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Behavioral Finance

Joaquín Aguirre Gerente de Estudios de Tanner Investments

Por: Joaquín Aguirre | Publicado: Miércoles 18 de abril de 2018 a las 04:00 hrs.
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Joaquín Aguirre

Los libros de economía cojean cuando se contrastan sus hipótesis con la realidad, lo que tiene sentido, pues los libros tradicionales suponen, además de mercados perfectos en términos de información, que los individuos son racionales, lo que significa que tomamos decisiones de inversión óptimas, maximizando nuestro bienestar sin ningún sesgo emocional ni cognitivo.

El campo de Behavioral Finance (o Finanza Conductual) busca hacerse cargo de esta lejanía con los cursos de Micro. Es donde la sicología se intersecta con la economía. Esta disciplina es de una importancia monumental para una mejor comprensión del comportamiento de los agentes económicos y de los mercados. El último Nobel fue galardonado por sus avances en este campo.

Behavioral Finance pone de relieve lo irracional que somos. Establece, por ejemplo, que la infelicidad que sentimos por perder

$ 100 es mucho mayor que la satisfacción que nos provoca ganar los mismos $ 100. También se hace cargo de que no queremos vender cuando estamos bajo el precio de compra, incluso cuando las perspectivas de la inversión son desfavorables. Anclarse a un precio es irracional según la teoría. Es un sesgo de aversión a las pérdidas.

Hay otros sesgos interesantes. El de dotación (endowment) detalla cómo nos enamoramos de los activos y les atribuimos valores distintos a los que sus flujos confieren, quizás porque se trata de la empresa que construimos con esfuerzo y significa una satisfacción personal. El resultado, en conjunto con la aversión a las pérdidas, es que no vendemos cuando corresponde, gestando una eventual burbuja.

También somos limitados. No tenemos tiempo ni energía para ahondar en todos los detalles de las alternativas de inversión, lo que resulta en decisiones en base a la rapidez y facilidad con que llega la información, lo que es un sesgo de disponibilidad.

Cometemos absurdos, como pensar “esta acción ha andado bien, voy a comprar”. Ese es un sesgo de representatividad donde usamos reglas prefabricadas, dejando al portafolio más alejado del óptimo. En esta línea, somos susceptibles a cómo se nos presenta la información. Por ejemplo, al referirse al mismo portafolio, no es lo mismo que nos digan “en promedio va a ganar un 10%”, que “existe una probabilidad de un 15% que perdamos un 20%”. Posiblemente tomaremos una decisión distinta en cada caso. Este es el sesgo de articulación (framing).

Existen muchos más ejemplos donde las emociones y el desconocimiento nos alejan de los óptimos de inversión. Es deber de los asesores trabajar en estos desajustes. Algunos se pueden mejorar con educación, otros, asociados a las emociones (como la aversión a las pérdidas), deben aceptarse y los portafolios, adaptarse.

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