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Los bancos “demasiado grandes para quebrar” siguen siendo una amenaza

Por: | Publicado: Miércoles 16 de abril de 2014 a las 05:00 hrs.
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Ningún gobierno solvente permitirá que la totalidad de su sector bancario colapse. Las instituciones apalancadas cuyos pasivos son más líquidos que sus activos son inevitablemente vulnerables al pánico. En una situación de pánico, será difícil distinguir la falta de liquidez de la insolvencia. Estos tres puntos dan forma a mis puntos de vista: el Estado apoya la banca a pesar de que podría no apoyar cada institución individualmente.

Uno de los obstáculos para darle credibilidad al porte de las pérdidas de los acreedores es el concepto de “demasiado grande para quebrar”, el reto planteado por los bancos que son individualmente sistémicos. Una duda con respecto a la regulación posterior a la crisis es si este riesgo ha desaparecido. La respuesta es “no”. Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra y presidente del Consejo de Estabilidad Financiera, concuerda que “las empresas y los mercados están comenzando a adaptarse a la determinación de las autoridades por acabar con los bancos demasiado grandes para quebrar. Sin embargo, el problema aún no se ha resuelto”.

De hecho, no lo está, como lo señala un capítulo sobre los bancos en el último Informe de Estabilidad Financiera Global del Fondo Monetario Internacional. “Los subsidios subieron en forma generalizada durante la crisis, pero desde entonces han disminuido en la mayoría de los países”, concluye. “Los subsidios estimados siguen siendo más elevados en la eurozona que en EEUU... En general, sin embargo, la probabilidad esperada de que los bancos de importancia sistémica (SIB) sean rescatados continúa siendo alta en todas las regiones”. Por otra parte, en caso de otra crisis, los subsidios necesarios podrían saltar una vez más.

Una de las razones por las cuales es poco probable que el problema haya disminuido es que el sector bancario ha tendido a ser aún más concentrado. Además, los activos totales de varios grandes bancos han seguido aumentando: es común ver instituciones con activos de 
US$ 2 billones (millones de millones). Semejantes bancos siguen estando altamente interconectados, aunque la magnitud de este fenómeno podría haber disminuido recientemente.

Otra razón es que los subsidios siguen siendo grandes. El FMI señala que hay tres formas diferentes de calcular las subvenciones. La primera está basada en la diferencia entre las tasas de interés de los bonos emitidos por los SIB y los no SIB. La segunda es un “análisis de demandas contingentes”. La tercera proviene del análisis realizado por las agencias de calificación de la brecha entre la calificación independiente y una que incluye el apoyo del Estado.

Las comparaciones entre las tasas de interés de los bonos pagados por los SIB y los no SIB son bastante complicadas. Sin embargo, el contraste entre las instituciones de EEUU con los coeficientes de apalancamiento comparables (proporciones de los activos totales con respecto al patrimonio neto) revela que los SIB tienen una ventaja en materia de financiación. Esto confirma que los subsidios todavía perduran.

El segundo enfoque se basa en la comparación de los diferenciales observados en los “credit default swaps/CDS” (intercambios de incumplimiento crediticio) –una forma de seguro para los bonos– con diferenciales de valor razonable derivados de los precios de la renta variable. Los diferenciales de los CDS –a diferencia de los datos de la renta variable, cuyos propietarios tienen pocas probabilidades de verse protegidos– tienen en cuenta la probabilidad de peligro y la probabilidad y el tamaño del apoyo gubernamental. Este método muestra un gran apoyo durante la crisis, que luego disminuye en EEUU y se eleva en el Reino Unido y la eurozona.

El tercer enfoque se basa directamente en las estimaciones de las agencias de calificación. Esto también muestra que los subsidios son grandes, aunque de nuevo ligeramente en declive después de la crisis.

Las reformas introducidas tras la crisis con el propósito de reducir la probabilidad de apoyo estatal parecen haber incrementado el riesgo percibido de los SIB, así como pareció disminuirlo la imposición de ratios de apalancamiento más bajos. Ambos resultados eran deseables. Sin embargo, los subsidios implícitos siguen siendo grandes: hasta 
US$ 312 mil millones en la eurozona. En cuanto a la ventaja del costo de financiación de los SIB, los subsidios tienen un mínimo de 15 puntos básicos en EEUU; 25-60 puntos básicos en Japón; 20-60 puntos básicos en el Reino Unido; y 60-90 puntos básicos en la eurozona.

Es difícil concebir un buen argumento para la subvención de estos bancos frente a los competidores más pequeños. El único argumento plausible es que los sistemas bancarios dominados por unas pocas instituciones grandes pueden ser más estables que los de la competencia. Esto no es ridículo: un cartel bien organizado podría ser más estable que un gran número de pequeños bancos de la competencia. Sin embargo, lo que está claro es que vendría a expensas de los clientes y de la economía. Sería mucho mejor –y factible– tomar otra ruta.

Entonces, ¿qué hay que hacer? El FMI sugiere tres opciones: restringir el tamaño y las actividades de los bancos; reducir la probabilidad de situaciones de peligro; y disminuir la probabilidad y la magnitud de cualquier plan de rescate si un banco cae en una situación de crisis. De estas opciones, la segunda es la mejor. Mientras la limitación de las actividades minoristas tiene sentido, los gobiernos no deberían decidir lo que las empresas privadas pueden hacer. En la tercera, los compromisos para limitar la probabilidad y la magnitud de un rescate en caso de una crisis sistémica por lo general no son creíbles. Ante esos factores, la mejor política es la segunda: disminuir las probabilidades de una crisis. Eso puede lograrse elevando los requisitos de capital y garantizando la máxima transparencia de los balances. Esto es aún más importante si el objetivo es salvaguardar la economía y la solvencia de los gobiernos.

Desafortunadamente, a pesar de los esfuerzos en esa dirección, el apalancamiento bancario sigue siendo demasiado alto. EEUU ha propuesto una cuota (sin incluir riesgos) de capital propio del 5% para los grandes holdings bancarios. Pero los activos de un banco pueden perder el 5% de su valor demasiado fácilmente. La financiación por equidad debe ser de al menos el 10% del balance e idealmente más.

Por lo menos, tal como propone el FMI, la equidad debe aumentarse hasta que todas las medidas de la subvención sean cero. Sin embargo, el sistema es la clave fundamental. Sería un gran error suponer que el principal problema son los bancos individuales que son demasiado importantes para fracasar. Un sistema con un gran número de bancos pequeños e interconectados, expuestos a riesgos correlacionados, ya sea en sus activos o sus pasivos, también sería peligroso. Los financiadores podrían incluso estar seguros que un sistema de este tipo no reciba el apoyo del Estado, lo que eliminaría el subsidio implícito. Pero en una crisis sistémica, el sistema casi seguramente recibiría y debería recibir apoyo. El problema es, en resumen, no sólo el subsidio explícito para la toma de riesgos, sino también la probabilidad de desastres imprevistos que conllevan enormes costos económicos y sociales.

Es por ello que se necesitan requisitos de capital más altos que los requieren los negocios para todas las instituciones apalancadas. Los riesgos sistémicos son el problema. Se necesitan requisitos de capital relacionados con dichos riesgos, aunque los componentes del sistema sean unas pocas ballenas o una multitud de pequeños peces.

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