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Alemania frente a la crisis de los refugiados

Christoph Scholz

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"Alemania es un país fuerte. Hemos sido capaces de hacer muchas cosas. ¡Con esto también podremos!". Este "yes, we can" de la canciller Angela Merkel el 31 de agosto de 2015 ha dividido las almas de los alemanes. Forma parte de la "cultura de bienvenida" a los refugiados, sobre todo de Siria, Afganistán e Iraq, que se debate en toda Europa. Con la crisis de los refugiados, la República federal se enfrenta al mayor desafío desde los tiempos de la reunificación. Su comportamiento decidirá, desde Berlín, el futuro de Europa.

Las motivaciones determinantes para la acogida de cientos de miles de personas que buscan protección no son exclusivamente de orden humanitario sino también geopolítico. Cuando en la noche del 4 al 5 de septiembre de 2015, Angela Merkel y el entonces canciller austriaco Werner Faymann acordaron la apertura de fronteras y el libre paso de un flujo de refugiados que nunca se había visto desde la Segunda Guerra Mundial, se trataba de aplacar una situación de necesidad de decenas de miles de personas que necesitaban protección, pero también de ganar tiempo para una solución política.

Todavía prevalecía la convicción de Merkel de que la UE, una de las grandes regiones del bienestar del mundo, con más de 500 millones de habitantes, debería ser capaz de acoger al menos al mismo número de refugiados que el Líbano, Turquía o Jordania. En el origen de esta crisis se sitúa una serie de lagunas esenciales de la política europea. La UE nunca se había movilizado seriamente para buscar una solución al conflicto sirio. Cuando el Programa Mundial de Alimentos redujo después las raciones de los campos de refugiados en Siria debido a los recortes, comenzó la oleada de refugiados. Las autoridades gubernamentales responsables tampoco reconocieron el alcance de aquellos signos claros de la inminente afluencia de personas. También faltó en los estados de la UE la voluntad de poner a punto una política común de asilo.

Según el Tratado de Dublín, que prevé que los migrantes deben pedir asilo en su país de entrada al territorio europeo, en Alemania debería haber poquísimos refugiados. Puesto que Alemania tiene muy poca frontera exterior a la Unión, el peso recae sobre todo en los países meridionales, que durante mucho tiempo han dejado partir a la mayoría de los refugiados hacia el norte sin registrarlos. Con la "cultura de bienvenida", Alemania se ha convertido en el principal país de llegada (junto a Suecia). Además, la República federal registra también un crecimiento económico estable, busca trabajadores especializados y paga grandes prestaciones sociales a los refugiados. De hecho, allí viven ya muchos inmigrantes procedentes de Oriente Medio.

Cuando en el verano de 2015 la inmigración empezó a aumentar de manera dramática, Alemania se enfrentaba a la alternativa entre atenerse estrictamente al Tratado de Dublín y cerrar sus fronteras, o acoger a los refugiados que llegaban en masa para frenar la situación. El gobierno federal decidió por la segunda opción. En otras palabras, un cierre de fronteras por parte de Alemania, potencia centroeuropea, habría significado el final de la zona Schengen y el inicio de la desintegración de Europa. Aún más, una congestión de cientos de miles de refugiados en la ruta balcánica habría llevado al derrumbe del ordenamiento estatal en los frágiles países del sudeste europeo, como Macedonia, Albania o Bosnia-Herzegovina, con una oleada de refugiados dentro de Europa procedentes de estos países que podría ser aún mayor que el primer flujo de 2015 desde los mismos países balcánicos.

A partir de ahí se desarrolló una estrategia de política exterior con los siguientes objetivos:

- Proteger las fronteras europeas exteriores para mantener totalmente abiertas las fronteras internas.

- Repartir equitativamente los gastos de acogida de los refugiados.

- Transformar la migración ilegal en un proceso ordenado para seguir ofreciendo protección a los refugiados según la Convención de Ginebra, expulsando rápidamente a los que no tengan derecho de asilo y reduciendo el crimen organizado, el contrabando y el comercio de seres humanos.

