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El mundo se desmorona mientras EEUU se retira

Por un lado, tenemos una superpotencia despótica en ascenso, pero con debilidades reales. Por otro lado, tenemos a la superpotencia actual que ha perdido el rumbo.

Por: Martin Wolf | Publicado: Miércoles 8 de julio de 2020 a las 04:00 hrs.
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Foto: Reuters
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El Covid-19 no ha transformado el mundo, al menos hasta ahora. Pero ha acelerado su desarrollo, tecnológica, social y políticamente. Esto ha sido sorprendentemente cierto en las relaciones internacionales: la división entre China y Occidente y el fracaso del liderazgo estadounidense en Occidente se han profundizado. El orden mundial dirigido por Occidente está en crisis. Si Estados Unidos vuelve a elegir a Donald Trump, esto será terminal.

China es cada vez más asertiva. No respeta las devociones occidentales a los derechos humanos, como se muestra en el trato brutal de los uigures y la nueva ley de seguridad en Hong Kong. Bajo Xi Jinping, emperador de por vida, la afirmación del estatus de China como una superpotencia y un despotismo es completa.

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El abandono del célebre consejo de Deng Xiaoping de “esconder su fuerza, esperar su tiempo, nunca tomar la iniciativa” es inequívoco. Sin embargo, China también debe ser un socio en la gestión de todos los desafíos mundiales.

Occidente tiene activos valiosos en cualquier competencia por influencia con China. Muchos todavía admiran sus valores fundamentales de libertad y democracia. La influencia cultural e intelectual occidental sigue siendo mucho mayor que la de China.

EEUU ha podido crear y mantener alianzas duraderas de países con ideas afines. Si se suman las naciones que naturalmente se alinean con EEUU, incluidas las de Europa, Japón, Corea del Sur, Canadá, Australasia y, cada vez más, India, su peso económico y político sigue siendo enorme.

Sin embargo, las cosas se han desmoronado. EEUU ha sucumbido a feroces divisiones internas que terminaron en un destructivo nacionalismo de suma cero. Trump es la encarnación de estas divisiones, como afirmó el exsecretario de Defensa, Jim Mattis. También es el principal protagonista del rechazo de su país a su papel histórico como modelo global de democracia liberal y líder de una alianza de países con inclinaciones similares.

Trump y su post-aptitud

Trump es un post-valor de EEUU. También es post-aptitud. Incluso cuando a la gente de todo el mundo no le gustó lo que hizo EEUU, pensaron que sabía lo que estaba haciendo. El éxito aterrador de la administración Trump en el desmantelamiento del gobierno ha transformado esa visión durante la era del coronavirus.

Este presidente y administración no quieren gobernar ni saben cómo hacerlo. El contraste con China, a pesar de todas las fallas iniciales de esta última en la gestión del Covid-19, es marcado. En un artículo en The Atlantic, James Fallows describe el desmantelamiento sistemático del sistema estadounidense de respuesta a pandemias que era líder mundial. Pero el fracaso no se debió sólo a la paralización del gobierno. También se debió al carácter del incompetente malévolo que lo dirige.

El mundo lo ha notado. El prestigio y la credibilidad de EEUU han sido gravemente dañados. Es simbólico del colapso en las relaciones entre la alianza central que la Unión Europea, que ha ganado un control incompleto, pero real, sobre la enfermedad, todavía no planea permitir que los estadounidenses vuelvan a entrar.

En un artículo de Foreign Affairs, Francis Fukuyama argumenta que la base de cualquier orden político, obviamente en una pandemia, es un gobierno efectivo.

En un trabajo anterior, argumentó persuasivamente que las ideas del Estado de derecho y la rendición de cuentas a los ciudadanos a través de procesos políticos democráticos se basan en esto: si el Estado no funciona, nada lo hace. La administración Trump parece decidida a probar esta hipótesis.

Es concebible una alianza de democracias liberales dedicadas a crear un contrapeso a China en algunas áreas, mientras cooperan exitosamente con ella en otras. Pero no sucederá si EEUU no se recrea a sí mismo como un Estado funcional dirigido por un presidente que no admira a cada autoritario con el que se encuentra. Harold James, profesor de historia en Princeton, incluso ha escrito un sombrío artículo sobre Late Soviet America.

Debilidades de China

Sin embargo, la China moderna también tiene bases débiles. Su Estado es indudablemente efectivo y su gente trabaja duro y emprende. Pero la ausencia de un Estado de derecho y la responsabilidad democrática hacen que el Estado sea demasiado fuerte y la sociedad civil demasiado débil.

China le fue bien cuando se abrió al mundo, como lo hizo en las últimas cuatro décadas. Pero, si el mundo se cierra, será más difícil que progrese tan rápidamente.

En The Narrow Corridor, Daron Acemoglu yJames Robinson explican el dilema que enfrenta un despotismo efectivo. Puede permitir que los empresarios se quiten las riendas, con un efecto enorme. Pero, sin un Estado de derecho, el resultado será inevitablemente una ola de corrupción que socavará la legitimidad del régimen.

El gobernante puede tirar de las riendas una vez más, obligando a las personas a volver a comportarse. Pero también corre el riesgo de matar los espíritus animales necesarios.

Esto es probablemente lo que le está sucediendo a la economía china hoy. Algunas personas parecen creer que la inteligencia artificial y la cosecha de grandes cantidades de datos permitirán que la planificación centralizada reemplace el mercado. Nada es menos probable.

La fuerza impulsora del cambio son las ideas dentro de las cabezas de las personas. Nadie puede planear eso. Las personas necesitan incentivos para crear cosas nuevas y desafiantes. ¿El Estado chino más opresivo de hoy fomentará eso?

Por un lado, tenemos una superpotencia despótica en ascenso, pero con debilidades reales. Por otro lado, tenemos a la superpotencia actual que ha perdido el rumbo. Quiero que los valores centrales occidentales tengan éxito y prosperen. Quiero que China prospere, pero no a costa de corroer a las sociedades que defienden esos valores.

Quiero que la humanidad maneje sus relaciones pacíficamente y su mundo frágil sabiamente. Para que esto suceda, Estados Unidos sigue siendo el poder indispensable. El problema no es tanto Trump como que tantos estadounidenses quieren que él los lidere. La crisis occidental es una crisis de valores. Podemos superarlo. Pero será difícil.

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