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El choque de las civilizaciones de Trump vs. la comunidad global

Los asuntos humanos están demasiado entrelazados como para ser producto de toma de decisiones puramente nacionales.

Por: Martin Wolf, Financial Times | Publicado: Miércoles 12 de julio de 2017 a las 04:00 hrs.
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Donald Trump pareció declarar un choque de civilizaciones en Varsovia el jueves. A continuación participó, incómodamente, en la cumbre del Grupo de las 20 economías líderes. El G20 encarna el ideal de comunidad global. Una guerra de civilizaciones es lo contrario. Entonces ¿cuál será?

El comentario central del discurso de Trump en Varsovia fue el siguiente: “La cuestión fundamental de nuestro tiempo es si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir. ¿Tenemos la confianza en nuestros valores como para defenderlos a cualquier costo? ¿Tenemos suficiente respeto por nuestros ciudadanos como para proteger nuestras fronteras? ¿Tenemos el deseo y el coraje de preservar nuestra civilización frente a aquellos que la socavarían y destruirían?

El discurso retomó la postura de dos de los asesores principales de Trump, HR McMaster and Gary Cohn, en un artículo publicado en mayo: “El mundo no es una ‘comunidad global’, sino una arena donde las naciones, actores no gubernamentales y empresas se enfrentan y compiten por obtener la ventaja”. Argumentan que “EEUU primero no significa EEUU solo”. Sin embargo, EEUU estuvo solo en el G20. Pese a disimularlo, EEUU estaba solo en materia de clima y de proteccionismo.

Si se le pide a Occidente que se una para una guerra de civilizaciones, se fracturará, como pasó con la guerra en Irak. Es fácil estar de acuerdo en que lo que Trump llama “terrorismo islámico radical” es una preocupación. Pero considerarlo como una amenaza existencial predominante es absurdo. El nacismo era una amenaza existencial. También el comunismo soviético. El terrorismo es solo una molestia. El gran peligro es la sobrerreacción. Esto podría envenenar las relaciones con 1.600 millones de musulmanes en todo el mundo.

Debemos tener cuidado con la profecía autocumplida de un choque de civilizaciones, no solo porque no es cierta, sino porque tenemos que cooperar. El ideal de una comunidad global no es superficial. Refleja la realidad actual. La tecnología y el desarrollo económico han convertido a los seres humanos en maestros del planeta y dependientes uno del otro. La interdependencia no termina en las fronteras nacionales. ¿Por qué debería hacerlo? Las fronteras son arbitrarias.

Las personas están usando cada vez más la palabra “Antropoceno” para describir nuestra época: esta es una era en la que los seres humanos transforman el planeta. El punto importante sobre la noción del Antropoceno es que la humanidad causa los daños y solo la humanidad puede enfrentarlos. Esta es una razón de por qué la idea de comunidad global no está vacía. Sin ella, los daños no se podrían controlar.

Consideremos también la paz. En una era nuclear una guerra debería impensable. Pero eso no la hace imposible. Manejar las fricciones entre poderes armados nuclearmente es una necesidad ineludible.

Consideremos también la prosperidad. La integración económica global no es una trama maligna. Es una extensión natural de las fuerzas del mercado en una era de rápida innovación tecnológica. Ese mundo inevitablemente expone a los países a las decisiones políticas de otros. Como todos aprendimos en 2008, el sistema financiero global no es más fuerte que sus eslabones más débiles. Aquellos que dependen del comercio internacional necesitan confianza en los términos de acceso a los mercados de otros países.

Es por esto que la preocupación del G20 por la regulación financiera, notablemente en la cumbre de Londres en 2009, y las preocupaciones actuales por el proteccionismo son justificadas. La soberanía no es lo mismo que la autarquía. Como destacó correctamente el comunicado del G20 de 2009, “empezamos desde la creencia que la prosperidad es indivisible”. Más aún, también estamos correctamente interesados en la suerte de otras personas. El desarrollo es una causa moral. Pero también es esencial si la migración va a ser manejada.

La decisión de convocar a la cumbre inicial de líderes del G20 en Washington en noviembre de 2008 era, por lo tanto, inevitable. El grupo de siete países dominado por Occidente no tenía ni el derecho ni el poder de coordinar los asuntos económicos globales. El alza del resto, sobre todo de China e India, hizo que eso fuera crecientemente claro. Más aún, el Occidente contiene una proporción demasiado pequeña de la humanidad como para tener cualquier derecho moral de manejo global.

La cooperación global siempre será imperfecta y frustrante. No puede escapar a las diferencias de opinión y choque de intereses. Tampoco puede reemplazar la fundación vital de buenas políticas domésticas e instituciones domésticas legítimas. De hecho, ambas son esenciales.

Sin embargo, los asuntos de la humanidad están ahora muy entrelazados y su impacto es demasiado profundo para ser el subproducto solamente de la la toma de decisiones nacional. Esta verdad puede ser dolorosa. Pero es una realidad. Dentro de ese sistema de cooperación global el Occidente puede todavía tener, por un tiempo, la voz más fuerte. Pero incluso eso es solo posible si está unido. Si la causa que el EEUU de Trump ahora quiere que el resto del mundo adopte es el choque de las civilizaciones, en la cual EEUU se alinea con las opiniones europeas contemporáneas más reaccionarias y chovinistas, entonces no puede haber un Occidente. Si es necesario, los europeos tendrán que alinearse ellos mismos, en algunos asuntos vitales, no con EEUU, sino con los más iluminados del resto.

Uno podría preguntarse ¿cómo ha surgido ahora este choque de las civilizaciones, no entre el Occidente y el resto, sino dentro de Occidente, un choque simbolizado por las perspectivas contrastantes de la alemana Angela Merkel y Trump? Por esa tragedia yo culpo al alza del “plutopopulismo” en EEUU. Detrás de esto hay algo extraordinario: la distribución de ingresos de EEUU es ahora más como la de un país en desarrollo que a la de uno avanzado. El populismo (tanto de izquierda como de derecha) es una consecuencia natural de una alta desigualdad. Si es así, Trump no podría no ser una anomalía temporal.

La transformación del EEUU que estamos viendo podría ser duradera. Si eso sucede, el mundo ha entrado a una era peligrosa. “EEUU”, argumenta el exfuncionario del Departamento de Estado Richard Haass, “no es suficiente, pero es necesario”. Tiene razón. Si el actor clave “necesario” está ausente, el desorden podría ser inevitable.

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