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Lecciones de Havel para Venezuela

Por: Bernardo Guinand Ayala, periodista venezolano | Publicado: Viernes 4 de agosto de 2017 a las 04:00 hrs.
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Corría el año 1993, el último chance en mi infructuoso intento por estudiar ingeniería. Ya creía tener claro que no era lo mío y sin embargo una materia me dio luces para el futuro. Humanidades III, impartida de manera muy particular por el P. Manolo Ríos, un jesuita que rápidamente captó mi interés. Entre discutir de béisbol con ese fanático de las Águilas o comentar acerca de nuestras películas favoritas, aquellas clases me acercaron de alguna manera a lo que luego de aquel semestre sería mi nuevo destino: las ciencias sociales.

Recuerdo una oportunidad en que nos dio a leer un texto sobre Vaclav Havel, para ese momento presidente de la República Checa de quien no había oído hablar nunca en mi vida. La pasión del Padre Ríos por Havel me hizo emocionarme también con aquel personaje que encaminaba una nueva república democrática luego de 40 años de opresión. Quizás aquella inspiración inicial sembrada por Ríos, sumada a la situación que nos ha tocado vivir en los últimos 18 años, me han hecho revisar algunos textos escritos por Havel y encontrar en ellos tremendas similitudes con lo que sucede en la Venezuela de hoy.

Guardando las distancias –de tiempo, de historia, de kilómetros de longitud– quisiera aventurarme a presentar tres ideas reiteradas en los textos de Havel que me impresionan al pensar en nuestro país.    

I.- La mentira como base del sistema totalitario

Al entrar en la cuenta de Twitter del periodista Luis Carlos Díaz, suele tener un tuit fijo que dice: “El gobierno miente. No importa cuando leas esto”. Nada más real que esas tres simples palabras para describir a un régimen totalitario como el chavista-madurista. Recuerdo que, en sus inicios, antes de mostrar a cada rato la constitución de 1999, Chávez solía mostrar con cierta frecuencia “El arte de la guerra” de Sun Tzu, pues evidentemente su origen militar le hizo plantear su gobierno como una batalla que debía librar. Quien lea Sun Tzu se podrá dar cuenta de que la lección más clara de todo el libro reza: “El arte de la guerra se basa por completo en el engaño” y así, en nuestra cara y con poco disimulo, la mentira –cada vez más burda– ha sido lo único sostenido por el gobierno.

En su célebre obra “El poder de los sin poder”, escrita en 1977-78 [13 años antes de llegar al poder] Havel toca la mentira, como uno de los ejes centrales del libro para describir al régimen:

“El sistema postotalitario con sus pretensiones toca al individuo casi a cada paso. Obviamente le toca con los guantes de la ideología. De ahí que en él la vida esté atravesada de una red de hipocresías y de mentiras: el poder de la burocracia se le llama poder del pueblo; a la clase obrera se le esclaviza en nombre de la clase obrera; la humillación total del hombre se contrabandea como su definitiva liberación; al aislamiento de las informaciones se le llama divulgación; a la manipulación autoritaria se la llama control público del poder y a la arbitrariedad, aplicación del ordenamiento jurídico; a la asfixia de la cultura se la llama desarrollo; a la práctica cada vez más difundida de la política imperialista se la difunde como la forma más alta de libertad; a la farsa electoral como la forma más alta de democracia; a la prohibición de un pensamiento independiente, como la concepción más científica del mundo; a la ocupación, como ayuda fraterna. El poder es prisionero de sus propias mentiras y, por tanto, tiene que estar diciendo continuamente falsedades. Falsedades sobre el pasado. Falsedades sobre el presente y sobre el futuro. Falsifica los datos estadísticos. Da a entender que no existe un aparato policíaco omnipotente y capaz de todo. Miente cuando dice que respeta los derechos humanos. Miente cuando dice que no persigue a nadie. Miente cuando dice que no tiene miedo. Miente cuando dice que no miente”.

Cualquier parecido con la Venezuela del siglo XXI no es pura coincidencia.

II.- Crisis moral y autocrítica

El aspecto moral es otro consecuente tema en los documentos y vida de Havel, pero no sólo al referirse a sus opresores, sino fundamentalmente al resto de sus conciudadanos, convirtiéndolo en un autocrítico muy agudo.

Luego de seis semanas en resistencia pacífica a finales de 1989 –lo que se denominó la Revolución de Terciopelo– Checoslovaquia logró entrar en un proceso de transición y encomendó tal responsabilidad a Vaclav Havel. A solo 3 días de asumir esa misión, el 1 de enero de 1990, Havel se dirigió a su país pronunciando uno de los discursos más espectaculares que haya leído de político alguno. Es alentador escuchar a un político apartado diametralmente del populismo. Es alentador escuchar a un político que en pleno auge es capaz de ver la corresponsabilidad de todos en lo sucedido y en lo que está por venir. Es alentador escuchar a un político ya en funciones, solicitar unidad para avanzar. Es alentador escuchar a un político plantear la ruta del período de transición. Todos esos aspectos que leo en ese discurso, es lo que sueño para Venezuela y para nuestros políticos. No en balde aquel discurso se tituló “La República que yo sueño”.

