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Los migrantes de Calais son la vergüenza de Europa

A los solicitantes de asilo se les deben ofrecer rutas legítimas de emigración para que no crucen el Canal

Por: Philip Stephens, Financial Times | Publicado: Lunes 3 de agosto de 2015 a las 04:00 hrs.
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La crisis migratoria en Calais es una historia de miseria humana, estados devastados por la guerra y la negligencia Europea. Habla de un mundo en el que las naciones avanzadas han perdido la voluntad, y parte de la capacidad, para prevenir y resolver los conflictos. Sus políticos no encontrarán una solución aumentando el número de policías o construyendo vallas más altas.

Se estima que 5,000 personas están acampadas, en condiciones terribles, alrededor del puerto de transbordadores francés y su entrada al túnel para cruzar el Canal. Los números han ido en aumento a través del año. También ha aumentado la desesperación de los migrantes para cruzar la franja de 21 millas de mar que separa a Francia de Gran Bretaña.

Los gobiernos de los dos países han gastado decenas de millones de euros en medidas de seguridad para evitar que los migrantes se trepen en camiones y trenes. El esfuerzo, como era previsible, ha sido inútil. Esto es lo que sucede cuando los políticos optan por tratar los síntomas en lugar de las causas.

Calais es la cabeza de un embudo que ha visto a decenas de miles de inmigrantes que huyen de la guerra y la miseria en el Magreb y más allá. Algunos son lo que los políticos llaman desdeñosamente "migrantes económicos" – como si fuera condenable buscar una vía de escape de la pobreza o algo peor – pero la mayor parte son víctimas de la guerra. Los sirios encabezan la lista, seguidos de eritreos, somalíes, iraquíes y afganos. Lo que los une es la creencia de que cualquier riesgo – cruzar miles de millas a través de Turquía y los Balcanes, ahogarse en el Mediterráneo, caer debajo de un camión o un tren en Calais – es insignificante en comparación con los peligros en sus países de origen.

Las grandes migraciones de personas desplazadas no son nada nuevo. En los últimos tiempos, Europa ha recibido refugiados de la antigua Yugoslavia, así como los de conflictos aparentemente interminables en Somalia y Afganistán. Lo que ha cambiado – y éste es un punto elocuentemente expresado este mes por António Guterres, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) – es la propagación y persistencia de los conflictos en los estados fallidos. El péndulo en los países avanzados ha oscilado del intervencionismo liberal hacia la inacción furtiva.

Guterres señaló que hace cinco años se calculaba que 11,000 personas huían la guerra todos los días. El año pasado la cifra se había cuadruplicado a más de 42,000 personas. De estos aproximadamente dos tercios fueron desplazados internamente, pero el resto se vieron obligados a buscar refugio en el extranjero. Comparó la situación con la década de 1990. En aquel entonces, aunque a veces después de muchas vacilaciones, las naciones desarrolladas actuaron – en Bosnia y Kosovo, Sierra Leona y Timor Oriental. Ahora, si se trata de Sudán del Sur, la República Centroafricana o Siria, la postura generalizada suele ser la quietud. Hace diez años, el ACNUR ayudaba a un millón de personas al año a regresar a antiguas zonas de conflicto que habían vuelto a la estabilidad. Para el año 2014 el número había caído a 126,000.

A pesar del pánico generado por las 5,000 personas acampadas en la llamada "jungla" de Calais, Europa ha mostrado muy poca empatía. El miedo a la derecha populista ha ocasionado que los políticos pierdan el sentido de la proporción. Se estima que 150,000 personas han cruzado el Mediterráneo y Egeo en el primer semestre de este año. Eso es mucho más que en 2014, pero tiene que contrastarse con la población de las 28 naciones de la UE de unos 500 millones; y sigue siendo una pequeña fracción de los 4 millones que han huido de la guerra civil en Siria. Hasta 2 millones de sirios han huido a Turquía y, como Guterres señaló, un tercio de la población del Líbano ahora está compuesta de refugiados sirios o palestinos.

Los gobiernos europeos discuten sobre cómo compartir la "carga" de los 40,000 solicitantes de asilo – la mayoría de ellos hombres jóvenes, muchos altamente calificados y todos ansiosos para trabajar y encontrar santuario. Alemania y Suecia, las dos naciones más abiertas hacia los migrantes, se beneficiarán de su generosidad.

Debería ser obvio que los estados no podrán afrontar el problema individualmente. Las naciones de todo el continente están alzando barreras. En el mejor de los casos lograrán desviar el problema.

La pretensión de que las cercas son una respuesta derrama combustible a los fuegos del populismo anti-inmigrante. Los votantes están menos preocupados por los números que por el miedo a que los gobiernos pierdan el control. Una respuesta es reemplazar "la jungla" Calais con los centros europeos para documentar a los refugiados y, si es necesario, devolver a los inmigrantes ilegales a sus países de origen.

Si los solicitantes de asilo genuinos deben ser persuadidos para no arriesgar sus vidas e la integridad física al cruzar el Mediterráneo o el Canal, los gobiernos de la UE también deben ofrecer rutas legítimas de regularización. En cuanto a la opinión pública nacional, los políticos deberían haber aprendido ya que el caos causa temor; la gestión eficaz proporciona tranquilidad.

El mundo ha cambiado. El poder relativo de Europa ha caído aún más rápido que el de EEUU, y con él la capacidad de solucionar problemas en el vecindario. Esto no quiere decir que puede renunciar a la responsabilidad. La UE todavía tiene las herramientas – económicas, políticas y militares – para promover el orden más allá de sus fronteras, a veces por su cuenta o más a menudo como un poder de convocatoria. La crisis de Calais es sólo una lección más del costo de esconderse bajo las sábanas.

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