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Igual es más fácil reconstruir Siria que Europa

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"La única novedad real es la que supone la encarnación del Hijo de Dios, su pasión, muerte y resurrección". Todo gira en torno a esta piedra viva, esta certeza, en el diálogo con el padre Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, desde mediados del 2016. "Nuestra fe no se basa en un mito sino en algo que ha acontecido en la historia".

-Usted no sólo es custodio de los santos lugares sino el superior de los hermanos menores que viven en todo Oriente Medio. ¿Cuál es su balance personal de los meses que lleva a cargo de la Custodia?

-Más que el superior, estoy llamado a ser su custodio, que es una palabra muy bonita porque es bíblica -invita a custodiar el rebaño, la casa, la familia- y porque la usó san Francisco para expresar el servicio que debemos prestarnos entre hermanos para ayudarnos mutuamente a vivir nuestra vocación, cada uno según su propia responsabilidad. Mi balance personal se sitúa a mitad de mi "noviciado" en Tierra Santa, así que todavía tengo muchísimo que aprender, pero puedo decir que estoy contento por la disponibilidad que he encontrado entre mis hermanos, entre la gente y también a nivel ecuménico.

-¿Qué sentido tiene hoy, con los cristianos repartidos por el mundo entero, custodiar los santos lugares?

- ¿Qué sentido tiene custodiar la memoria de nuestros orígenes? El sentido de ser conscientes de nuestras raíces para poder vivir hoy nuestra fe con humildad y conciencia. Por desgracia, el nuestro es el tiempo de la "memoria corta", donde solo cuenta lo que es nuevo. Pero aquí, en realidad, custodiamos los lugares donde es posible recordar que la única verdadera novedad es la que supone la encarnación del Hijo de Dios, su pasión, muerte y resurrección.

¿Acaso hay novedades más grandes o importantes que el hecho de que Dios haya colmado la distancia que nos separaba de Él precisamente aquí, en Nazaret y Belén? ¿Hay una novedad mayor que la que emana del sepulcro vacío, que testimonia que la muerte ha sido realmente derrotada para siempre y lo testimonia delante de todos aquellos que saben ver los signos de Dios y creer lo que Dios nos dice mediante esos signos? Custodiar estos lugares significa ofrecer a todos los que vienen aquí la posibilidad de "tocar" lo que el beato Pablo VI llamaba acertadamente el quinto Evangelio. Custodiar los santos lugares y hacerlos accesibles para los peregrinos quiere decir afirmar físicamente que nuestra fe no se basa en un mito sino en algo que ha acontecido en la historia. Usando el lenguaje del Nuevo Testamento, algo que aconteció "en la plenitud de los tiempos".

-Ha concluido el Jubileo de la Misericordia. El Papa Francisco habla de misericordia en todo momento. ¿Por qué? ¿Qué añade la misericordia a lo que ya conocemos de la verdad por nuestra fe?

-La misericordia es Dios mismo. No olvidemos lo que le dice el ángel a san José cuando le aclara el sentido del embarazo de la Virgen María y le explica el significado que tendrá la existencia de ese niño. Será el Emmanuel, es decir, Dios con nosotros, y se llamará "Jesús, y Él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). La misericordia es una de las formas en que Dios se nos manifiesta y nos dona la salvación. En los evangelios hay una invocación muy recurrente que nosotros utilizamos aún en la liturgia: "Kyrie, eleison", una invocación brevísima que significa precisamente "Señor, ten misericordia". La misericordia nos recuerda que somos frágiles y pecadores, y que al mismo tiempo Dios nos ofrece acogida, perdón, salvación y vida nueva a través de su hijo Jesús.

Quien sube al Calvario y se detiene a rezar ante la Cruz está llamado a vivir esta experiencia y darse cuenta del "elevado precio" de la misericordia. Esto no debería hacernos superficiales en la vida cristiana, sino sobre todo agradecidos y responsables. Los santos que vivieron esta experiencia de la misericordia siempre se sintieron provocados a dar la propia vida. Subrayar la misericordia hoy quiere decir ante todo darnos cuenta que nosotros en primer lugar, a lo largo de todo el arco de nuestra vida, necesitamos misericordia. Pero también quiere decir tomar en serio lo que nos dice Jesús en el discurso de la montaña: "Sed misericordiosos como el Padre" (Lc 6,36).

-El mundo está hoy lleno de violencia, como nunca desde la Segunda Guerra Mundial. Una violencia capilar, cada vez más extendida. ¿En qué punto está la situación en Siria, vista desde su particular punto de observación?

-El Papa Francisco habla mucho de "tercera guerra mundial a pedazos". Y es verdad. Hay mucha violencia. Nuestros hermanos que siguen viviendo al lado de la gente de Siria esperan que esta situación de guerra y violencia termine cuanto antes. Nosotros también lo esperamos y rezamos todos los días por ello, con este objetivo hemos lanzado la iniciativa "Niños que rezan por la paz", invitando a que todos los primeros domingos de mes todas las parroquias y escuelas que están a nuestro cargo organicen encuentros de oración por la paz. Lo que en este momento destacan nuestros hermanos en Siria es la necesidad de trabajar por la reconciliación entre las partes, que es mucho más que una tregua.

