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Persona del año de FT: George Soros y los valores de la democracia liberal

El controvertido multimillonario que apoya implacablemente las causas liberales se encuentra en medio de una campaña de demonización en todo el mundo.

Por: Roula Khalaf | Publicado: Miércoles 19 de diciembre de 2018 a las 13:16 hrs.
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Marrakech

Para un hombre que enfrenta ataques diarios por su activismo y visión liberal del mundo, George Soros muestra un ánimo curiosamente alegre en una tarde soleada en Marrakech.

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La influencia ha tenido un costo dolorosamente alto para el hombre de 88 años, padre de la industria de los fondos de riesgo y uno de los filántropos más prominentes del mundo. Desde su Hungría nativa hasta su Estados Unidos adoptivo, las fuerzas del nacionalismo y el populismo están remeciendo al orden liberal democrático que él apoya sin descanso. El hombre una vez descrito como el único individuo con una política exterior debe hacer frente al alza de hombres fuertes en el planeta, además de ataques viciosos diseñados para deslegitimarlo.

La Persona del Año de Financial Times usualmente refleja los logros del elegido. En el caso de Soros, este año, su selección también se trata de los valores que él representa.

Él es el portador del estandarte de la democracia liberal y la sociedad abierta. Estas son las ideas que triunfaron en la Guerra Fría. Hoy, están en estado de sitio por todos lados, desde la Rusia de Vladimir Putin hasta el EEUU de Donald Trump.

Por más de tres décadas, Soros ha usado la filantropía para luchar contra el autoritarismo, el racismo y la intolerancia. A través de este largo compromiso con la apertura, la libertad de medios y los derechos humanos, ha atraído la ira de los regímenes autoritarios y, cada vez más, los populistas nacionales que siguen ganando espacio, particularmente en Europa.

"Me culpan de todo, incluso de ser el anticristo", señala Soros. "Me gustaría no tener tantos enemigos, pero lo tomo como una señal de que debo estar haciendo algo bien".

El enemigo

Hay tantas teorías conspirativas antisemitas contra Soros, que es difícil llevar la cuenta. Casi todos los días hay declaraciones, tuits o imágenes que lo muestran como un manipulador de la política global.

Trump, resentido por el apoyo de Soros a los demócratas, lo ha acusado de financiar la caravana migrante de Centroamérica, señalamientos que parecen haber inspirado, al menos en parte, un ataque a la sinagoga Tree of Life en Pittsburgh en octubre.

Ese mismo mes, Soros fue el primero en una serie de críticos de Trump que recibió un dispositivo explosivo en su casa de Nueva York. "He sido retratado como el demonio. El hecho de que los extremistas se inspiren en falsas teorías conspirativas sobre mí para asesinar me duele mucho", dice Soros.

Al otro lado del Atlántico, el primer ministro húngaro Viktor Orban, una vez beneficiado de una beca educativa de Soros, ha instrumentalizado al multimillonario en sus cálculos electorales, acusándolo falsamente de estar tras los planes de la Unión Europea para inundar el continente con inmigrantes.

En el Reino Unido, el país en que Soros completó su educación y tiene propiedades, es recordado como el hombre que "quebró el Banco de Inglaterra" con su apuesta contra la libra esterlina en 1992. Décadas después es criticado por su oposición al Brexit y por su apoyo financiero a Best of Britain, un grupo que hace campaña para un segundo referendo sobre la membresía en la UE.

Soros parece ser resiliente, incluso energizado por los ataques. Consumidor voraz de información y atento a escuchar, está en un ánimo reflexivo, buscando sentido al nuevo desorden mundial. Se llama a sí mismo, quizás con demasiada modestia, un "filósofo frustrado".

Soros y su fortuna

Hizo su fortuna como un especulador implacable, con poca preocupación de las consecuencias de sus mega apuestas, pero la regala con afán mesiánico. Detectan en su filantropía un sentido de culpa reprimida. Quienes lo conocen mejor, sin embargo, dicen que la misma rebeldía y alta tolerancia al riesgo atraviesa todo lo que ha logrado, sea en administración de fondos o en filantropía.

Hijo de una familia judía en Hungría, Soros tenía 14 años cuando los nazis invadieron en 1944. Sobrevivió con papeles falsos a una ocupación que costó la vida de 500 mil judíos. Fue mientras los comunistas consolidaban su poder en Hungría que Soros, de 17 años, decidió escapar a Londres. Mientras estudiaba en la London School of Economics, recibió influencia intelectual de Karl Popper y su idea de que sólo las sociedades abiertas y democráticas podían florecer. Estas ideas se convertirían en la base de su filantropía.

Impulsado por el afán competitivo que le infundió su padre, se fue a Wall Street en los '50 como un operador de arbitraje, donde eventualmente abrió su fondo Quantum y se convirtió en uno de los especuladores más famosos. "La forma en que avancé en el dinero es que era tan crítico de mis decisiones como del sistema", explica.

Fuera de la política

Soros dice que nunca consideró postular a un cargo público y quienes lo conocen concuerdan que no sería bueno. Impulsivo y tendiente a cambiar abruptamente de opinión, se resiste a ser "burocráticamente entrenado", dice Malloch Brown, uno de sus amigos más antiguos.

Uno de los mayores donantes de la campaña presidencial de Hillary Clinton en 2016, a Soros le dolió la elección de Trump. "Él es su propio peor enemigo, un narcisista que quiere que el mundo gire en torno a él y ha tenido éxito más allá de sus sueños", apunta.

En la campaña de 2020, Soros planea quedarse fuera de las primarias y respaldar a quien emerja como opositor demócrata. En lo más inmediato, su fundación está involucrada en lo que él ve como una defensa importante de un censo justo que haga frente a la escasa representación de las minorías.

En sus años de ocaso, Soros mira más allá de su formidable legado. Habiendo planeado originalmente que su fundación durara lo que durara su vida, completó una transferencia el año pasado de US$ 18 mil millones a Open Society. Eso redujo su fortuna en US$ 8 mil millones, según Forbes, pero aseguró que su activismo tuviera vida propia. Y ha encontrado un sucesor en su filantropía: su hijo, Alexander.

"Luchamos por principios, más allá de los resultados, se gane o se pierda", dice. Y casi inmediatamente, agrega: "No me gusta perder tanto".

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