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Debemos repensar el propósito de las empresas

El desempeño reciente de las empresas ha sido mediocre y se les ha permitido corroer la competencia.

Por: Martin Wolf | Publicado: Miércoles 12 de diciembre de 2018 a las 04:00 hrs.
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La corporación empresarial está entre las más destacables innovaciones del ser humano. Las corporaciones son ejércitos que combaten por la supremacía en los mercados. La simbiosis resultante entre comando y competencia ha resultado ser muy fructífera. El desarrollo económico sin precedentes visto desde la mitad del siglo XIX podría haber sido imposible sin los recursos y capacidades organizativas de esta gran invención: la sociedad anónima de responsabilidad limitada.

No obstante, como argumenta Colin Mayer, de la Saïd Business School de la Universidad de Oxford en un radical y notable libro nuevo, Prosperity, no todo está bien en la corporación. La gente ve cada vez más a las corporaciones como sociopáticas y, así, indiferentes a todo lo que haya más allá del precio de acciones, y a los líderes corporativos como indiferentes a todo lo que no sea ganancia personal. A juzgar por los sueldos reales y la productividad, su desempeño económico reciente ha sido mediocre. Además, a las corporaciones se les ha permitido corroer la competencia, como exponen Jonathan Tepper y Denise Hearn en otro nuevo libro importante, The Myth of Capitalism. En breve, las malas ideas se han apoderado de la corporación y han dejado que la competencia se desgaste.

¿Sólo ganancias?

El principal blanco del profesor Mayer es el argumento de Milton Friedman de que el objetivo de las empresas sólo es generar ganancias, bajo el alero de la ley y una (mínima) regulación. Hoy, esto se presenta como la obligación de maximizar valor para los accionistas. Detrás de esto está la visión, que nace de Adam Smith, de que el mayor desafío es el “problema del agente-principal”: la relación entre dueños y agentes (administradores). “El problema con esta visión de Friedman”, insiste el profesor Mayer, “es que es inevitablemente inocente”. Se basa en “modelos económicos simples y elegantes que simplemente no se sostienen en la práctica”.

La idea de que las empresas persiguen ganancias y sólo ganancias puede, argumenta él, producir malos negocios y peores resultados. Esto es así por tres razones: la humana, la social y la económica.

La primera es la más importante. La ganancia no es en sí misma un objetivo del negocio. La ganancia es una condición para -y el resultado de- lograr un propósito: hacer autos, entregar productos, diseminar información o muchos otros. Si una empresa sustituye su propósito por ganar dinero, fracasará en ambas.

En segundo lugar, cuando los legisladores permitieron la incorporación de empresas de responsabilidad limitada, no estaban pensando en las ganancias, sino en las posibilidades económicas que ofrecen las grandes aglomeraciones de capital, esfuerzo y recursos naturales. Los compromisos de largo plazo consignados en la corporación le permiten enfocarse en la innovación: probablemente, la contribución más importante de la corporación es hacer que la innovación sea en una rutina.

Finalmente, la teoría central de la firma es la del difunto Ronald Coase, quien argumentó que el mercado podría ser una forma menos eficiente de organizar la producción que una organización jerárquica, por los costos de transacción. Esta es otra manera de decir que los mercados son incompletos, especialmente en lo referido a los compromisos de largo plazo. Pero es bastante ilógico argumentar que se puede ignorar esta incompletitud al decidir cómo las empresas deberían ser administradas. Si el raciocinio de la corporación es sustituir los contratos relacionales, y con ello la confianza, por contratos explícitos, y con ello la ejecución, no se puede ignorar esto al decidir para qué son las empresas y quién debería controlarlas.

Los accionistas

Sobre todo, ¿cómo puede la confianza de largo plazo sostenerse si el objetivo constantemente reiterado de la corporación es servir los intereses de quienes están menos comprometidos con ella, mientras el control también se confía a quienes conocen menos de sus actividades y tienen menos riesgo de ser dañados por su fracaso? Estas son descripciones razonables del lugar de los accionistas en las empresas transadas en bolsa con títulos ampliamente distribuidos.

Los accionistas son los menos comprometidos porque, a diferencia de los empleados, proveedores y locaciones en que operan las empresas, pueden deshacerse de su relación con la firma en un instante. Los accionistas son quienes menos conocen, porque no participan en la actividad de la empresa.

Algo crucial, y contrario a la sabiduría económica, es que los accionistas no son, en el mundo real, los que corren los riesgos en el negocio (a no ser que se comparen con los tenedores de bonos). La incompletitud de los mercados asegura que los empleados, proveedores y locaciones también conllevan riesgo sustantivo.

Más aún, los mercados accionarios permiten a los accionistas diversificar sus riesgos en todo el mundo, algo que los empleadores, por ejemplo, no pueden esperar hacer respecto a su capital de conocimiento y relaciones personales específicas para la empresa. Lo que es más, el comportamiento oportunista de los accionistas genera riesgos para todos los demás. Eso debe debilitar el compromiso de todos los demás.

Adicionalmente, bajo el mantra de la maximización de valor para los accionistas y la inhabilidad de los inversionistas de monitorear la administración, los premios han estado cada vez más vinculados no al desempeño de la compañía en sus propósitos, sino en las ganancias contables y el precio de la acción. Pero ambos son susceptibles de manipulación. Algunos argumentarían que el resultado ha sido remuneraciones excesivas (el tema de Are Chief Executives Overpaid? de Deborah Hargreaves) y también una crónica subinversión.

El modelo

Estos libros sugieren que el capitalismo está sustancialmente roto. A regañadientes, he llegado a una conclusión similar. Esto no implica defender el abandono de la economía de mercado, sino que haya mejores empresas y más competencia.

La implicancia del libro de Mayer es que el modelo canónico anglo-americano de gobernanza corporativa, con igualdad entre los accionistas, propiedad de acciones ampliamente distribuida, maximización de valor bursátil y el mercado en control, es sólo una de muchas maneras posibles de estructurar las corporaciones. No hay razón para creer que siempre es la mejor. En algunos casos, funciona. En otros, como la banca con alta deuda, realmente no lo hace. Deberíamos estar instando explícitamente a que florezcan mil flores diferentes de gobernanza y control. Veamos qué funciona.

Al mismo tiempo, la implicancia del libro de Tepper es que, al igual que hemos sido demasiado descuidados al pensar en la naturaleza y propósito de la corporación, hemos sido descuidados en torno a en qué mercados se instalan.

Mientras más grandes las corporaciones, más competitivos deben ser los mercados. La corporación es sin duda un gran invento. Pero lo que ha hecho que su aporte sea notable es, sobre todo, los mercados competitivos en que se instalan. Mientras más débil sea la competencia, menos dirán las ganancias sobre la real contribución económica de una compañía. Debemos reparar la corporación y la competencia juntos.

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