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La contaminación y la corrupción están ahogando a los mexicanos

Trasladarse en bicicleta no es tan terrible como uno podría pensar, aunque hay que estar al tanto de lo que está pasando y esperar no inhalar demasiado veneno.

Por: Jude Webber | Publicado: Lunes 30 de mayo de 2016 a las 04:00 hrs.
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Según las reglas de Ciudad de México para reducir la contaminación, el Ford Explorer de 1994 de José debería de dejar de circular un día a la semana y todos los sábados. En vez de eso, él le paga 500 pesos (US$ 27) a un mecánico amigable que entonces lleva el auto a un amigable centro de verificación de vehículos para su prueba semestral obligatoria de emisión de gases. Y, problema resuelto.

“Yo creo que los mecánicos echan una mezcla de agua y solvente de pintura en el tanque para reducir los gases de escape”, reconoce José abiertamente, aunque pide que se oculte su verdadero nombre con este seudónimo. Él supone que el mecánico gana sólo 100 pesos y utiliza el resto para pagarle al personal del centro de verificación para que haga la vista gorda. Es un soborno bastante barato, pero como dice José, es negocio de volumen. “Es una costumbre generalizada, especialmente si tienes un auto de 15 ó 20 años. Si tu vehículo tiene más de diez años, siempre tienes que pagar. Yo diría que 60% de los autos que pasan la prueba pagaron al menos 500 pesos”.

Esto tal vez suene poco notable dentro de las numerosas historias de sobornos —o “mordidas” como se dice en México— si no fuera por el hecho de que la calidad del aire en la abarrotada capital ha alcanzado los niveles más malos en quince años. La Comisión Ambiental de la Megalópolis ha declarado contingencias ambientales seis veces desde mediados de marzo debido a los niveles de ozono. Una de ellas, el 15 de mayo, fue la primera ocurrida en un domingo en 30 años. La emergencia ha producido una fuerte reacción: los periódicos han publicado numerosas fotografías de la nube de contaminación, acompañadas de gráficas detallando el daño que causan las partículas venenosas. Las restricciones de circulación se han endurecido y el ozono llegó a niveles tan altos que las autoridades de la ciudad estuvieron muy cerca de declarar una contingencia de nivel dos que hubiera prohibido temporalmente la circulación del 50% de los automóviles.

Ése sería el peor castigo en una ciudad donde el medio de transporte que se usa es un indicador de la clase social. La mayoría de los habitantes de clase media se sentirían insultados si se les pidiera que usaran el metro (la mayoría nunca lo han hecho) y se estremecen ante la idea de usar los autobuses. Uno pensaría que los mexicanos, que tienen las jornadas de trabajo más largas en la OCDE, evitarían viajes épicos que pueden tardar 90 minutos para recorrer sólo 4 km. A paso de tortuga, los conductores ni siquieran alcanzan a pasar de velocidad en la caja de cambios durante los embotellamientos diarios en la ciudad.

Trasladarse en bicicleta no es tan terrible como uno podría pensar, aunque hay que estar al tanto de lo que está pasando y esperar no inhalar demasiado veneno. Pero los mexicanos están comprando autos tan rápido como el séptimo fabricante mundial los puede producir. Las ventas domésticas de automóviles alcanzaron niveles récord en abril, cerca de 25% más que en el mismo mes 2015, y ya comenzaron las obras de construcción de carreteras de dos niveles.

El consumo doméstico es el motor del crecimiento económico por lo que no hay un incentivo oficial para disuadir a las personas de comprar automóviles fabricados en México junto con productos asociados como la gasolina. ¿Cuál es el resultado de todo esto? Una triple amenaza de congestión, contaminación y —según los estimados gubernamentales que indican que se han falsificado las pruebas de emisión de gases de 1,7 millón de vehículos— corrupción.

Pero el estancamiento del tráfico no es el único indicador de una ciudad sobrecargada que está cerca de la parálisis total. Dos veces en los últimos dos meses, las viviendas situadas en algunos de los mejores vecindarios de la Ciudad de México se ha quedado sin agua durante varios días. En enero, los funcionarios simplemente apagaron el agua de 4,5 millones de residentes durante una semana para realizar obras de mantenimiento en una planta purificadora de agua. En abril sucedió de nuevo debido a un problema en la planta. Es sólo cuestión de tiempo hasta que surja otro problema, especialmente tomando en cuenta la construcción de nuevos edificios de departamentos, lo cual está sobrecargando los escasos recursos de agua de una ciudad construida sobre lo que una vez fue un lago.

Pero por ahora la contaminación está poniendo a prueba a los funcionarios. Se han establecidos nuevas regulaciones para acabar con la corrupción en las pruebas de emisión de gases. Es una pequeña pero extensa prueba del deseo del gobierno de erradicar los sobornos, alguna vez descritos como un fenómeno “cultural” por el Presidente Enrique Peña Nieto. La ley para implementar un sistema anticorrupción está atorada en el Congreso.

“Esperemos que podamos acabar con este sistema corrupto para que no terminemos con contaminación como China”, dice José. “Las autoridades son las que han permitido esta situación”. ¿Y dónde trabaja José? En el gobierno federal.

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