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Por qué han cambiado tan pocas cosas desde la crisis financiera

Los intereses comprometidos son la probable causa de la inercia por la que las buenas ideas no se aplican.

Por: Martin Wolf | Publicado: Miércoles 5 de septiembre de 2018 a las 04:00 hrs.
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“Aquí estoy de vuelta en el Tesoro... pero con una gran diferencia. En 1918, la única idea de la mayoría de las personas era volver al tiempo previo a 1914. Nadie siente lo mismo sobre 1939. Eso hará una diferencia enorme en adelante”. John Maynard Keynes escribió esto en 1942. Realmente hizo una diferencia. Tras la Gran Depresión y una Segunda Guerra Mundial, las personas querían cambio. Lo consiguieron. Francia llama a lo que vino después les trentes glorieuses.

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La estanflación de la década del ‘70 trajo una contrarrevolución: los años ‘80 trajeron un cambio radical de ideas sobre el rol del Estado y los mercados, los objetivos de la política macroeconómica y el trabajo de los bancos centrales. Una vez más, la meta era una transformación fundamental.

Así que, ¿qué pasó después de la crisis financiera? Las autoridades, ¿han intentado llevarnos al pasado o a un futuro diferente? La respuesta es clara: es lo primero.

Para ser justos, han intentado volver a un pasado mejor. Eso es lo que pasó en 1918. Entonces acababan de salir de una guerra devastadora, así que las nuevas ideas eran sobre la paz, la “seguridad colectiva” y una Liga de las Naciones. Pero querían volver a la economía previa a la guerra, especialmente al patrón oro. En 1918, entonces, en su mayoría querían volver a una versión mejor del pasado en las relaciones internacionales. Tras la crisis de 2008, querían volver a una versión mejor del pasado en regulación financiera. En ambos casos, lo demás debía quedarse como estaba.

El principal objetivo de las políticas públicas tras la crisis era el rescate: estabilizar el sistema financiero y recuperar la demanda. Esto se logró poniendo hojas de balances soberanas tras el sistema financiero en colapso, bajando las tasas de interés, permitiendo a los déficit fiscales saltar en el corto plazo al tiempo que se limitaba la expansión fiscal discrecional e introduciendo complejas regulaciones financieras nuevas. Esto previno el colapso financiero, a diferencia de lo que pasó en los años ‘30, y trajo una (débil) recuperación.

El pasado acecha

Es notable lo cerca que estas acciones corresponden al consenso previo a la crisis. Los bancos centrales actuaron como prestamistas de última instancia, como deberían. También jugaron un rol central en la estabilización macroeconómica, como sugería el pensamiento precrisis. Su principal instrumento seguía siendo las tasas de interés, aunque incluyeron las de largo plazo, porque las de corto plazo tocaron cero. Poco después de que había pasado lo peor de la crisis, la política fiscal giró hacia la austeridad. El sistema financiero es muy similar al de antes, aunque con menos apalancamiento, mayores requerimientos de liquidez y regulación más exigente. Los esfuerzos para reducir la deuda en el sector privado fueron modestos.

La crisis financiera fue un fracaso devastador del mercado que siguió a un período de desigualdad creciente en muchos países. Sin embargo, al contrario de lo ocurrido en 1970, las autoridades apenas cuestionaron los roles relativos de los gobiernos y del mercado. La sabiduría convencional aún considera la “reforma estructural” como un sinónimo de menores impuestos y desregulación en los mercados laborales. Las autoridades, en gran parte, no se han dado cuenta de la peligrosa dependencia de la demanda sobre la siempre creciente deuda. El monopolio y las actividades de “suma-cero” son penetrantes. Pocos cuestionan el valor de las altas cantidades de actividad en el sector financiero que aún tenemos, o reconocen los riesgos de crisis financieras mayores.

No es una sorpresa que los populistas sean tan populares, dada esta inercia, sin mencionar la experiencia miserable de tantos ciudadanos desde la crisis y, en casos importantes, antes de ella. La política aborrece a los vacíos. Las ideas tan peligrosas y divisivas como las del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o el viceprimer ministro de Italia, Matteo Salvini, están destinadas a llenarlo. No se puede vencer algo con nada.

La lealtad persistente a la sabiduría convencional de la precrisis es sorprendente. El fracaso del keynesianismo de los ‘70 fue significativo, pero no fue mayor que la combinación de crecimiento lento con inestabilidad macroeconómica que produjo la ortodoxia precrisis. Lo que hace que esto sea aún más chocante es que hay muy poca confianza en que podamos (o queramos) resolver efectivamente otra gran recesión, mucho menos otra gran crisis.

Se buscan soluciones

¿Qué explica la complacencia? Una razón podría ser la ausencia de buenas ideas. El economista Nicholas Gruen argumenta esto en un provocador artículo. Pero hay algunas que están perfectamente bien.

Algunos han defendido un giro desde la deuda hacia las acciones para financiar la compra de viviendas. Otros han pedido la eliminación de la deducibilidad tributaria de los intereses de deuda. Algunos destacan el impacto perverso de incentivos ejecutivos. Algunos argumentan convincentemente de mayores requerimientos bursátiles de los bancos, rechazando el argumento de que ello frenaría el crecimiento. Otros preguntan por qué sólo los bancos tienen cuentas en los bancos centrales. ¿Por qué no pueden hacerlo todos los ciudadanos? Algunos se preguntan por qué no podemos usar a los bancos centrales para huir de la dependencia del crecimiento a base de deuda.

Más allá de las finanzas, parece más claro que nunca que la protección de propiedad intelectual ha ido demasiado lejos. Además, ¿por qué no girar el impuesto a las tierras? ¿Por qué estamos dejando que el impuesto capital colapse? ¿Y por qué no estamos intentando revitalizar el antimonopolio?

Una ideología nueva que responda a todo puede no estar disponible. Probablemente es bueno. Pero las buenas ideas sí existen. Una causa más probable de la inercia es el poder de los intereses comprometidos. En la economía de extracción de renta de hoy, que se hace pasar por un mercado libre, es, después de todo, fuertemente rentable para los insiders políticamente influyentes.

Pero la complacencia del centro invita a la ira extremista. Si quienes creen en la economía de mercado y la democracia liberal no crean mejores políticas, los demagogos barrerán con ellos.

Una versión mejor del mundo previo a 2008 no es suficiente. Las personas no quieren un pasado mejor, quieren un mejor futuro.

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