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“El Papa Francisco es una radicalización del Papa Benedicto”

Por: | Publicado: Viernes 2 de marzo de 2018 a las 04:00 hrs.
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La conversación de Don Julián con HUMANITAS tiene lugar previamente al concurrido acto de presentación de su libro “La belleza desarmada” (Ediciones Encuentro, Madrid), evento que se desarrolla en un amplio auditorio universitario, lleno de jóvenes, en la comuna de Providencia de la capital chilena. Autoridades religiosas y civiles ocupan la primera fila, mientras que en el escenario el autor, un empresario católico y un alcalde comunista, desarrollan una inesperada conversación.

El tema de la entrevista es su reciente libro, ya traducido a varios idiomas, y el marco de fondo a lo que sería la visita a Chile del Papa Francisco. Encuentre la entrevista completa en www.humanitas.cl.

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- Durante años el editor italiano Rizzoli había insistido en hacer alguna publicación sobre el tiempo transcurrido desde que yo había tomado la responsabilidad del movimiento “Comunión y Liberación”, después de la muerte de Don Guissani. Durante años me había resistido, porque no sentía la particular urgencia de una publicación. Pero a raíz de algunas de las cosas que suceden en la actualidad y de algunas lecturas sobre todo del Papa Benedicto -de cara al desafío que significaban ciertos acontecimientos, como lo que él calificara “el derrumbe” de cosas que hasta hace poco eran evidentes, compartidas por todos- empecé a pensar que dar un juicio sobre esta situación y mostrar cómo el cristianismo, si es comunicado en su naturaleza original, puede responder a las preguntas que nos hace la realidad actual, sería una contribución para todos, ayudando a entender qué está sucediendo.

El cristianismo puede, en mi opinión, dar una mano para responder a estos grandes desafíos. La fe cristiana, cuando es percibida en su naturaleza original, puede ayudar a descubrir el significado de la razón, de la libertad, de la educación, de la política… Puede, en fin, responder a los grandes desafíos que tiene hoy por delante la humanidad. Es por eso que intentamos hacer una recopilación de algunos de los textos que ya había usado en otras circunstancias, dándoles un orden para el propósito señalado.

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- El título de este capítulo surgió a propósito de una intervención que tuve en Italia, con ocasión de las elecciones europeas, donde se veía que estaban ya en discusión algunas de las grandes intuiciones que habían llevado a la construcción de Europa. Algunos han pensado que el libro solo se refiere a Europa, pero aquello fue una ocasión para darnos cuenta de que lo que estaba sucediendo tenía dimensiones en cierto modo globales (aunque obviamente con las peculiaridades de cada situación geográfica e histórica).

Yo me preguntaba si en aquel momento podría acontecer un nuevo inicio… porque había sucedido la crisis económica; estaba empezando a aparecer con todas sus fuerzas el terrorismo; el fenómeno de la migración proponía cuestiones nuevas; estaba sobre la mesa el tema de los así llamados “nuevos derechos”… Había, en fin, toda una serie de cuestiones que ponían en evidencia cuáles eran los desafíos que venían por delante y que daban cuenta de otras cuestiones, todavía más profundas, como la “emergencia educativa”, planteada por Benedicto XVI.

Lo anterior hacía preguntarse: ¿Cuál es la naturaleza de la crisis? Se ha insistido mucho sobre la naturaleza económica de la crisis, con todas las consecuencias de tipo social que implicaba. Pero yo pensaba -y pienso- que estas consecuencias sociales, que normalmente se mencionaban, eran simplemente consecuencias de una raíz más profunda, una raíz no solo económica. Y una parte importante de mi punto de partida me lo ofreció el haber leído -con ocasión de la preparación de esa intervención, que tuvo lugar en Italia (a propósito de las elecciones europeas)- un discurso del cardenal Ratzinger, quien, en una famosa lección pronunciada en Subiaco justo antes de la muerte del Papa Juan Pablo II, había descrito a la Ilustración con unos rasgos que a mí me llamaron mucho la atención.

Él decía que el momento de la contraposición religiosa, después de las guerras de religión que habían seguido a la reforma protestante, ponía ya en evidencia lo que había sucedido en Europa. Europa había tenido como elemento común la fe cristiana. Esta unidad de la fe había saltado por los aires a causa de la reforma; de la reforma había salido lo que había dado lugar a lo que llamamos guerras de religión; y cuando ya los cristianos nos cansamos de pelear, había que construir una nueva base que permitiera la convivencia. Si no teníamos en común la religión, ¿qué cosa teníamos en común? Teníamos en común la razón. Una sugerencia es el famoso título de la obra de Kant, “La religión dentro de los límites de la razón”.

Dice muy agudamente el Papa Benedicto, entonces cardenal Ratzinger, que aquello pareció, en esos momentos, una solución razonable y capaz de resistir, porque se trataba de convicciones en ese momento compartidas por prácticamente todos. Y se pensaba que ellas podrían resistir, porque habían llegado a ser patrimonio común, a través de la experiencia cristiana y, sobre todo, a través de la educación religiosa que la Iglesia había llevado a cabo.

Pero ¿qué es lo que ha sucedido, a través de distintas vicisitudes históricas? Que ese propósito y esfuerzo de mantener las grandes convicciones aportadas por el cristianismo, desvinculadas de su origen, ha fracasado, y lo que estamos viviendo es la consecuencia de este fracaso. Lo estamos viendo en todos los modos: muchas de las cosas que nos resultan difíciles de comprender son porque han llegado al agotamiento de sus raíces. Los valores, desconectados de su origen, han perdido su energía.