Alemania ha seguido este plan en las cumbres de la UE, pero hasta hoy solo se ha cumplido en parte. Un punto clave es el acuerdo con Turquía y otros países para la repatriación de los solicitantes de asilo expulsados. De este modo el gobierno federal espera poder asegurar las fronteras externas de la UE sin convertir Europa en una fortaleza que rechaza a los que buscan protección, algo que estaría en profunda contradicción con los valores humanitarios fundamentales de Europa. Tal modo de proceder -junto a otro gran número de medidas de política exterior- vale también como modelo para relacionarse con los vecinos norteafricanos del Mediterráneo. De hecho, aún está sin resolver el reparto de gastos en la UE y la creación de un derecho común de asilo, aunque existen algunas propuestas de la Comisión Europea. Todavía no se espera ninguna reforma de la convención de Dublín. Con los llamados hotspot -grandes centros de acogida en Grecia e Italia- se espera al menos obtener un registro coordinado y un sistema de acogida ordenado. Sin embargo, en otros países europeos tampoco funciona el reparto acordado de los que son acogidos en su territorio. Los estados meridionales y orientales de la UE, y también Francia, se niegan a acoger a un número mayor y consideran la cuestión de los refugiados como un problema principalmente alemán o noreuropeo. Sobre todo el gobierno de Hollande para contener el avance del Frente Nacional. Además, el tratado con Turquía se encuentra con una creciente resistencia especialmente por parte de la oposición y las ONG, que acusan a Berlín y a la UE de convertirse así en dependientes de Erdogan en sentido único.

Precisamente del acuerdo con Ankara emerge con claridad el lado pragmático de la realpolitik del gobierno alemán. Ha sido la manera de contener sensiblemente el flujo de refugiados. Que esto haya sucedido gracias también al cierre de la ruta balcánica por parte de Bulgaria y Austria pertenece a las contradicciones de esta política.

El desafío para Alemania es enorme. Según datos de la oficina federal competente en materia de migración y refugiados, la BAMF, el año 2015 llegaron a Alemania 1,5 millones de refugiados. De estos, 1,2 millones se quedaron en Alemania. Según el BAMF, casi 400.000 aún no han presentado la demanda de asilo. Además, quedan 350.000 solicitudes pendientes de revisar. En 2016 se cree que han llegado otros 200.000, a los que hay que sumar una fuerte inmigración procedente de otros estados de la UE.

A partir de agosto de 2015 la oleada de refugiados aumentó repentinamente. Las autoridades fronterizas registraron solo en octubre a 180.000 refugiados. La gran coalición trabajó bajo una gran presión en el segundo paquete para encauzar la acogida por canales reglamentarios. Y el 3 de febrero de 2016 el parlamento aprobaba el segundo paquete de medidas de asilo, en virtud del cual se crearon en toda la República federal cinco centros de acogida por los que transitan los grupos de solicitantes de asilo con menos posibilidades de éxito.

Tras una larga lucha entre la CDU/CSU y el SPD, el gobierno federal aprobó el tercer paquete, la llamada "ley de integración". El concepto fundamental es el de "apoyar y exigir". Todo migrante con perspectiva de quedarse debe tener al menos una posibilidad de integrarse en la sociedad. De este modo, los refugiados están obligados a asistir a cursos de integración, cuyo núcleo consiste en aprender la lengua alemana y en la transmisión de valores y conocimientos fundamentales sobre la sociedad, la política y el derecho. Además, el mercado de trabajo debía crear los 100.000 llamados "ein-euro-job" [tipología de empleo ya existente en Alemania que paga entre 1 y 2,5 euros la hora, sin perder los beneficios previstos para los que tienen derecho a asilo] gracias a financiación federal. La ley es fruto de la experiencia, tanto en Alemania como en Francia, de que la integración no es un proceso automático. Pues la idea de que los migrantes se adaptarían por sí solos llevó en el pasado a la creación de sociedades paralelas y guetos.

Eso es lo que se quiere evitar en el futuro, mediante una compleja red de asistencia estatal. El gobierno federal estima los costos del 2016 en torno a los 16.000 millones de euros. Los estados regionales gastarán otros 21.000 millones de euros para la sistematización y el sostenimiento. En todo caso, los migrantes tienen que encontrar trabajo lo antes posible para pasar de ser beneficiarios asistenciales a contribuyentes fiscales. Al mismo tiempo, se está verificando un nuevo crecimiento de la economía alemana y la petición de personal cualificado está cayendo, debido al envejecimiento de la población, que contribuye a acrecentar la aceptación de la acogida de los refugiados. Pero al mismo tiempo se confunden en la conciencia pública la acogida humanitaria y la migración laboral, pues hasta ahora ha faltado una ley migratoria auténtica y real.

¿Cómo ha cambiado Alemania la oleada de refugiados?

