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¿Cómo convivir con los “verdaderos creyentes”?

No es la pobreza la que convierte a las personas en verdaderos creyentes; es la frustración. Es ese sentimiento de que uno merece algo mucho mejor.

Por: Martin Wolf, Financial Times | Publicado: Miércoles 14 de enero de 2015 a las 05:00 hrs.
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¿Cómo debemos interpretar los eventos de la semana pasada en París? ¿Por qué hay personas dispuestas a matar o morir por sus creencias? ¿Cómo deben responder las democracias liberales? Muchas personas deben estar haciéndose estas preguntas ahora.

Un hombre notable, Eric Hoffer, las abordó en un libro publicado en 1951: The True Believer: Thoughts on the Nature of Mass Movements (publicado en español como El Verdadero Creyente: sobre el fanatismo y los movimientos sociales). Las ideas de este libro, desarrolladas en respuesta al nacismo y comunismo, resuenan con fuerza en la actualidad.

Hoffer nació en la transición al siglo XX y falleció en 1983. Trabajó en restaurantes, como mano de obra agrícola itinerante, como buscador de oro y, por 25 años, como estibador portuario en San Francisco. Un autodidacta, logró penetrar el corazón del tema en aforismos brillantes y sencillos. El Verdadero Creyente está entre mis libros favoritos. Una vez más, vuelve a ser una guía invaluable.

¿Quién, entonces, es un verdadero creyente? Said y Cherif Kouachi y Amedy Coulibaly, los hombres responsables por los atentados terroristas de la semana pasada en París, eran creyentes verdaderos.

También lo son aquellos activos en al-Qaeda, el Talibán, El Estado Islámico de Irak y el Levante (Isis) o Boko Haram. Y también, lo fueron antes, los nazi y comunistas comprometidos. Los verdaderos creyentes, argumenta Hoffer, no se caracterizan por el contenido de sus creencias, sino por la naturaleza de sus reclamos.

Sus creencias exigen certeza absoluta y demandan lealtad absoluta. Verdaderos creyentes son aquellos que aceptan esas exigencias y acogen esas demandas. Están dispuestos a matar o morir por su causa, porque su éxito en el mundo es más importante para ellos que sus propias vidas o, de hecho, de la vida de cualquier otro. El verdadero creyente es por lo tanto un fanático.

El fanático es un personaje familiar en la historia. El fanatismo nace del temperamento, no de las ideas. El temperamento fanático puede expresarse de muchas formas distintas. La de Hoffer fue una era de religiones seculares. La realidad mató las religiones que prometían la salvación en la Tierra. Pero no puede matar a las religiones que prometen la eternidad. Estas últimas son, nuevamente ahora, las formas más poderosas de creencias, aunque el nacionalismo aún puede hacerle alguna competencia.

De hecho, religión y nacionalismo muchas veces se refuerzan uno al otro: Dios, después de todo, con tanta frecuencia es puesto "de nuestro lado". Así, Hoffer afirma que "en los tiempos modernos el nacionalismo es la fuente más abundante y durable del entusiasmo de masas y se debe recurrir al fervor nacionalista si se quiere que los drásticos cambios proyectados e iniciados por el entusiasmo religioso sean consumados".

Una de las conclusiones importantes de Hoffer es que no es la pobreza la que convierte a las personas en verdaderos creyentes; es la frustración. Es ese sentimiento de que uno merece algo mucho mejor. No es de sorprender que algunos de quienes participan en el terrorismo sean pequeños criminales. Hoffer sostiene "que los frustrados predominan entre los primeros adherentes de todos los movimientos de masas y que ellos usualmente se unen por su propia decisión".

Entre sus características está el hecho de que ellos sienten que no pertenecen en sus sociedades. No es de extrañar que este mismo sea el caso para muchos de los hijos de las minorías inmigrantes. Su cercanía a la cultura de origen de sus familias y la identificación con la cultura de destino de sus familias son en ambos casos, muy probablemente bastante frágil.

¿Qué, entonces, ofrece la creencia? En esencia, ofrece una respuesta: le dice a sus adherentes qué pensar, cómo sentirse y qué hacer. Le proporciona una comunidad que lo acoge para vivir. Le ofrece una razón para vivir, matar y morir. Reemplaza el vacío con la plenitud, y la falta de propósito con una meta. Le ofrece una causa. Esta es a veces noble y a veces ruin, pero es una causa al fin y al cabo y eso es todo lo que importa.

"Todos los movimientos de masas generan en sus adherentes una (...) inclinación a la acción unificada", destaca Hoffer. "Todos ellos, sin importar la doctrina que predican (...), producen fanatismo, entusiasmo, esperanza ferviente, odio e intolerancia". Todos demandan "fe ciega y lealtad indiscutible".

El comunismo se ha ido diluyendo. También lo ha hecho, en muchos lugares, el secularismo. La religión ha tomado su lugar. La quiebra moral e intelectual de los gobernantes seculares -particularmente los déspotas seculares corruptos- ha fomentado su resurgimiento. Pero las democracias seculares de Occidente también son vulnerables al asalto de los verdaderos creyentes del Islam militante. Las guerras pueden controlarlos.

Pero la violencia no los va a eliminar, como Occidente ha aprendido tanto en Irak como en Afganistán.

El enemigo no es el "terrorismo", es la idea de la que nace el terrorismo. Detener a personas dispuestas a morir es difícil. Matar las ideas es difícil. Ahogar las ideas religiosas es casi imposible. Si esas ideas van a debilitarse, lo harán sólo ante el avance de otras ideas más atractivas. Posiblemente, las más extremistas pueden perecer por cansancio. Pero esto puede tomar mucho tiempo. Recordemos que las ideas de Lutero gatillaron 130 años de guerras religiosas en Europa. Es un precedente desalentador.

¿Qué se debe hacer entonces? Reconozco que yo no soy un experto en esta área. Pero sí hay un área donde tengo gran interés: la de un ciudadano de una democracia liberal, algo que quiero seguir siendo con toda mis fuerzas. Mis respuestas son estas:

Primero, hay que aceptar que estamos jugando un juego de contención de largo plazo.

Segundo, hay que entender que el corazón de la batalla está en otra parte. Occidente puede ayudar. Pero no puede ganar esas guerras.

Tercero, ofrecer una vívida idea de igualdad ciudadana como una alternativa a la violencia de la jihad.
Cuarto, apreciar y responder a la frustración que sienten muchos ahora.

Quinto, aceptar la necesidad de medidas para proveer seguridad. Pero hay que recordar que la seguridad absoluta nunca se puede alcanzar.

Finalmente, mantenerse leal a nuestras creencias, ya que sin ellas no tenemos nada que ofrecer en esta batalla. No debemos abandonar ni el respeto a la ley ni la prohibición de la tortura. Si lo hacemos, habremos perdido esta guerra de ideales e ideas.

Los verdaderos creyentes quieren, una vez más, hacernos daño. Pero la amenaza que plantean no es comparable a las que sufrieron las democracias liberales en el Siglo XX. Debemos reconocer los peligros, pero no sobre reaccionar. Al final, estas también pasarán.

Financial Times

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