“Lo peor es que vivimos en un entorno moral contaminado. Nos sentíamos enfermos moralmente porque nos acostumbramos a hablar diferente a como pensábamos. Aprendimos a no creer en nada, a ignorarnos unos a otros, a preocuparnos solo por nosotros. Conceptos como el amor, la amistad, la compasión, la humildad o el perdón perdieron su profundidad y dimensión…

Cuando hablo de esa atmósfera moral contaminada, no me refiero solo a los caballeros que comen verduras orgánicas y no miran por las ventanas del avión. Me estoy refiriendo a todos nosotros. Nos hemos acostumbrado al sistema totalitario y lo hemos aceptado como un hecho inmutable, lo que nos ha ayudado a perpetuarlo…

La libertad y la democracia conllevan participación y, por tanto, responsabilidad por parte de todos nosotros… Si reconocemos esto, la esperanza volverá a nuestros corazones.

Nuestra mafia local… ya no son nuestros principales enemigos… Nuestros principales enemigos hoy son nuestros propios defectos: la indiferencia ante el bien común, la vanidad, la ambición personal, el egoísmo y la rivalidad. La batalla tendrá que librarse en ese ámbito”.

III.- La esperanza

Pero Havel no se queda en la crítica y autocrítica, el principal aspecto que quiero resaltar de su legado es esa fuerza, inexplicable a veces, que nos mueve por dentro y que está hoy día en la vida de cada venezolano que, esté donde esté, sigue apostando por el país: la esperanza.

Havel estuvo preso, perseguido. Su lucha duró años y tal como nos ocurre a quienes nos vemos inmersos en una situación que nos sobrepasa, se sintió, a veces, desalentado. Ante una pregunta que lo increpaba: ¿por qué, simplemente, no pierdes la fe en todo? o más drástico aún: ¿por qué resistes, cuando tu vida es tan claramente inútil?, Havel no encuentra otra respuesta que una fuerza interna llamada esperanza:

“Cada vez, al final me daba cuenta de que la esperanza, en el más profundo sentido de la palabra, no viene de fuera; la esperanza no es algo que se encuentra en señales externas simplemente cuando algo puede que salga bien. Me di cuenta, una y otra vez, de que la esperanza es, ante todo, un estado de ánimo, y como tal, o la tenemos o no, independientemente de las circunstancias a nuestro alrededor. La esperanza es, sencillamente, un fenómeno existencial que no tiene nada que ver con predecir el futuro. Podemos ver las cosas muy oscuras, y aun así, por alguna misteriosa razón, no perdemos la esperanza”. [“El futuro de la esperanza” Hiroshima 1995]  

Más aún, este particular dramaturgo convertido en político checo, descubrió que, al vivir en la oscuridad de estos regímenes crueles, la esperanza, lejos de apagarse, puede verse potenciada. Así lo hizo saber ante el Congreso de los Estados Unidos de América en 1990:

“El sistema totalitario de tipo comunista causó a nuestras naciones... un sinfín de muertos, una gama inconmensurable de sufrimientos humanos, un profundo atraso económico y, sobre todo, una humillación inmensa del ser humano. Sin embargo, al mismo tiempo nos dio –naturalmente que sin querer– algo bueno: una capacidad extraordinaria de ver, de vez en cuando, con antelación lo que no puede ver el que no vivió esta amarga experiencia. El hombre que no puede moverse y vivir de manera un poco normal por estar derrumbado por un bloque de piedra tiene un poco más de tiempo para pensar en sus ESPERANZAS, más que el que no está derrumbado”.

Muchos leerán hasta aquí y pensarán que ni somos checos, ni tenemos un “Havel”. Lo mismo pensaban otros países sobre Checoslovaquia en ese momento. Nadie imaginó el talante democrático y el deseo de libertad de los jóvenes que no habían conocido algo diferente. Nos corresponde a todos acabar con el totalitarismo y su red repugnante de mentiras. Nos toca a todos rescatar la moral, siendo incluso muy críticos con aquellos quienes desean gobernar nuestro país en el futuro próximo y aquellos otros que deseen “hacer negocios”. Pero, sobre todo, nos corresponde mantener viva la esperanza, por nosotros, por nuestros hijos y especialmente por todos aquellos venezolanos menos favorecidos.

Agradezco al P. Ríos aquellas clases que me motivaron a levantar la mirada por lo que ocurría en el mundo y espero que estas líneas sean un aporte útil en este momento que vivimos.

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