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Columna del FT: Cómo el populismo calentará la lucha climática

Por: | Publicado: Lunes 27 de enero de 2020 a las 04:00 hrs.
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"Todos sabemos qué hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos una vez que lo hemos hecho". Jean-Claude Juncker, el entonces primer ministro de Luxemburgo, emitió esta advertencia dolorosamente profética en 2013.

Efectivamente, los programas de austeridad que siguieron al colapso global provocaron una tormenta populista de la que la antigua política todavía tiene que recuperarse. La historia corre el peligro de repetirse. Como diría Juncker, los políticos saben lo que tienen que hacer en cuanto al cambio climático, pero hay que tener cuidado con los “chalecos amarillos”.

El éxito de los movimientos populistas que han desestabilizado los antiguos regímenes de Europa se basa en la percepción, más que medio cierta, de que quienes están en la parte más baja de la sociedad se vieron agobiados por la responsabilidad de rescatar a las élites responsables de la crisis financiera. Los “olvidados”, más que los banqueros, soportaron la peor parte de la austeridad.

Consideremos ahora la reducción de las emisiones de carbono. El mismo grupo -los de bajos ingresos que viven en ciudades y pueblos provinciales- son los primeros en sufrir las consecuencias.

A pesar de la aparición de Donald Trump en Davos, la falsa guerra acerca del clima ha llegado a su fin. De una forma u otra, el calentamiento global va a radicalmente transformar nuestras economías y nuestras sociedades. La opinión pública ya no permitirá que los políticos eviten las críticas con palabras vacías, un puñado de parques eólicos e incentivos fiscales para los automóviles eléctricos.

Los intensos incendios forestales en Australia, el derretimiento de los glaciares en Groenlandia y los desconcertantes cambios en los patrones climáticos en casi todas partes han desarmado a todos, excepto a los más férreos negadores del cambio climático.

Mirada empresarial

Las empresas también están descubriendo que un gesto simbólico dirigido a la sostenibilidad es insuficiente.

Como siempre, ha habido una gran cantidad de fanfarronería en Davos, pero los directorios de las firmas también sienten una presión real para que tomen en serio el calentamiento global.

Los accionistas y las partes interesadas quieren saber cómo están haciendo que sus negocios sean favorables para el clima; los inversionistas están comenzando a rechazar la industria de los combustibles fósiles; y a las compañías, tanto grandes como pequeñas, se les está pidiendo que realicen auditorías ecológicas.

Nada de esto hace que la política sea más fácil. Incluso si las promesas hechas por docenas de gobiernos para alcanzar un mundo de cero emisiones netas de carbono para 2050 parecen irremediablemente ambiciosas, el cambio político prometido es inmenso. Los códigos impositivos deberán reescribirse comenzando de la nada. Las empresas tendrán que medir y reducir el contenido de carbono en cada punto de sus cadenas de suministro. Las instituciones financieras ya están bajo presión para reducir su exposición a los combustibles fósiles. Dentro de poco, cada firma será calificada según su huella de carbono.

Sin embargo, los automovilistas tendrán dificultades para aceptar que el motor de combustión interna ya no es popular, al menos hasta que alguien invente una batería barata que cubra una distancia aceptable. El cambio del carbón, del petróleo y del gas a la energía sostenible requerirá el reemplazo de cientos de millones de sistemas de calefacción domésticos. Los vuelos baratos desaparecerán. Un cambio del consumo de carne a productos de origen vegetal no originará un aplauso universal; tampoco lo harán los aumentos de impuestos necesarios para financiar el transporte público decente y un mejor aislamiento térmico de los edificios.

Los políticos piensan que la forma de hacer esto aceptable es incluir los cambios en los “pactos verdes”: enormes paquetes calculados para aprovechar el dinero público y privado; recalibrar impuestos, subsidios e incentivos; y compensar a los mayores perdedores.

Efecto populista

Pero, hasta donde puedo ver, nadie ha ideado planes para compensar el costo que esto representará para las personas a las que más va a afectar: aquellos que necesitan conducir para ir a trabajar en los autos que consumen más bencina y que generan más carbono; los hogares con menos probabilidades de tener un aislamiento térmico decente o el reemplazo de los calentadores que funcionan con combustibles fósiles; y las personas para quienes los viajes aéreos baratos significan la oportunidad de tomar sus vacaciones anuales.

Éstos son los votantes a quienes Trump les habló en Davos cuando atacó a los “alarmistas” ambientales; y los mismos que han impulsado el surgimiento de partidos populistas de extrema derecha e izquierda en toda Europa.

Si alguien duda su enojo, sólo necesitan considerar el movimiento de los “chalecos amarillos” en Francia, cuyas protestas en contra de Emmanuel Macron comenzaron con un aumento en los impuestos a los combustibles.

Los “olvidados” ya han sido estafados por la globalización y robados por los banqueros. No están de humor para que se les engañe de nuevo. La pregunta es si los liberales que lideran el movimiento de la descarbonización están listos para financiar las grandes transferencias de ingresos necesarias para que sea políticamente sostenible.

Los políticos saben lo que tienen que hacer sobre el problema, pero deben tener cuidado con los “chalecos amarillos”.

 

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