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El gas shale está encendiendo una nueva era de optimismo en EEUU

El FMI destacó que la revolución del esquisto ha causado que los precios de la energía caigan bruscamente, lo que ha elevado la producción industrial.

Por: Gillian Tett | Publicado: Viernes 10 de octubre de 2014 a las 05:00 hrs.
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Este invierno (boreal) Jim Ratcliffe, el fundador multimillonario británico de Ineos, el grupo de productos químicos, está tratando de iniciar una revolución de gas shale (o esquisto) local. Ofreció compartir un 6%de los ingresos futuros con las comunidades o los propietarios de tierras si trabajan con Ineos para desarrollar la fuente de energía, mucho más que cualquier otra oferta anterior hecha en el Reino Unido.

"Esto va a ser un cambio dramático", argumenta, explicando que copió la idea de la promesa de 6% de Estados Unidos, donde ofertas similares han ayudado a iniciar una dramática expansión de la extracción de gas de esquisto desde 2010.

En realidad, las posibilidades de que esta oferta sea ampliamente aceptada no son altas: la extracción de gas shale sigue siendo tan polémica en el Reino Unido que en gran medida se ha bloqueado hasta la fecha.
Pero Ratcliffe merece una ovación por siquiera intentarlo. Para entender por qué, echemos un vistazo al último informe del Panorama Económico Mundial del Fondo Monetario Internacional, dado a conocer esta semana.

Enterrado en el documento aparece un inserto que intenta calcular el impacto de la revolución de esquisto en la industria estadounidense. Los resultados son reveladores, no sólo para los grupos europeos industriales, sino también para los contribuyentes y los políticos.

Como señala el FMI, la revolución en EEUU ha causado que los precios de gas natural caigan bruscamente, pese a que han aumentado en Europa y Japón. Esto es porque el gas, a diferencia del petróleo, no puede ser transportado fácilmente por el mundo, lo que significa que los precios regionales varían ampliamente según la ubicación de dicha fuente de energía.

A principios de este año un documento publicado por la Reserva Federal de EEUU calculó que estas variaciones de precios habían impulsado la producción de los manufactureros estadounidenses en 3% desde 2006, mientras que incrementaron la inversión en 10% y el empleo en 2%; el impacto en las industrias vinculadas específicamente con la energía era mucho más alto.

Sin embargo, la investigación del FMI sugiere que la diferencia en los costos de la energía de EEUU ha impulsado las exportaciones de manufactura en 6%, y argumenta que cada caída de 10% en el precio relativo del gas natural en EEUU impulsará la producción industrial estadounidense en otro 0,7%, en comparación con la de Europa.

A primera vista, este diferencial de 0,7% puede no parecer importante. Pero si esta brecha se mantiene durante varios años, el impacto para la competitividad y la producción será significativo.

No son sólo las estadísticas de productividad las que importan; lo que la revolución del gas shale también ha hecho es crear algo que el informe del FMI no menciona: una brecha sicológica a nivel transatlántico.
Para muchos líderes empresariales de EEUU hoy en día, el gas de esquisto ha reducido no sólo los costos de la energía, sino que también ha fomentado un nuevo respeto por la innovación tecnológica.

Reflexionemos al respecto. Hace una década parecía casi imposible imaginar que EEUU podría jamás romper su dependencia de las importaciones de petróleo de Medio Oriente, y mucho menos constatar que algunas de sus industrias en el llamado "cinturón de óxido" pudieran llegar a ser competitivas.

El cambio de actitudes está ayudando a impulsar un segundo cambio: a medida que las empresas estadounidenses gozan de los beneficios que ofrecen los menores costos de la energía, un nuevo espíritu de colaboración se está afianzando entre los ecologistas, los políticos y los grupos de la industria de la energía.
Tomemos a Colorado, por ejemplo. Previamente, los grupos medioambientalistas se oponían firmemente a la expansión del gas de esquisto. Pero algunos, como el Fondo de Defensa del Medio Ambiente (EDF, su sigla en inglés), están trabajando ahora con John Hickenlooper, el gobernador del estado, para encontrar maneras de solucionar problemas como la fuga de gas metano o la contaminación del agua.
"Ahora la gente reconoce que hay que trabajar juntos", señala Fred Krupp, presidente de EDF. "Y eso se está propagando a otros estados".

No es así en Europa; o por lo menos todavía no. Esta semana Nick Clegg, el líder del partido Liberal Demócrata británico, lanzó su apoyo al gas shale. Pero muchos políticos británicos siguen teniendo sus dudas acerca del "fracking", y los grupos ambientalistas se oponen firmemente.
En Francia y Alemania, la antipatía es aún más intensa.

Esta brecha refleja en parte las diferencias en la geografía: Gran Bretaña es una isla llena de gente, y en Francia las principales reservas de gas de esquisto se encuentran en lugares como París y Provenza.
También hay grandes diferencias en la estructura legal de la tenencia de la tierra. Pero el otro problema, al parecer, es uno de "zeitgeist". Los líderes empresariales de EEUU (y los votantes) tienen incentivos para apostar por cambios radicales en la tecnología, pero no es así en Europa.

Tal vez algunos pioneros audaces como Ratcliffe pueden ayudar a cambiar esto. Pero mientras más se mantenga la oposición al gas shale en Europa, más se ampliará la brecha transatlántica en la productividad.
Y eso es una mala noticia para Europa, en momentos en que el continente necesita cada ápice de crecimiento que pueda encontrar.

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