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Economías bajo la larga sombra de la Gran Recesión

Por: Martin Wolf, Financial Times | Publicado: Miércoles 11 de noviembre de 2015 a las 04:00 hrs.
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Estados Unidos y Europa viven todavía con el legado de la crisis financiera de 2007-2009 y la subsecuente crisis de la eurozona. ¿Podrían unas mejores políticas haber evitado este resultado? Y, en ese caso, ¿cuáles podrían haber sido esas políticas?

La recuperación está en marcha, pero sólo en un sentido limitado. El cambio en el Producto Interno Bruto en los países afectados por la crisis es casi universalmente positivo. Pero el PIB sigue muy lejos de lo que cabría esperar de las tendencias pre-crisis. En la mayoría de los casos, el crecimiento no se ha recuperado, principalmente debido a la caída en el crecimiento de la productividad. En la zona euro, el PIB se mantuvo por debajo de los niveles pre-crisis en el segundo trimestre de 2015. En los miembros afectados por la crisis, el retorno del producto a un nivel pre-crisis está todavía muy lejos. Sufrirán décadas perdidas.

De una muestra de 23 países de altos ingresos, el profesor de la Universidad Johns Hopkins, Laurence Ball, concluye que la pérdida de producción potencial oscila entre el cero en Suiza y más de 30% en Grecia, Hungría e Irlanda. En conjunto, sostiene, se esperaba que el producto potencial de este año fuera 8,4% menor de lo que la tendencia pre-crisis había previsto. El daño de la Gran Recesión, señala, es el mismo que si la economía de Alemania hubiera desaparecido.

Una conclusión central de la obra de Ball y, más recientemente, de los profesores Antonio Fatás, de Insead, y Lawrence Summers, de Harvard, es que las estimaciones del producto potencial reflejan la producción real. Esto sugiere que la "histéresis" –el impacto de la experiencia pasada en el subsecuente desempeño–, es muy poderosa. Las posibles causas de la histéresis son: el efecto del desempleo prolongado en la empleabilidad; la desaceleración en la inversión; la disminución de la capacidad del sector financiero para apoyar la innovación; y una pérdida generalizada del "instinto animal".

Este año, Jason Furman, presidente del Consejo de Asesores Económicos estadounidense, sugirió el impacto de la baja inversión post-crisis: después de la crisis, la contribución de la inversión en productividad laboral cayó a niveles muy bajos. Esto fue sorprendente en EEUU, donde el estimado impacto fue en realidad negativo.

La hipótesis de la histéresis no está aceptada universalmente. Hay al menos tres otras explicaciones para el duradero colapso del producto tras la crisis.

En primer lugar, se argumenta que el auge del crédito elevó las estimaciones pre-crisis del producto potencial muy por encima de niveles sostenibles. Un objeción a esto es que la expansión del crédito elevó el precio de los activos mucho más de lo que alimentó el gasto real. Aidar Turner, ex presidente de la Autoridad de Servicios Financieros de Reino Unido, destaca este argumento en su libro 'Entre la deuda y el diablo'. Otra objeción a este argumento es que confunde la contribución de la deuda a la estructura de la demanda con su efecto en la oferta global.

Una segunda explicación para la caída del producto tras la crisis es que el impacto de las nuevas tecnologías sobre la producción está siendo subestimada. Sin embargo, incluso si fuera cierto (que es posible), no explicaría la marcada desaceleración en el crecimiento de la productividad tras la crisis financiera.

La dificultad para medir el impacto de las nuevas tecnologías no aumentó repentinamente en Reino Unido, el país más afectado por la desaceleración post-crisis en el crecimiento de la productividad, relativo a EEUU (hogar de estas nuevas tecnologías, aunque relativamente menos afectado por la desaceleración de la productividad).

Una última explicación es que el crecimiento de la productividad se redujo antes de la crisis. En EEUU, parece ser el caso. Pero es menos obviamente cierto en otros lugares.

A fin de cuentas, entonces, la hipótesis de la histéresis conserva fuerza sustancial. Es por esta razón que es tan importante que evitemos enormes crisis y respondamos con solidez a cualquiera que se produzca, para minimizar su impacto económico. De otra forma, el mal ciclo podría dañar permanentemente la tendencia.

Esto plantea otras dos preguntas: ¿podría el impacto adverso de la crisis haber sido menor? ¿Puede ser revertido todavía? La respuesta a la primera debe ser sí. Pero se hubiera requerido una respuesta fiscal y monetaria más fuerte, y una reestructuración más agresiva de las instituciones financieras dañadas. La eurozona, en particular, podría haberlo hecho mucho mejor. Sin embargo, aún hoy, carece de voluntad y de las instituciones que necesita.

La respuesta a si las pérdidas en el nivel de producción y las tasas de crecimiento pueden ser revertidas, de nuevo debe ser sí. A principios de los años '60, el PIB per cápita en EEUU había recuperado el nivel que marcaba la continuación de las tendencias anteriores a 1929. Por desgracia, el impulso fiscal de la II Guerra Mundial fue un "Deus ex machina" (un elemento externo) de la política. No puede repetirse en tiempos de paz. Aun así, sería al menos posible volver a las tasas de crecimiento de la tendencia pre-crisis. Una mezcla de apoyo agresivo a la demanda y contribuciones al suministro a largo plazo –en particular a través de mayores niveles de inversión pública– golpearía ambos objetivos a la vez.

La evidencia, entonces, es que las recesiones purulentas tienen prolongados efectos en la prosperidad. Una conclusión es que es vital actuar con rapidez para restaurar la demanda. Por otra parte, hay clara evidencia ahora de que los países con elevados ingresos disfrutaron del espacio político necesario para actuar con decisión. Aunque muchos tan tontamente lo dijeron en 2010, nunca se enfrentaron al más mínimo riesgo de convertirse en Grecia. EEUU y, más aún, la eurozona deberían haber respondido de forma más agresiva.

La experiencia indica algo no menos importante. Podría ser difícil evitar las crisis pero es vital hacer que sean pequeñas y escasas. Las crisis financieras conducen a profundas recesiones y desaceleraciones prolongadas, en parte porque los políticos temen dar respuestas lo suficientemente fuertes. Por esta razón la regulación de las finanzas debe ser simplemente endurecida. La pregunta es únicamente si se ha endurecido en el camino correcto.

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