconcertados: la calidad de vida había mejorado, mientras que la pobreza y la desigualdad se habían desplomado en años anteriores. Investigaciones recientes muestran que aquellos que participaron en esas protestas estaban mucho mejor que aquellos que la rechazaban.

Tal vez fue la visión de potencial y progreso lo que preparó a Brasil para una caída cuando las expectativas se deterioraron y los líderes políticos tuvieron un desempeño decepcionante. "La evidencia nos dice que la disminución de la desigualdad puede ser problemática, especialmente cuando los políticos pierden apoyo", dijo el economista brasileño Marcelo Neri, de la Fundación Getulio Vargas.

Chile conoce esa situación. Los estudiantes rebeldes sitiaron al primer gobierno de Piñera (2010-2014) con sus protestas masivas por la educación superior universal gratuita. Ganaron esa batalla, presionando al Congreso a restablecer la universidad libre de matrícula para personas de bajos ingresos en 2016. También ganaron el derecho a transporte público rebajado y, por lo tanto, quedaron exentos de la reciente subida de tarifas del metro.

Ahora la juventud de Chile está de vuelta en las barricadas. Su último estallido sugiere que quieren mucho más que un asiento barato en el metro.

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