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A medio camino

Pablo Correa Director ejecutivo Horizontal

Por: Pablo Correa | Publicado: Jueves 20 de septiembre de 2018 a las 04:00 hrs.
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Pablo Correa

Cuando hablamos de libertad económica, en general lo hacemos pensando desde una perspectiva material. Es indudable que el libre mercado es el sistema que ha producido —desde el siglo XIX— la mayor transformación económica que la humanidad ha experimentado. Chile en particular ha gozado los últimos 40 años de ella, incrementando la riqueza de la nación a niveles que hace una generación hubieran sido insospechados. Por ello, en general cuando se hace un defensa del libre mercado, los argumentos materialistas y tecnocráticos tienden a liderar el debate.

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Eso hace que la mayor parte de las veces nos olvidemos de la motivación ética que subyace a este modelo, que es la defensa de la capacidad de las personas para elegir y desarrollar sus propios proyectos de vida. La libre iniciativa es un valor moralmente valioso y que vale la pena defender, y esto incluye, por supuesto, la libertad económica.

Evidentemente, eso no equivale —como muchas veces tiende a caricaturizarse— a buscar un modelo de capitalismo manchesteriano o a creer en la protección de la empresa y de determinados grupos de interés en desmedro del mercado. Por el contrario, creer en la moralidad del libre mercado es tener el deseo de contar con un andamiaje económico capaz de entregar, a cada uno de nosotros, las herramientas necesarias para poder ejercer plenamente nuestra libertad.

Esto implica, en la práctica, regular tanto la interferencia económica del Estado, como la de cualquier agente que atente contra la competencia y abuse de los consumidores y ciudadanos. Generar competencia “desde la demanda”; consumidores bien informados, que jueguen en una cancha pareja y que puedan libremente moverse. Y también competencia “desde la oferta”; un mercado sanamente regulado, donde se castiguen drásticamente los abusos.

Adicionalmente, si queremos verdadera libertad, es necesario abogar por una economía que premie sin distinciones arbitrarias el mérito y el esfuerzo, con tolerancia cero a cualquier tipo de discriminación laboral, y que entregue mayor libertad para que los trabajadores puedan negociar aquello que hoy les está impedido por un rígido y anacrónico Código del Trabajo.

Todo esto es compatible con preocuparse de no dejar a nadie atrás: si queremos que el modelo económico esté centrado en la capacidad de las personas de ejercer sus libertades, siempre deberá en paralelo estar proveyendo y financiando en forma sostenible fuertes redes de protección social, que propendan a emparejar la cancha de las oportunidades.

Chile está a medio camino. Hemos aumentado en grado enorme las libertades para emprender, invertir e innovar. Pero parece que aún no creemos en el fondo en la ética de la libertad económica. Por una parte, el Estado sigue buscando elegir por nosotros, bajo el argumento de protegernos (siendo el caso más evidente nuestro código laboral), mientras que el sector empresarial cae repetidamente en el “capitalismo de los amigos”, el uso de información privilegiada, la colusión, etc.

Para avanzar, necesitamos poner sobre el tapete no solamente las consecuencias que el libre mercado trae, como el crecimiento económico o el aumento en el bienestar material. Para enfrentar a quienes ven en eso sólo una vía de generación de desigualdades injustas, la defensa de la libertad debe recaer en su moralidad, que no es sino en confiar en las personas y en su capacidad de elegir qué vida quieren llevar. Y para quienes, por otra parte, ven en el modelo económico una forma de extraer riqueza o abusar del prójimo, hay que garantizar que no tengan el más mínimo espacio para participar del mercado.

En ambos aspectos, aún estamos a mitad del recorrido.

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