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El desafío que presenta Italia para la zona euro

Además del débil crecimiento de su productividad, el país tiene una gran deficiencia de competitividad.

Por: Martin Wolf | Publicado: Miércoles 20 de junio de 2018 a las 04:00 hrs.
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El euro ha sido un fracaso. Esto no significa que no sobrevivirá ni que sería mejor si desapareciera. Los costos de un quiebre parcial o completo son demasiado grandes. Significa que la moneda única no ha logrado entregar estabilidad económica o un sentido mayor de identidad europea. Se ha vuelto una fuente de discordia.

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La historia de Italia es reveladora y, dado su tamaño, tiene una importancia crucial. No se trata de culpar al euro por el estancamiento de la productividad y la producción italiana desde que se unió a la eurozona. Éstos reflejan fracasos domésticos. Sin embargo, el hecho de que Italia esté dentro de la zona euro hace que sus fracasos sean un tema de preocupación compartida. También destruye el vínculo entre la política y el poder. No menos importante, convierte lo que de otra manera hubiera sido una breve crisis cambiaria en desastres macroeconómicos de largo aliento.

Todo esto fue predicho. En su excelente Eurotragedy, Ashoka Mody de Princeton University cita una crítica del informe del Comité Werner en 1970, la primera propuesta de una unión monetaria, de Nicholas Kaldor, un economista británico de origen húngaro. Kaldor argumentó que se necesitarían transferencias fiscales. Eso requeriría una unión política. Pero los conflictos creados por la unión monetaria se agravarían, haciendo que los avances hacia esa unión fueran más difíciles. Y así ha resultado. Andreas Kluth escribió en Handelsblatt Global este mes: “Se suponía que una moneda común uniría a los europeos. En cambio, los divide cada vez más”. Tiene razón.

Déficit y superávit

La decisión de aceptar a Italia como miembro fundador de la eurozona fue tomada por el excanciller alemán Helmut Kohl, haciendo caso omiso de sus propias autoridades y otros gobiernos. El profesor Mody destaca que Italia prometió bajar su proporción de deuda pública desde 120% a 60% para 2009. En cambio, se estabilizó antes de subir a 130% tras la crisis de la eurozona.

No es sorpresa que, con el Fondo Monetario Internacional proyectando un Producto Interno Bruto per cápita real 8% menor para este año que el de 2007 y sólo 4% mayor al de 1997, Italia haya elegido partidos populistas para el gobierno. Una combinación del establishment y los mercados rápidamente neutralizó su programa. En línea con ello, el diferencial con los bonos alemanes se ha estabilizado.

Esta podría ser una solución manejable si el retorno sostenido a la prosperidad fuera probable. Desafortunadamente, además de un débil crecimiento de la productividad, Italia sufre de una gran deficiencia de competitividad. Los balances externos del país están actualmente en superávit, en gran parte porque el desempleo está muy alto. Una expansión fuerte de la demanda interna probablemente generará déficit externos imposibles de financiar. Los contribuyentes del norte de Europa temen que deberán pagar por ellos. Seguramente no lo harán.

Según el FMI, “se estima que una depreciación real del orden de 10% es necesaria para realinear la cuenta corriente de Italia con los fundamentales”. La solución recomendada es una “devaluación interna”, a través de los menores sueldos nominales y mayor productividad. Pero Italia no ha tenido mucho de ninguno. El empleo y la inversión se han recortado, con negativas consecuencias. El hecho de que la inflación haya sido tan baja en la eurozona completa ha hecho que los ajustes sean más difíciles. El ajuste asimétrico es difícil.

Fuera de la eurozona, los ajustes relevantes hubieran ocurrido, como lo hicieron frecuentemente antes, a través de la depreciación monetaria. Sí, esa no hubiera sido una solución de largo plazo, pero seguramente hubiera sido mejor que el daño político y social que ha convertido a uno de los países más afines a la UE en lo que ahora es uno de los más escépticos. Y esto tampoco se ha acabado. La política de Italia podría no sanar pronto, incluso no sanar.

¿Un euro débil?

Parte del mecanismo de ajuste instalado en la unión monetaria es el impacto procíclico de la política monetaria: las tasas de interés real son más altas en los países forzados por las devaluaciones internas. El mecanismo de ajuste en la eurozona, por tanto, es esencialmente el mismo que el del patrón oro del siglo XIX. Las recesiones prolongadas son una ventaja, no un problema. Son la manera con la que la competitividad se ajusta a circunstancias cambiantes.

Ni una unión bancaria, ni una unión de mercados capitales, ni la flexibilidad fiscal nacional pueden obviar estas recesiones sin apoyo externo persistente. Dichos mecanismos sólo pueden escudar a las economías contra cambios relativamente transitorios o llevar las pérdidas al extranjero. Los cambios en la competitividad requieren cambios permanentes en los precios. Éstos, a su vez, siguen a las recesiones. Mientras más rígidas sean las economías y más grandes los ajustes, más prolongadas o profundas serán las recesiones. Nada de esto es nuevo. Era sabido por los críticos del proyecto antes de que comenzara.

¿Qué debe hacerse? Un euro débil es parte de la respuesta. También lo es una inflación significativamente mayor en países con superávit. Pero el Banco Central Europeo, por razones comprensibles, no puede, incluso bajo el mandato de Mario Draghi, impulsar las políticas monetarias híper agresivas necesarias para generar un sobrecalentamiento real en Alemania o en Holanda. En tanto, estos últimos ven pocas razones para ayudar.

El ajuste siempre caerá principalmente en manos de los países con déficit. En ausencia de transferencias fiscales sostenidas, no tienen alternativa a reformas que apunten a acelerar el crecimiento de la productividad y flexibilizar el mercado laboral. España lo ha hecho. ¿Es posible para Italia? Si no, su apuesta de entrar a la zona euro podría ponerse peor.

Las buenas rejas hacen buenos vecinos. Una moneda propia es una buena reja. Es una pena que ello se haya olvidado.

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