La mayoría de los alemanes sigue dando por descontado que "lo conseguiremos". La gran disponibilidad para la acogida por parte de la mayoría de la población es sorprendente. Sin ella el Estado no podría hacer absolutamente nada.

Muchos voluntarios enseñan alemán a los refugiados, cuidan a sus hijos, van a buscarles a los centros de acogida y los acompañan para ir al médico o hacer los trámites oficiales. También organizan numerosos eventos deportivos en su tiempo libre. A toda esta disponibilidad contribuyó inicialmente el consenso de todos los partidos representados en el parlamento para la llamada "cultura de la acogida": desde la izquierda hasta los verdes y el SPD, con su idea de una sociedad multicultural, a la CDU y la CSU por razones humanitarias y por consideraciones de realpolitik y partidistas. Los medios también se vieron contagiados por un auténtico "entusiasmo por la acogida".

Sin embargo, ante los reportajes televisivos diarios con miles de extranjeros que llegaban desordenadamente y sin control, en la sociedad civil y en la política empezó a aumentar el nerviosismo. La resistencia aumentó especialmente en la CSU, aunque también en las bases de la CDU. Entre los votantes del SPD y de la izquierda también empezó a cundir la preocupación por la concurrencia laboral y los costos de las prestaciones sociales.

Por último, famosos intelectuales, historiadores y juristas comenzaron a poner en duda la legitimidad del comportamiento de Merkel respecto a la apertura estable de las fronteras, por no haberse decidido en el parlamento. Un punto de inflexión que sacudió profundamente a la opinión pública fueron los casos de acoso sexual perpetrados en fin de año por refugiados procedentes en su mayoría del Magreb en algunas ciudades contra cientos de mujeres. Todo ello hizo que estallaran los miedos acumulados, las reservas y los prejuicios. Y se hicieron más fuertes las voces de los que pensaban: "No lo conseguiremos".

Pero sobre todo empezaron a entrar cada vez con más fuerza en la escena pública aquellos que desde el principio decían: "no queremos conseguirlo". La actitud de rechazo también afecta a la clase media. Pero la oposición más abierta se articula sobre todo entre los populistas y extremistas de derechas, especialmente en el este de Alemania.

Por las redes sociales se ha difundido una propaganda de odio contra los refugiados y todos aquellos que los apoyan. Ya antes de la crisis de refugiados se produjeron en las ciudades alemanas las llamadas demostraciones de "Pegida", abreviación de "europeos patriotas contra la islamización de Occidente", donde también se expresan en parte temores comprensibles por una excesiva presencia de extranjeros y por una pérdida de la patria. Sin embargo, los promotores proceden de la extrema derecha y manipulan estos miedos.

El rápido fortalecimiento del movimiento colectivo Alternativa por Alemania (AfD), en el que militan muchos defensores de los Pegida, ha contribuido a un cambio más persistente en el escenario político. En nombre de la prioridad de intereses de Alemania, la AfD se sitúa contra una nueva llegada de migrantes, pretende la retirada del euro y de la UE y pone en cuestión la OTAN. Sin embargo, desde el punto de vista de la política social, en ella se encuentran muchas de las instancias defendidas en el pasado por la CDU, como por ejemplo las políticas familiares o la defensa de la vida.

La integración del islam se sitúa entre los mayores desafíos. Es verdad que una gran parte de los casi cinco millones de musulmanes se integró hace tiempo en Alemania, pero también se han desarrollado sociedades paralelas, como en Berlín o en centros de alta concentración urbana e industrial de Renania septentrional y Westfalia. Las asociaciones que representan a la minoría de musulmanes practicantes son en parte rigurosamente conservadoras. Muchos religiosos llegan del exterior, sobre todo de Turquía y del Magreb, y no hablan alemán.

Lo que se enseña y predica en las mezquitas no es accesible al gran público. La exigencia realizada por muchos exponentes de la Iglesia y de la política para confrontarse con el potencial de violencia presente en sus comunidades ha tenido hasta ahora escasas consecuencias prácticas. La fuerte oleada de inmigración procedente de una zona cultural islámica muy conservadora no hace que la situación sea precisamente más fácil. El hecho de que la política tienda a descuidar este tema es uno de los motivos que explican el ascenso de los populismos de derecha. En definitiva, la crisis de los refugiados ha provocado un terremoto político y ha despertado la pregunta sobre la identidad de Alemania y de la propia Europa.

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