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What happened: la trastienda de la elección según Hillary Clinton

Aunque es la primera en asumir la culpa, la exsecretaria de Estado también apunta sus dardos a la prensa, a sus aliados y a su rival en las primarias, Bernie Sanders.

Por: Financial Times | Publicado: Miércoles 20 de septiembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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Pocas veces un libro ha sido tan expuesto a la crítica antes de que alguien lo lea como What happened (Qué ocurrió) de Hillary Clinton. La idea de que ella vuelva al escenario menos de un año después de perder ante Donald Trump fue considerada egoísta: una memoria así sólo podría generar estrés post traumático entre los demócratas.

La apasionada autopsia de 2016 de la exprimera dama incluye ajustes de cuentas personales. Pero hay un elemento que brilló por su ausencia en sus últimos dos libros: es una lectura atractiva. Para cualquiera que se sumergió en la prosa formulada de Living History (2003) y Hard Choices (2014), esto puede ser una sorpresa. Tras cuidar su imagen por tanto tiempo, Clinton finalmente le da espacio a sus sentimientos.

Parte de su candor es terapéutico. Casi universalmente proyectada como ganadora ante Trump el 8 de noviembre, la derrota de Clinton fue mucho mayor a un fracaso típico. Generó una culpa -e ira- paralizadora por haber dejado a “un matón no calificado convertirse en presidente de EEUU”. Amigos le hablaron de las virtudes del ansiolítico Xanax o de la terapia. “No era para mí”, escribe. “Nunca lo ha sido”. Aunque bebió bastante Chardonnay, no fue paliativo. Tampoco lo fue la idea de pasar su vida de luto. Aún así, Clinton apenas salió de su casa las primeras semanas. Cada vez que abría el periódico para leer sobre Trump era como “sacarse una costra”. Hay veces aún, confiesa, “en que sólo quiero gritar en una almohada”.

La culpa

El lector podrá concordar con que es más sano canalizar los sentimientos en la escritura. Esta Clinton lo hace con algo de condimento. Para ser justos, comienza el juego de la culpa con ella misma. “No logré hacer el trabajo”, escribe, “y tendré que vivir con eso por el resto de mi vida”. Admite que, a diferencia de su esposo, Bill Clinton, o Barack Obama, es una política poco vendible. “Mis peores miedos sobre mis limitaciones como candidata se habían vuelto realidad”, admite. “No había podido conectar con la profunda rabia que muchos estadounidenses sentían”, agrega.

Sin embargo, en gran parte las recriminaciones de Clinton se comparten generosamente. Mucho es merecido. Apunta a ciertos miembros de la prensa, a los que quiso dedicar muñecas de vudú y “llenarlas de agujas”.

Durante la elección, los noticieros principales dedicaron sólo 32 minutos a las propuestas políticas, mientras quemaron 100 minutos en los correos de Clinton; mucho más de lo que dieron al escándalo de la universidad falsa de Trump, su negativa a publicar sus devoluciones de impuestos o la misoginia del conocido video de “Access Hollywood”. Aunque se jactaba de haberse aprovechado de mujeres, Trump ganó el voto femenino blanco. “Él entendía bien las necesidades e impulsos de la prensa política y sabía que si les daba un nuevo conejo cada día, no atraparían a ninguno”.

También está el género. Como en muchos roles dominados por hombres, las candidatas sufren un escrutinio considerablemente mayor. La atención mediática a sus movimientos faciales, su tono de voz y su apariencia son “increíblemente crueles”, escribe Clinton.

Incluso lanza algunos golpes a sus aliados más leales. Obama, cree, podría haber hecho una diferencia si hubiera dado un discurso televisado sobre la interferencia rusa, un tema sobre el que había sido informado por las agencias de inteligencia. Se negó a hacerlo, creyendo -probablemente con razón- que lo que dijera se leería como intervencionismo partidista.

Pero la mayor ira de Clinton va para James Comey, exdirector del FBI, que ella llama la “Oficina Federal de Insinuaciones”. La decisión de reabrir la investigación sobre sus correos diez días antes de la elección cambió el resultado, cree ella.

La exprimera dama ganó el voto popular por casi 3 millones. Su derrota en el Colegio Electoral estuvo en manos de sólo tres estados clave: Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Si 77 mil votantes hubieran cambiado de opinión, Clinton sería presidenta. Pero detectar a los culpables es difícil. Al encontrar un chivo expiatorio, como el presidente ruso, Vladimir Putin, nos tropezamos con otro, como Julian Assange, fundador de Wikileaks y también misógino. También están los medios, Comey, los votantes prejuiciosos y todo lo demás. La daga está repleta de huellas.

La autocrítica

La mayor pregunta es cómo Trump pudo acortar la distancia. Ahí es donde Clinton está en arenas más movedizas. Cree que su mayor error fue decir: “vamos a hacer que muchas mineras y empresas de carbón se cierren”. Esa línea fue casi igual de dañina que su descripción de la mitad de los votantes de Trump como “deplorables”. Aquí, como en todos lados, Clinton se queja demasiado insistentemente. Sus dichos fueron sacados de contexto, dice. Sus propuestas eran mucho más generosas para los mineros de carbón apalaches que las de Trump o Bernie Sanders, su rival demócrata. La tendencia de este último de hacer grandes promesas sin explicar cómo las pagaría le parecía “profundamente frustrante”.

Mucho espacio se dedica a explicar cómo sus planes eran mejores que los de sus rivales, algo muy cierto en el caso de Trump, quien no tenía plan. Aún no lo tiene. Pero ella fracasó en su intento por “convencer a la prensa de que la economía era más importante que los correos”.

Clinton aún no entiende la amplitud de las deficiencias de su campaña. Su libro ofrece la chispa y sarcasmo que cuidadosamente evitó en sus apariciones públicas. Su prosa es muchas veces aguda. Casarse con Bill fue como “compartir un paseo en un cometa”. Putin es “un exespía de la KGB con debilidad por la teatralidad exagerada de macho y la violencia barroca”.

Hay bastante humor en What happened. También hay sufrimiento. “¿Qué me hace un vehículo tan fácil para la furia de las personas?”, se pregunta. “Estoy preguntando de verdad. No lo entiendo”. Esa, también, es una pregunta para la que no existe una respuesta catártica.

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