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Ascenso de las mujeres en la política: ¿Combustible para el populismo?

La furia masculina por los movimientos de reinvindicación de derechos de las mujeres parece estar detrás del alza de líderes con discursos misóginos.

Por: Gideon Rachman | Publicado: Martes 2 de octubre de 2018 a las 04:00 hrs.
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Las explicaciones más populares para el alza del populismo se han enfocado en la desigualdad y la raza. Pero la tormenta que rodea a la nominación de Brett Kavanaugh a la Corte Suprema de Estados Unidos apunta a un tercer factor: la furia masculina.

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Los roles de género tradicionales están siendo desafiados, lo que ha dejado a muchos hombres temiendo una pérdida de poder y estatus. Ese miedo es visible en el tono misógino de los movimientos populistas en EEUU, Brasil, Filipinas e Italia.

La violenta reacción masculina encuentra expresión no sólo en debates relativamente civilizados sobre las mujeres en el trabajo o los roles de género en casa. Como destaca la audiencia de Kavanaugh, rápidamente se mueve al tema más crudo y emotivo de todos: la violencia sexual.

Rodrigo Duterte, el presidente de Filipinas, y Jair Bolsonaro, el candidato que encabeza las encuestas de cara a las elecciones presidenciales en Brasil, han incorporado burlas sobre las violaciones en su retórica política. Matteo Salvini, la figura dominante del gobierno italiano, ha usado insultos sexuales para denostar a políticas mujeres.

Referencias sexuales

Bolsonaro una vez aseguró que a Maria do Rosário, una política brasileña, “no valía la pena violarla, es muy fea”. Más de 3 millones de mujeres se han unido a un grupo online para oponerse a su candidatura, con el hashtag #elenão (él no). Con la primera vuelta programada para el 7 de octubre, cientos de miles de mujeres se manifestaron en contra de Bolsonaro en las calles de Río de Janeiro y Sao Paulo.

Duterte una vez bromeó sobre la violación grupal y el asesinato de una misionera australiana, sugiriendo que, ya que él era alcalde de la ciudad en que pasó, a él debió permitírsele ir primero (el presidente estadounidense Donald Trump ha dicho desde entonces que tiene una “gran relación” con el líder filipino).

Salvini, el viceprimer ministro de Italia y un admirador de Trump, también se ha burlado de políticas mujeres. En 2016, en un evento político, apuntó a una muñeca sexual en el escenario y aseguró que era una “doble” de Laura Boldrini, quien entonces era presidenta de la cámara de diputados de Italia. En una entrevista reciente con Politico, Boldrini dijo que ha recibido numerosas amenazas de violación y de muerte en años recientes, agregando que los populistas de Italia habían apuntado a ella porque “yo era una mujer y estaba abogando por los refugiados, derechos humanos y los derechos de las mujeres”.

Como sugiere Boldrini, el uso de retórica misógina degradante parece ser una respuesta directa al ascenso de políticas mujeres poderosas. Es sugerente que Bolsonaro haya logrado protagonismo justo después de la presidenta de Dilma Rousseff, la primera mujer en liderar Brasil. Y Trump compitió contra Hillary Clinton, quien pudo ser la primera mujer presidenta de EEUU.

Mensaje a votantes

Ante los estándares inmorales de Duterte, Salvini y Bolsonaro, el lenguaje misógino de Trump está relativamente contenido. Pero podría haber servido un propósito político similar: enviar un mensaje a votantes masculinos furiosos de que estaba de su lado.

Reconocidos comentaristas, incluyendo a republicanos prominentes, asumieron que los comentarios de Trump sobre agarrar a mujeres “por los genitales” lo dañarían en la carrera presidencial. Pero algunos hombres probablemente se deleitaron con sus palabras de macho que desafiaban los tabú. Un 53% de los hombres estadounidenses (y 62% de los hombres blancos) votaron por Trump.

El mandato de Trump ha coincidido con el movimiento #MeToo en contra del acoso sexual, que ha terminado con las carreras de algunos hombres prominentes en Hollywood, los medios, los negocios y la política. Pero el alza del #MeToo también podría haber provocado la reacción masculina que ha alimentado al populismo. El senador Lindsey Graham, uno de los defensores más vocales de Kavanaugh, adoptó el lenguaje de victimización cuando dijo durante la audiencia de confirmación del juez: “Soy un hombre blanco soltero de Carolina del Sur y me dicen que me debo callar. Pero no me voy a callar, si eso está bien”.

Muchos demócratas están encontrando consuelo en el pensamiento de que, incluso si Kavanaugh es confirmado, la controversia le pasará la cuenta a los republicanos en las elecciones de mitad de período. Una encuesta reciente sugirió que las mujeres blancas ahora se inclinan hacia los demócratas por un margen de doce puntos.

Pero algunos republicanos creen que las audiencias de Kavanaugh podrían favorecerles, al movilizar a los votantes masculinos. James Robbins, un exfuncionario de la administración de George W. Bush, advirtió a los hombres que si los “demócratas ganan con Kavanaugh... cualquier hombre podría enfrentar acusaciones sin pruebas aceptadas automáticamente como hechos”.

La inquietud por las implicancias del #MeToo también salieron a la superficie en bastiones del EEUU liberal. En semanas recientes, Harper y New York Review of Books han publicado artículos angustiados de hombres que perdieron sus carreras tras múltiples acusaciones de maltrato a mujeres.

Estas controversias dentro del EEUU culto son insignifcantes en comparación con el drama de las audiencias de Kavanaugh, o con la brutalidad machista de la política en Italia o Filipinas. Pero demuestran el poder de polarizar que tienen los debates de género en la política y la sociedad. Y si hay algo de lo que se alimenta el populismo es de la rabia y la polarización.

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