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Las fábricas abandonadas son la cuna de los votantes enfurecidos

Por: John Gapper | Publicado: Lunes 21 de noviembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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En 1989, unos meses antes de la caída del Muro de Berlín, la fábrica de alimentos congelados en Grimsby acababa de ganar un premio por su armonía industrial. Ubicada en la costa noreste de Inglaterra y administrada por Birds Eye Wall’s –en aquel entonces propiedad de Unilever–, sus trabajadores habían acordado aceptar los recortes de empleos y trabajar en equipos, reeducándose y aumentando la productividad a cambio de salarios más altos. Los empleados de Birds Eye en Kirkby, en el condado de Merseyside, habían rechazado el mismo reto y su fábrica estaba siendo clausurada.

El escape de Grimsby no perduró. Unilever finalmente decidió que la fábrica era demasiado pequeña e ineficiente y la cerró en 2005; el edificio abandonado más tarde fue destruido por un incendio. Unilever posteriormente vendió Birds Eye a Permira, un grupo de capital privado, el cual fusionó a la compañía con otros negocios europeos de alimentos congelados.

En junio de este año, los ciudadanos de Grimsby votaron por una de las mayorías más altas para que el Reino Unido abandonara la Unión Europea (UE), meses antes de que Donald Trump fuera elegido presidente de EEUU.

La experiencia de esa fábrica se ha repetido en numerosos lugares desde 1989 debido al relajamiento de las barreras comerciales y migratorias y al desencadenamiento de la globalización. Entre ellos se cuentan las antiguas ciudades siderúrgicas del oeste de Pensilvania, las cuales rechazaron a Hillary Clinton.

En Johnstown, en el Condado de Cambria, al este de Pittsburgh, alguna vez existió una planta de Bethlehem Steel que fabricaba carros de ferrocarril. Más de 12.000 personas trabajaban allí a finales de 1970, pero para cuando cerró en 2007 sólo quedaban 390 empleados.

Pittsburgh, que votó por Clinton, representa un excelente ejemplo de cómo una ciudad cosmopolita puede recuperarse de la pérdida de los empleos en el campo de la fabricación. Los servicios médicos y otros trabajos agrupados alrededor de la Universidad Carnegie Mellon han sustituido a la producción de acero. Pero las áreas menos cosmopolitas de Pensilvania todavía están sufriendo y Trump ganó fácilmente el Condado de Cambria.

Los votantes a favor de Trump tenían numerosos motivos, desde hostilidad ante la inmigración y rabia ante el estancamiento de los salarios, hasta el rechazo del liberalismo social. La mayoría no eran pobres: la mayor parte de quienes ganan menos de US$ 50.000 al año respaldaron a Clinton.

Pero gran parte de su resentimiento y del entusiasmo de otros por el Brexit, se originó en las fábricas, particularmente en las plantas de fabricación que ahora ya no existen en lugares como Johnstown y Grimsby. Representan no sólo la pérdida de empleos, sino también de la ‘agencia’: el control que los empleados de nivel medio solían tener sobre su vida laboral.

En un pasado, los empleados contaban con más poder de negociación: era más difícil para las empresas imponerles cambios en la forma en la que trabajaban cuando muchas fábricas estaban sindicalizadas y el traslado de la producción a otros lugares era difícil. Cuando las paredes se derrumbaron, el capital se volvió más poderoso y más móvil; siempre había una alternativa disponible.

La experiencia de esas dos fábricas fue típica: una intensificación constante de las demandas de los trabajadores con habilidades limitadas u obsoletas por parte de los gerentes, con la amenaza de trasladar el trabajo a un sitio nuevo o al otro lado del mundo. Si los gerentes no podían conseguir lo que querían, la amenaza de una reestructuración de la inversión privada era inminente.

El mundo se dividió en aquellos para quienes la movilidad representaba una amenaza y en aquellos para quienes representaba una oportunidad. Birds Eye actualmente es propiedad de Nomad Foods Europe. Sus ejecutivos son nómadas elitistas de varias nacionalidades que han trabajado desde Atenas hasta Houston.

Las personas no educadas en escuelas de negocios o no capacitadas para dirigir las cadenas de suministro globales han enfrentado una situación más difícil, perdiendo empleos y beneficios. Sus pérdidas han destruido comunidades, haciéndolas receptivas al fiero evangelio de conservadurismo social y de restauración económica de Trump.

Existen considerables agujeros en su plan particular de emplear a estadounidenses para construir un muro en la frontera sur y hacer que México pague por él, pero tiene un poderoso simbolismo. Para las personas que experimentaron lo contrario — los consumidores estadounidenses pagando por empleos e instalaciones en México — es una cuestión de justicia.

La mayoría de los economistas opinarían que “retomar el control” por medio de la construcción de muros y de la eliminación de acuerdos comerciales internacionales no tendrá el efecto deseado. No devolverá la fabricación de acero a Pensilvania ni el procesamiento de alimentos a Grimsby. Trump es un ‘hombre del espectáculo’, no un mago.

Pero parte de su mensaje tenía sentido, y sería absurdo que las compañías lo ignoraran. Durante las últimas tres décadas, la movilidad del capital y de la mano de obra ha producido grandes beneficios para los consumidores y para los ciudadanos de las economías de bajos ingresos. Pero les ha dado menos a los trabajadores que no son parte de la élite en las economías ricas, y ha minado su sentido de seguridad.

Construir muros es una mala idea, pero hacer que el capital trabaje más productivamente a favor de quienes están en lugares abandonados es una buena idea. Esto es esencial si se desea que las personas cuyas voces económicas han sido silenciadas no utilicen sus votos políticos contra el liberalismo.

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