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La tontería del bilateralismo de Trump en el comercio global

Debemos estar agradecidos de que las catástrofes de la década de 1930 hayan desacreditado a quienes defendían visiones nacionalistas y proteccionistas similarmente estrechas.

Por: Martin Wolf, Financial Times | Publicado: Miércoles 15 de marzo de 2017 a las 04:00 hrs.
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El Plan Marshall es correctamente reconocido como una de las acciones de diplomacia económica más exitosas en la historia. Pero no fue el dinero lo más importante, sino el hecho de que permitió a una Europa Occidental remecida por la guerra alejarse de un bilateralismo comercial mutuamente empobrecedor.

Lo hizo removiendo la escasez de dólares que ponía el énfasis en la compensación bilateral. Institucionalmente, lo hizo al crear la unión de pagos europeos dentro de la Organización para la Cooperación Económica Europea. Ello llevó a la convertibilidad de la cuenta corriente, y por lo tanto el mundo del libre comercio multilateral que ahora todos damos por sentado.

Los nacionalistas económicos que son influyentes en la administración de Donald Trump presumiblemente condenarían este logro de sus predecesores. Prefieren el equilibrio bilateral al multilateral en el comercio, el bilateralismo antes que el multilateralismo en la política y el ejercicio del poder unilateral de Estados Unidos a la cooperación institucionalmente arraigada.

Debemos estar agradecidos de que las catástrofes de la década de 1930 hayan desacreditado a quienes defendían visiones nacionalistas y proteccionistas similarmente estrechas. Es estremecedor imaginar qué hubiera pasado si estas personas se hubieran impuesto. Hubieran estado desesperadamente equivocadas en ese tiempo. Están equivocadas ahora. Deben perder. Nuestro destino depende de ello.

En 1945, Howard Ellis, un profesor de Berkeley, publicó un ensayo importante sobre los peligros del bilateralismo entonces tan rampante. En él, concluyó que “el bilateralismo es, en muchos aspectos, la forma más cuestionable de restricción que enfrenta el comercio internacional”.

¿Por qué puede ser así? Consideremos cómo se verían nuestras economías nacionales si cada empresa tuviera que balancear sus ventas y compras con cada una de sus pares. Ello sería irracionalmente costoso y, de hecho, irracional. Es para permitir una división mucho más compleja del trabajo que tenemos dinero, y, así, la posibilidad de balancear el valor de los ingresos contra los gastos a lo ancho de la economía como un todo. El comercio permite que lo mismo ocurra a través de las fronteras, entregando así mejoras en la prosperidad, como argumenta Richard Baldwin en La Gran Convergencia. El cambio del balance bilateral al multilateral hace casi 70 años fue un punto de inicio para la explosión de comercio que ha impulsado el crecimiento global.

En una economía multilateral, los balances bilaterales no importan. Por supuesto que las restricciones presupuestarias como un todo todavía sí. Pero el hecho de que yo tenga un déficit consistente con el supermercado más cercano no tiene porqué ser de preocupación para mí (o para él), mientras no agote todos mis recursos.

En gran medida por la misma razón, el marco global de diplomacia comercial ha sido tanto multilateral como no-discriminatorio. También apuntaba a vincular la liberalización comercial con la convertibilidad de divisas, inicialmente en la cuenta corriente. Aún construyendo este régimen global, fue entendido también que hay importantes diferencias políticas entre comercio dentro de los países y entre fronteras: este último incluye a los poco confiables extranjeros. Entonces, el mejor modo de regular en la práctica los compromisos comerciales era mediante la reciprocidad. La combinación de no discriminación y reciprocidad fue un fundamento del régimen global comercial de post-guerra.

Todo eso es muy bueno, dicen los nacionalistas de hoy, pero el comercio no balancea. Algunos países tienen grandes superávit y otros grandes déficits. Los primeros son depredadores y los últimos están arruinados. Eso, argumentan ellos, tiene que parar. El bilateralismo, insisten, es también la manera de hacerlo porque los desequilibrios bilaterales son tan enormes.

Eso es un error grave. Primero, no hay manera de asegurar un comercio bilateral balanceado de otro modo que con una interferencia constante –y constantemente variada– en las decisiones de individuos y compañías privadas. Segundo, tendría que ser un juego de “aplasta al topo”: cada vez que EEUU quiera recortar un déficit con un país A, ése aumentará con países B o C, ya que las importaciones serán diversificadas. Tercero, el resultado serán reglas comerciales inmanejablemente complejas e inciertas: si todos los miembros de la Organización Mundial de Comercio regularan el comercio con otros países bilateralmente, existirían más de 13.000 acuerdos. Eso sería loco. Este enfoque arruinará todos los acuerdos existentes, creando un caos en política comercial.

Como escribió Stephen Roach, el déficit de la cuenta corriente y los superávit son fenómenos macroeconómicos, un punto que se les escapa a los asesores proteccionistas de Trump. Los balances son una diferencia entre los ingresos y los gastos agregados del país, o sus ahorros e inversiones. Los chinos y los alemanes gastan menos de lo que reciben, y los estadounidenses más. Los últimos, argumenta, tienen que ser más prudentes, y no culpar a los extranjeros.

Roach mayormente tiene razón, pero no en todo. Si una economía muy grande, como la estadounidense, quisiera aumentar significativamente sus ahorros domésticos, cuando las tasas de interés reales globales son tan bajas y la demanda tan débil, eso llevaría a una recesión mundial. He argumentado que los gastos insostenibles de EEUU fueron un motor para la demanda global, antes de la crisis financiera de 2007. En este contexto, el exceso de ahorros de China, Alemania y algunos otros países son una fuente de preocupación global, porque nos faltan las maneras de absorberlos en inversiones productivas y sustentables en otras partes.

Entonces, los desequilibrios totales son un asunto legítimo para las políticas públicas, como dice Maynard Keynes. Pero no pueden ser tratados vía acuerdos bilaterales. Eso llevará a un fracaso de políticas y una voluntad venenosa. Tienen que ser tratados con multilateralidad, porque son un fenómeno multilateral. También va a ser mucho más productivo tratarlos a través de políticas macroeconómicas y de cuenta de capitales que vía comercio. El bilateralismo promocionado ahora por la administración Trump es un engaño. No funcionará. Pero hará un gran daño. Tiene que ser enterrado.

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