Andrés Sanfuentes

“El precio de la codicia”

Por: Andrés Sanfuentes | Publicado: Lunes 24 de septiembre de 2012 a las 05:00 hrs.
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Andrés Sanfuentes

Es el título de la película de J.C. Chandor que se exhibe en los cines de Santiago. Está basada en hechos reales, el colapso del sistema financiero de Estados Unidos en 2008, que inició la crisis en el mundo financiero global, que todavía envuelve a los principales países capitalistas, dejando al descubierto las debilidades en que se desenvuelve la economía mundial, cada vez más globalizada e interdependiente.

La película describe las primeras horas del colapso que ocurre en una empresa que no logra superar la aventura financiera que inició, con las consecuencias catastróficas, al interior de la firma y sobre Wall Street. En su desarrollo se describe el clima despiadado que impera, el “sálvese quien pueda” que rige las conductas personales hasta el menosprecio sobre el país y los consumidores: “le estamos vendiendo a compradores dispuestos para que nosotros podamos sobrevivir”, se justifica el líder empresarial, aunque no aclara que está ofreciendo activos financieros que son basura, pero que sólo él lo sabe.

Pero, no se trata de hacer una crítica de cine, sino de comentar una característica que cada vez está más presente en la vida empresarial de Chile: la codicia, descrita por el Diccionario de la Lengua Española como el “afán excesivo de riquezas”. El país se está acercando a lo que Juan Pablo II llamaba el “capitalismo salvaje”, consecuencia de la concentración del poder en sus variadas expresiones. Es lo que ha llevado a las extendidas críticas al “modelo económico”, simbolizado también en el repudio “al lucro”.

En los últimos decenios la característica más sobresaliente de la sociedad chilena es la mercantilización de las relaciones personales y sociales, que se expresa de variadas formas. Una es el individualismo de sus integrantes, lo que genera diferentes efectos, entre ellos resalta el egoísmo en vez de la solidaridad, la creencia que sólo se progresará sobre la base del esfuerzo personal, sin la ayuda de otros que no sean de su círculo más íntimo.

El individualismo se expresa intensamente en la vida empresarial, caracterizada por la codicia y el afán desmedido de poder, de desplazar a los competidores como sea, absorbiendo a los más pequeños en vez de buscar colaboración, concentrando la propiedad, situación común no sólo en el “retail” sino en variados mercados cada vez menos competitivos. En esa forma estamos en presencia de una paradoja: en el gobierno que privilegia al empresariado, los gremios que lo representan demandan aún más derechos, en vez de favorecer la colaboración con el Ejecutivo.

La mercantilización, junto con la elevación del nivel de vida, han reforzado hasta extremos notables otro rasgo en la población: el consumismo, traducido en el afán de poseer cada vez más bienes materiales, tanto por el mayor bienestar que generan como el ascenso social que representan. Al mismo tiempo también provoca otro efecto, la necesidad de conservar lo logrado con esfuerzo, pero también la irritación ante los abusos que experimenta en la vida cotidiana, como consumidor, como endeudado con una entidad financiera, como trabajador asalariado o también como microempresario.

De esta forma se van acumulando crecientes conflictos en la sociedad chilena, más allá de la impopularidad del gobierno por su escasa eficiencia para resolver los problemas, y de las protestas estudiantiles.

Para que Chile logre llegar a ser un país desarrollado debe resolver variados problemas pendientes, pero los más importantes pueden resumirse en tres:


a) La falta de regulación de los mercados, que ha llevado a la creciente concentración del poder y de la propiedad, generadora de los abusos que sufre la población. Una economía de mercado validada socialmente requiere esencialmente de competencia y no de concentración oligopólica.

b) La escasa solidaridad existente en la sociedad, sin la cual no se logrará mejorar la desigualdad existente en Chile, que solo se adormece transitoriamente con los “bonos” que han caracterizado a esta Presidencia.

c) Una sociedad de derechos debe estar fundada en los correspondientes deberes, que están tan debilitados en los últimos tiempos; por ejemplo, la inscripción automática de los votantes debería estar acompañada con la obligación de sufragar para llegar a ser ciudadano.

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