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La economía del mundo se hace más dulce y la política, más amarga

Por: | Publicado: Miércoles 10 de enero de 2018 a las 04:00 hrs.
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El mundo a principios de 2018 presenta un contraste entre su política en depresión y su economía en mejora. ¿Podrá esta divergencia continuar indefinidamente? ¿O es probable que una abrume a la otra? Y si es así, ¿la mala política arruinará a la economía, o una buena economía sanará a la mala política?

Como argumenté la semana pasada, podemos identificar varias amenazas contra el orden político global cooperativo. La elección de Donald Trump, un nacionalista belicoso con un compromiso limitado a las reglas de la democracia liberal, amenaza con destruir la coherencia de Occidente. El autoritarismo es resurgente y la confianza en las instituciones democráticas va a la baja en casi todas partes. En tanto, administrar un mundo interdependiente exige cooperación entre países poderosos, particularmente Estados Unidos y China. Lo peor de todo es que los riesgos de un conflicto completo entre estas dos superpotencias son reales.

Pero la economía mundial está zumbando, al menos bajo los estándares de la última década. Según el consenso de proyecciones, el optimismo sobre las perspectivas para el crecimiento de este año ha aumentado significativamente para EEUU, la eurozona, Japón y Rusia. El consenso también prevé un crecimiento global de 3,2% (a precios de mercado), sea levemente mayor a la rápida tasa de 2017.

El economista Gavyn Davies es aún más optimista. En su visión, el consenso aún se queda atrás de los números trimestrales excepcionalmente robustos. Espera que haya revisiones al alza de las previsiones. Incluso argumenta que la actividad global está creciendo actualmente a una tasa anualizada cercana a 5% (medida en términos de paridad de poder de compra, lo que sube las tasas de crecimiento global cerca de medio punto porcentual en comparación con los precios de mercado).

Esto también estaría más de medio punto porcentual sobre el crecimiento tendencial. Frente a ello, la tasa es insostenible. Una respuesta más optimista podría ser que los vaticinadores han subestimado la tendencia. Más importante, la inversión está jugando un rol importante en generar una demanda más fuerte, especialmente en la eurozona. A su vez, la mayor demanda impulsa una mayor inversión. En la segunda mitad de 2017, destaca Davies, la inversión en EEUU, la zona euro y Japón creció a una tasa trimestral anualizada real de entre 8% y 10%, mucho mejor que cualquier otra desde 2010. Un círculo virtuoso de crecimiento acelerado que impulse el crecimiento potencial es ciertamente concebible.

Si esta tasa de crecimiento demuestra ser insostenible, la cuestión es si llegará a su fin suavemente o con un remezón. Los riesgos de un remezón son significativos, dados los elevados niveles de deuda y altos precios de los activos, especialmente las acciones estadounidenses. En tanto, afortunadamente, la inflación sigue subyugada y las tasas de interés reales y nominales se mantienen bajas. Por el momento las últimas condiciones hacen que la deuda sea más soportable y los altos precios de los activos sean más razonables. La disrupción podría llegar fácilmente, sin embargo, quizás por la mayor inflación o dudas sobre la solvencia de los grandes deudores. También podría venir de colapsos de los precios de activos sobrevalorados o problemas en los mercados de deuda sobreextendidos. Si las economías comienzan a ralentizarse sustancialmente, el espacio para maniobra o política fiscal o monetaria para los países de altos ingresos parecería pequeño.

Sin embargo, como argumenté hace un año, este tipo de grandes disrupciones económicas son eventos poco usuales. Notablemente, la economía mundial ha crecido cada año desde principios de la década de 1950. Más aún, ha crecido menos de 2% (medida por paridad de poder de compra) en sólo cinco años desde entonces: 1975, 1981, 1982, 1991 y 2009.

Lecciones de la historia

¿Qué ha creado desaceleraciones agudas (y usualmente inesperadas)? Las respuestas han sido crisis financieras, golpes inflacionarios y guerras. La guerra es el mayor riesgo para la economía. A principios del siglo XXI, pocos europeos imaginaban la devastación social y económica que tenían por delante. La guerra nuclear podía ser muchísimo más destructiva.

Las guerras entre productores de petróleo también han sido altamente disruptivas: consideremos los dos golpes petroleros de los años ‘70. Una guerra entre Irán y Arabia Saudita podría ser bastante devastadora. La política pública y la política en general también juegan un rol dominante en generar inflación y golpes de desinflación subsecuentes. La política también impulsa el proteccionismo y la liberalización financiera irresponsable. En general, los riesgos de políticas disruptivas podrían ser más altos hoy que en décadas.

La política también da forma a las políticas de largo plazo que determinan el desempeño de las economías. Sabemos que las políticas usualmente están lejos de respaldar un crecimiento ampliamente compartido y sostenible como podrían haberlo hecho. Ni la idea de la derecha de que lo único necesario es recortar los impuestos y las regulaciones, ni la visión de izquierda, de que un Estado más intervencionista resolvería todo, tienen sentido. Revitalizar el dinamismo es desafiante.

Pero también es posible tener una perspectiva más optimista. La mala política de hoy es, en gran parte, el resultado de la mala economía del pasado, especialmente el malestar postcrisis en países de altos ingresos y el impacto del subsecuente colapso en los precios de las materias primas en muchos países emergentes y en desarrollo. Uno podría esperar que, a medida que la economía mundial se recupera y el optimismo sobre el futuro se profundiza, la destemplanza de la política en muchos países comenzará a sanar. Eso también podría comenzar a restaurar la confianza en las élites políticas y económicas. Eso podría hacer a la política menos belicosa y más consensual. También podría sacar el debate de las zonas más salvajes del populismo.

Por algún tiempo, entonces, la economía y la política pueden ir en vías separadas. En el largo plazo, sin embargo, las preguntas deben ser si la economía falla por sí misma, la política termina arruinándola o si, en el mejor escenario, la economía cura a la política. Esperemos que ocurra esto último. Por eso vale la pena trabajar.

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