-¿En qué sentido?

-Ellos insisten en que es mucho más fácil reconstruir las fábricas, las casas y las iglesias que reconstruir la convivencia y la confianza entre la gente. En cambio esto es lo que más hace falta hoy: que haya personas en varios frentes dispuestas a arriesgar la vida proponiendo un camino de reconciliación. Luego obviamente también hace falta ayuda material y cuando acabe la guerra será necesaria la ayuda de la comunidad internacional para reconstruir el país también desde el punto de vista material.

Y hace falta ayudar a los cristianos a permanecer en Siria y mañana a que regresen, porque Siria es la segunda cuna del cristianismo y porque en ese país, como en todo Oriente Medio, los cristianos siempre han sido una presencia pacífica, que mediaba entre las partes, que ofrecía una contribución muy significativa a la cultura de Oriente Medio y también a su desarrollo económico.

-Europa también cerró el año 2016 entre incertidumbre, violencia y miedo. ¿Cómo se ve el viejo continente desde Jerusalén?

-Lo que decía antes en relación a las raíces de la fe me parece que es especialmente evidente para Europa. Incertidumbre, violencia y miedo van en parte ligadas a la crisis de identidad que está viviendo Europa desde hace muchos años. Utilizando un juego de palabras, me parece que estos últimos años la Unión Europea ha estado muy desunida y corre el riesgo de desunirse cada vez más. Lo que yo temo de Europa es que afronte la emergencia actual con la misma desunión con la que ha afrontado el problema de la crisis económica, de la inmigración y todas las cuestiones de política exterior durante los últimos años. Creo que para vencer al miedo no basta con el concepto de "seguridad" tal como lo entendemos hoy, hay que reconstruir la confianza entre la gente y creo que es muy difícil reconstruir la confianza entre la gente apoyándose solo en bases filantrópicas.

En Belén, la noche de Navidad, los ángeles cantaban: "Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que Él ama". Es imposible que haya paz en la tierra mientras los hombres no se sepan amados por Dios, y es imposible que haya paz en la tierra mientras alguien piense que puede sustituir a Dios. Cuando el santo papa Juan Pablo II hablaba de la necesidad de reevangelizar Europa no pensaba en una nueva expansión de la Iglesia, pensaba en el bien de Europa.

-Durante siglos ha sido posible garantizar en muchos lugares de Oriente Medio un mínimo de coexistencia entre las diversas identidades étnicas y religiosas. ¿Cómo están evolucionando hoy las relaciones entre los grandes credos religiosos?

-La convivencia entre personas de credos diferentes todavía es posible y aquí lo vemos. Diré aún más, también es posible la colaboración y la amistad. Las hermanas de la Madre Teresa me han contado un episodio conmovedor. Un colaborador suyo musulmán, en uno de los países de Oriente Medio probados por la guerra, arriesgó su propia vida e hizo un viaje de cientos de kilómetros para permitir que llegara a su comunidad el Santísimo Sacramento.

Entre nuestros colaboradores hay, aparte de cristianos de todas las confesiones aquí presentes, también judíos y musulmanes, con los que también hay una relación de confianza, de estima y de amistad. El mismo san Francisco, yendo al encuentro del sultán Malek El Kamel, nos enseñó que debemos tener el coraje de confiar en el otro si queremos establecer un contacto, un diálogo, un encuentro. En nuestras escuelas, por ejemplo, los niños cristianos y musulmanes estudian juntos, y ésta es una manera de construir un futuro de paz, porque empezamos a reducir el miedo al otro reduciendo el prejuicio y reducimos el prejuicio cuando empezamos a establecer relaciones desde pequeños.

También creo que una buena escuela ayuda a reducir el riesgo de fundamentalismo, que se alimenta a menudo de un conocimiento superficial de la propia religión. Creo por tanto que uno de los grandes instrumentos para que evolucionen positivamente las relaciones entre personas de religiones diferentes es la escuela. Y luego son muy importantes los ejemplos que dan los diversos líderes religiosos y el trabajo que realizan las comisiones al respecto.

-¿Basta la tolerancia, o se puede trabajar en un diálogo basado en la escucha y en la estima mutua? ¿Quiénes son los enemigos del verdadero diálogo entre los hombres del mundo de hoy?

-Creo que ya he respondido a esto. Igualmente, insisto en que los enemigos del verdadero diálogo son sobre todo aquellos que alimentan los prejuicios hacia el otro más que el verdadero conocimiento del otro. En parte, creo que también es un obstáculo al diálogo el hecho de no tener una identidad clara. Si yo no sé qué quiere decir ser cristiano, ¿cómo voy a dialogar con alguien de otra religión?

-¿Existe un proceso político eficaz que en este momento se pueda poner en marcha en la tierra que vio nacer a Jesús?