Entender así la naturaleza de la crisis es fundamental para poder ayudarnos a salir de esta situación y poder saber cuál puede ser la contribución del cristianismo de cara a este desafío que afecta a todos. Porque en realidad afecta a todos, no solo a los cristianos. Afecta a cualquier tipo de presencia o institución cultural, o universidad, partidos políticos o sindicatos: cualquiera que tenga una presencia social y que quiera aportar algo a los desafíos que tenemos por delante, no puede dejar de medirse con la naturaleza del desafío.

La peor enfermedad es la que no ofrece ningún síntoma, porque cuando te das cuenta ha invadido todo. Aquí, en cambio, tenemos síntomas de muchos tipos y esto puede ser una buena ocasión si nosotros no repetimos lo que ya ha mostrado ser un fracaso. Podemos intentar salir de la situación, volviendo a aquello que ya se ha demostrado que no era suficiente para mantener ciertas convicciones que hasta ahora compartíamos todos.

- En el transcurso de sus reflexiones usted cita frecuentemente a Ratzinger-Benedicto, Giussani y Papa Francisco. Hay en cierto modo un telar que estas tres voces -en un lugar, momento o circunstancias históricas- regalan a la Iglesia y a la humanidad de nuestros tiempos. ¿Qué decir? ¿Tiene eso algo que ver con aquel “nuevo inicio” del que usted habla?

- Yo creo que hay algo que los aúna a los tres. Yo lo describo en estos términos: es una percepción del cristianismo como un acontecimiento que es capaz de cambiar a la persona; por tanto, tiene una modalidad como de atraer, de fascinar. Tiene un atractivo tan grande que, cuando es percibido en su verdadera naturaleza, no puede dejar de interesar y de atraer a quienes están a la búsqueda de algún sentido, de algún lugar que les facilite una vida humana. Y a este respecto Giussani, como usted ha dicho, ha intentado comunicarnos la fe, casi reinventando un lenguaje que, cuando empezó, prácticamente no era usual en la vida de la Iglesia: por ejemplo, el cristianismo como un acontecimiento, no simplemente como un elenco de reglas éticas o preceptos que cumplir, no simplemente un discurso ortodoxo, sino un acontecimiento que es capaz de cambiar la vida y que suscita después el discurso o la ética, pero que en el origen es algo que viene antes que cualquier consecuencia.

Entonces, ¿qué es lo que tiene este acontecimiento, con esta presencia absolutamente distinta, en medio de toda esta variedad de grupos religiosos, para que haya suscitado lo que ha suscitado en la historia?

Esto es lo que me parece que comparten las figuras mencionadas -Benedicto, Giussani y Francisco- porque ponen de manifiesto una naturaleza del cristianismo en que todos ellos han insistido muchas veces: que es difícil de superar la reducción de ciertas formas de cristianismo con que la gente se encuentra y que en el fondo no les interesa. Giussani tuvo que afrontar ya esto desde el principio, porque había empezado sus lecciones en un liceo en Milán donde la mayoría de los alumnos -en los años cincuenta no se podía imaginar otra cosa- habían participado en la catequesis cristiana, en la iniciación cristiana, habían recibido el bautismo, la confirmación, habían participado en la vida de la Iglesia, en el oratorio. Pero cuando él los encuentra, antes de ir a la universidad, prácticamente todos han perdido el interés, son indiferentes. Han clausurado su interés por la Iglesia. Y él, entonces, trataba de mostrar justamente a través de la belleza (utilizaba todos los medios a su alcance: música, poesía, arte) la pertinencia de la fe a las exigencias fundamentales de la vida del hombre, exigencia de verdad, de belleza, de justicia.

Esto permitió a muchos volver a replantearse lo que ya pensaban haber cerrado para el resto de su vida. Y esto ha hecho posible que empezara a hacerse familiar otro tipo de vocabulario, que después, en realidad, el Concilio en su Constitución Dei Verbum, confirmó. Lo confirmó, insistiendo que la revelación cristiana no es solo un conjunto de verdades o un sistema ético, sino que es fundamentalmente hechos y palabras intrínsecamente ligados: los hechos y las palabras de Jesús eran la forma a través de la cual Dios se comunicaba a los hombres, y que por tanto solo esto puede ayudar a los hombres a descubrir de nuevo el cristianismo. Eso lo vemos, por ejemplo, en cómo el Papa Benedicto reiteró, en su primera encíclica Deus caritas est, que el encuentro es el inicio de la fe cristiana, y cuando repite también que el cristianismo se comunica no por constricción, sino por atracción.

Luego el Papa Francisco lo repite constantemente. Es decir, se ha ido como generando una modalidad de hablar del cristianismo que tiene su fundamento en la fascinación, que la presencia de Cristo, o la presencia de los cristianos que viven según su naturaleza original el cristianismo puede hoy suscitar. Y esto me parece que es verdaderamente un don para la vida de la Iglesia, porque lo pone en términos que son en primer lugar la realización del Concilio, como el Papa Francisco que con hechos absolutamente simples llega a tantas personas.

Cuando la gente quiere contraponer al Papa Francisco con el Papa Benedicto, yo digo que en realidad el Papa Francisco es una radicalización del Papa Benedicto, porque repite muchas de las grandes intuiciones del Papa Benedicto, pero lo hace en una modalidad, con unos gestos que son tan simples y tan sencillos de identificar por cualquiera, que llega a mucha gente.

Estas eran en el fondo muchas de las cosas que veíamos que sucedían con Jesús: no podían entender algunas de las cosas, pero no podían irse a su casa sin haber visto y tener en sus ojos lo que habían visto estando con Él. Y esta es la gracia que identifica a los últimos papas en la vida de la Iglesia. Si nosotros tenemos la sencillez de acoger su testimonio, podrá ser un nuevo inicio.

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