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Cambio de mando: incertidumbre ante la nueva etapa

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n el contexto general de nuestra historia republicana reciente, el cambio de mando de Sebastián Piñera a Gabriel Boric que tiene lugar hoy es llamativo por varias razones.

Por cuarta vez consecutiva en más de una década, el gobierno que asume en La Moneda es de signo político contrario al anterior. Este vaivén del electorado entre opciones de izquierda y derecha muy contrapuestas, y en ciclos acotados de cuatro años, habla de la incapacidad política de las respectivas coaliciones por dar respuestas a una serie de problemas que afligen a la sociedad chilena contemporánea -desde la pérdida de dinamismo económico a la creciente polarización-, así como de la consiguiente frustración de los ciudadanos.

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Justamente allí radica uno de los principales desafíos de la nueva administración: demostrar con hechos que, en esta ocasión, el cambio de signo político sí traerá los avances y mejoras que con tanto ahínco se comprometieron durante la campaña. La acusación de que "todos son lo mismo" está en la raíz del distanciamiento, la desconfianza y la desafección que los chilenos sienten respecto de sus instituciones políticas, en particular los partidos. Romper ese círculo vicioso requiere coherencia entre las promesas y los resultados, una deuda de sucesivos gobiernos.

Una de las consecuencias de esa desafección con los políticos y partidos tradicionales -evidente también en la composición de la Convención Constitucional elegida por los ciudadanos, dominada por independientes- es que el equipo de gobierno que asume hoy es el más joven en la historia, comenzando por el Presidente de la República, de 36 años. La campaña presidencial ganadora presentó esa juventud como una promesa de renovación en las caras, las prácticas y las ideas; ese potencial renovador existe, por cierto, pero también es claro que la inexperiencia de muchos altos cuadros puede resultar un pasivo, antes que una virtud. Evitarlo requerirá importantes cuotas de prudencia y humildad.

En lo político, la plataforma del nuevo gobierno plantea una ambiciosa agenda de transformaciones, buena parte de la cual depende de asignar crecientes responsabilidades y recursos al Estado en diversos ámbitos, entre otras vías, creando nuevas empresas públicas en industrias como la minería o las comunicaciones, entre otras. Más allá de que un enfoque "estatista" no sea lo que Chile necesita, ponerlo en práctica parece aún más difícil en un entorno económico como el actual, marcado por la desaceleración, la alta inflación, la inédita deuda pública, la debilitada inversión y el persistente impacto de la pandemia (que en gran medida se replica a nivel internacional, con agravantes con la guerra en Ucrania).

El rumbo que tome el proceso constitucional, y el tipo de relación que el gobierno entrante establezca con la Convención, también serán distintivos de esta nueva etapa. Los síntomas de radicalización y polarización en la labor de los convencionales son numerosos y preocupantes, lo que vuelve impredecible a estas alturas la conclusión de esta reforma. La posibilidad de que la Constitución que se proponga sea una suerte de "hija del 18-O", como algunos aspiran, es una virtual garantía de convertirla en una carta aun más fuente de división que la actual.

Lo anterior, junto a la participación en la primera línea del gobierno de sectores partidarios de una izquierda más radical -como el Partido Comunista-, justamente cuando en la agenda inmediata pesan temáticas graves y urgentes como la violencia en el sur o la crisis migratoria, siembra dudas respecto de si la anunciada prioridad legislativa en las reformas tributaria y previsional es la acertada. El nombramiento de Mario Marcel como ministro de Hacienda busca dar una señal de confianza en respuesta a esa combinación de incertidumbre política y económica, lo que agrega complejidad a las responsabilidades del cargo.

Se trata, entonces, de un escenario complejo para el país, y cuyo sello es por ahora la incertidumbre. Con todo, como recalca un columnista en esta página, "los gobiernos no tienen la posibilidad de elegir el contexto en el que les toca asumir sus funciones, pero sí pueden elegir la forma de plantearse ante la realidad que les corresponde enfrentar". Visto así, lo que el escenario tiene como desafío es también su potencial: la oportunidad de que el nuevo Ejecutivo haga un aporte al gobierno de Chile en tiempos complejos para el país y para el mundo.

Un reciente editorial del Financial Times expresa ese potencial de forma elocuente: "Boric tiene una oportunidad única de demostrar que Chile puede volver a marcar tendencia a nivel mundial, esta vez creando una sociedad más justa y ecológica, al tiempo que preserva el crecimiento y la inversión privada. Esto podría ser un nuevo modelo, tanto para América Latina como para el mundo en desarrollo".

Sin duda son objetivos que trascienden fronteras políticas y que todos los ciudadanos podemos compartir.

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