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¿Puede Netflix superar el libreto de Trump?

Con la llegada de la quinta temporada de House of Cards no se puede evitar la pregunta: ¿Qué pueden hacer los guionistas para igualar lo que sucede en la vida real?

Por: Jan Dalley | Publicado: Viernes 2 de junio de 2017 a las 04:00 hrs.
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Apenas comenzando el primer episodio de la nueva temporada de House of Cards, el presidente Frank Underwood (Kevin Spacey) hace una declaración cuestionable, afirmando "les juro, con Dios como mi testigo". Claire (Robin Wright), la fría Primera Dama y vicepresidenta de EEUU, comienza a llorar en el funeral de un estadounidense decapitado por los yijadistas locales de "ICO". Silenciosamente toma su cartera para sacar sus anteojos oscuros y esconder sus ojos enrojecidos. Vemos a Frank tratar de darle la mano. Por un momento parecería que busca consolarla. Pero no. Le está diciendo que no se ponga los malditos lentes. Esas lágrimas se ven bien ante las cámaras.

Así, somos lanzados de lleno hacia la nueva serie cuyos trece episodios fueron recién liberados en Netflix. Es la quinta temporada y hay que enfrentarlo: es una franquicia que ha sido estirada y estirada nuevamente, pero que de alguna forma ha logrado redimirse a sí misma cada vez. En el comienzo, en 2013, era una serie que parecía destripar al establishment, exponer el corazón oscuro de su duplicidad y lujuria por el poder. Pero el establishment lo amaba: uno podría decir incluso que la vida real se sentía obligada a competir con la fantasía. Y por supuesto con esta nueva serie no se puede evitar la pregunta: ¿Qué pueden hacer los guionistas para igualar lo que está pasando en la vida real? Especialmente en una serie que se ideó en un clima político, pero que nos llega en otro completamente diferente.

Como resultado, los guionistas (ahora sin el creador de la serie Beau Willimon) pueden hacer mucho. Para bien y para mal. Lo que está pasando en la Casa Blanca real tiene poco que ver con los dramas que ocurren en el perfectamente reconstruido set en Maryland. Pero, de una manera distinta, el presidente estadounidense de la vida real es mostrado bajo una luz inesperada por la serie.

Elevar el terror

El argumento acá se centra inicialmente en los fanáticos. A la luz de una próxima elección y la amenaza de cargos criminales, el presidente irredimiblemente oportunista, llegó al cargo a través de una serie de intrigas, realiza una artimaña para posicionarse a sí mismo en un terreno moral superior. Golpea el piso del Congreso gritando "¡No cederé!" y demanda que EEUU declare la guerra formalmente al grupo terrorista ICO.

Si la opinión pública, o incluso otros políticos, tuvieran un indicio de lo que Underwood iba a hacer con el asesino de ICO capturado, no estarían seguros de a quién deberían llamar terrorista. Y ese es el punto en el cual Underwood mira directamente a la cámara, se congela en esa mirada de ojos muertos distintiva suya y le dice directamente a los televidentes: "Pensé que ya me conocían".

Bueno, así es. Nuestros dos protagonistas centrales son tan deliciosamente retorcidos como siempre. Underwood, ahora canoso, es el máximo villano de pantomima; Claire ha evolucionado en un rol más grande y aseñorado, más de nana sexy que de esposa trofeo. En un momento, envuelta en uno de sus trajes ridículamente ajustados, ella desliza sus ojos hacia su marido y ronronea: "Debemos aumentar el terror". Hay que reírse del estilo exageradamente macabro de todo eso. Que este par pueda, literalmente, salirse con la suya con un asesinato (ese es el último spoiler, lo prometo) no es una sorpresa.

El poder por el poder Sin embargo, a medida que la serie avanza, aumenta la perturbadora sospecha de que se han vuelto un poco aburridos. ¿Quién diría que el mal puede ser tan predecible? A pesar de algunas tramas secundarias valientes, la mayoría relacionada con muchos computadores, casi todos los otros personajes se han vuelto crecientemente faltos de personalidad, existiendo como recursos o complementos de la trama de la pareja protagonista. Así es como los Underwood los verían, por supuesto, pero no aporta mucho drama. Tenemos que seguir esperando hasta que Frank y Claire vuelven a subir juntos a la limusina y uno le dice al otro: ¿Qué te dijo ella? O ¿qué es lo que él quiere? Y sólo entonces obtenemos toda la verdad.

La insipidez predomina, pese a los altísimos costos de producción y lujosos sets, debido a una persistente sensación de falta de sentido. El objetivo de ambos protagonistas es la búsqueda del poder. Esa es una verdad evidente y abiertamente reconocida. Pero, en un mundo post ideologías ¿para qué sirve el poder? Los Underwood no parecen ni siquiera querer convertirse en súper ricos, pese a que sí lo logran. No tienen políticas, planes, ni programas, excepto el de mantenerse en el poder. Es el deseo de poder por el poder, y eso se vuelve extrañamente aburrido. Los terroristas de ICO son una señal divina para Underwood: al declararles la guerra, su administración puede evitar tener que hacer otras cosas. Lo más cerca que está Frank de una declaración de política pública es cuando, viendo a una multitud ansiosa reunida fuera de la Casa Blanca, dice a Claire: "lo que esas personas quieren es a alguien que los mantenga alejados de lo que temen saber".

Una era diferente

Es quizás aquí donde la serie refleja curiosamente la era política en la cual ha aterrizado. El presidente Trump quiere hacer cosas. Puede que nos gusten o no esas cosas, pero es un presidente impulsado por un programa si es que alguna vez hubo uno, anunciando y pronunciando sus planes y proyectos y, cuando no es interrumpido por la realpolitik, apresurándose a cumplirlos. En eso, los presidentes Underwood y Trump no podrían ser más diferentes.

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