-Mi presencia aquí es demasiado reciente para valorar procesos políticos. Lo que sé es que los procesos políticos de cambio real requieren largos plazos de tiempo, porque hace falta un trabajo profundo en el ámbito cultural para poder lograr un cambio estable en el terreno político. Sin duda hacen falta mucho diálogo y hombres valientes e "inspirados" que piensen en el futuro de sus hijos y niegos más que en las próximas elecciones.

 

El islam se enfrenta al fantasma de la laicidad

 

Una declaración de coexistencia mutua entre cristianos y musulmanes se firmó hace unos días en El Cairo al término de una conferencia sobre "Libertad, ciudadanía, diversidad e integración", promovida por la universidad de Al Azhar, el principal centro cultural del islam suní, y el Consejo islámico de los Ancianos, un organismo que tiene su sede en Abu Dhabi.


Siguiendo el Mensaje de Amán de junio de 2005 y la Declaración de Marrakesh de enero de 2016, esta nueva declaración es otra importante etapa en el camino iniciado en el seno del mundo musulmán para dar fundamento en términos de ortodoxia islámica a principios como la libertad religiosa, la libertad de conciencia y las libertades civiles. Y, por tanto, deslegitimar el integrismo islamista desvaneciendo su pretensión de ser el islam auténtico.


Así se concibe también la Carta de Medina, es decir, el acuerdo que Mahoma suscribió con los habitantes de aquella ciudad garantizando a todos ellos su libertad para profesar libremente su fe, cualquiera que esta fuera. Si bien es cierto que el islam puede liberarse del integrismo solo en virtud de una reforma interna y no por presiones externas, hay que felicitarse por que tal proceso avance positivamente. De hecho, las presiones externas por sí solas no pueden tener más que efectos contraproducentes.


Es importante y prometedor el hecho de que las tres iniciativas hayan tenido lugar bajo la égida de los más relevantes líderes del mundo musulmán sunita: los dos reyes, Abdalá II de Jordania y Mohamed VI de Marruecos, cuyas dinastías proceden de una descendencia directa del Profeta, y el presidente egipcio Abdel Fatah Al-Sisi, es decir, quien gobierna el país más importante del mundo árabe. Pero supone una limitación nada desdeñable el hecho de que todo ello suceda en un ámbito suní que por el momento no llega a implicar al islam chiíta, minoritario pero consistente.


Con el Mensaje de Amán se fundamentaba en el Corán la libertad de la persona, afirmando que "el islam honra a todo ser humano independientemente del color de su piel, raza o religión". En la Declaración de Marrakesh, teniendo en cuenta que "en diversas partes del mundo musulmán la situación se ha deteriorado peligrosamente a causa del recurso a la violencia y a la lucha armada como instrumento para resolver los conflictos e imponer a otros el propio punto de vista", se invitaba a los países de mayoría islámica a reformar sus constituciones tomando como base la Carta de Medina, la Carta de Naciones Unidas y otros documentos relacionados, "como la Declaración universal de los derechos humanos". Y lanzaba además un llamamiento a los "expertos e intelectuales musulmanes de todo el mundo para desarrollar jurisprudencia sobre el concepto de ciudadanía, inclusivo de los diversos grupos".


Un llamamiento que ha sido acogido de manera evidente en la Conferencia de El Cairo, donde la ciudadanía era el tema clave. En la conferencia han participado más de 600 académicos, políticos y autoridades religiosas cristianas y musulmanas procedentes de casi cincuenta países distintos. Sus dirigentes han sido el presidente del Consejo islámico de los Ancianos y el gran imán de Al Azhar, Ahmad Al Tayyib. El papa cristiano copto Tawadros II también estaba entre los participantes.


Al buscar un fundamento del principio de la libertad religiosa y de conciencia –sin haber en el islam nada parecido al "dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César", sobre el que se fundamenta el principio de laicidad de los países de tradición cristiana–, la vía de la ciudadanía se abría como la más posible de recorrer. En su discurso inaugural, el gran imán reiteró la incompatibilidad entre el verdadero islam y la persecución de los no musulmanes, señalando que "la defensa de la libertad de los ciudadanos compete a los estados" y que ningún otro sujeto religioso o del tipo que sea "puede interferir con los gobierno legítimos en esta materia".


Bien mirado, en los documentos de la Conferencia de El Cairo tampoco faltan lagunas y reticencias. Sin embargo, se trata de un paso adelante considerable en el camino de dicho proceso de autorreforma del islam. De hecho, permanece el derecho-deber en lo inmediato de la defensa policial, y militar si es necesario, a largo plazo y ante el extremismo islamista, que solo puede ser erradicado desarmándolo también en el nivel doctrinal. Pero también ayudando a los países árabes a salir del círculo de un estancamiento económico y unos niveles de desempleo y subempleo masivos que convierte a sus generaciones jóvenes en presa fácil de cualquier forma de extremismo.
Robi Ronza (Páginas Digital)

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