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Conexión a China | ¿Fin de la guerra comercial?

Dorotea López Giral Directora Instituto de Estudios internacionales, Universidad de Chile

Por: Dorotea López Giral | Publicado: Martes 24 de diciembre de 2019 a las 04:00 hrs.
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Dorotea López Giral

Una guerra comercial que sorprendió a todos, no porque aparezca en el sistema internacional, cosa que sucede de tanto en tanto, si no por las posiciones de los actores involucrados, hoy parece tomar un camino diferente al que nos habíamos acostumbrado en el último periodo de casi dos años.

Se ha anunciado un acuerdo de primera fase, bastante más celebrado por Estados Unidos, en el que aparentemente China aumentará sus importaciones agrícolas, de energía y farmacéuticas, y permitirá el ingreso de más servicios financieros estadounidenses, así como algunos compromisos en materia de propiedad intelectual.

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Es cierto que poco se conoce del nuevo acuerdo y que el diablo está en los detalles, pero este no implicaría una gran marcha atrás en los aranceles de EEUU, sino que un congelamiento, lo cual sigue siendo un estímulo para sustituir importaciones provenientes de China. En particular, solamente reduce el alza de aranceles de septiembre pasado, con una rebaja del 15% al 7,5%. Para el resto de productos, por unos 250.000 millones de dólares, se mantiene la tasa de 25%. Con esto, el Presidente Donald Trump tiene una palanca para una segunda fase de la negociación. Asimismo, permite reducir las críticas de los servicios bancarios y digitales, industrias que habían reclamado un mayor acceso al mercado chino antes de la guerra comercial.

La pregunta es qué hay detrás de esta mejor voluntad por parte de Trump. Da la impresión de que este acuerdo fue hecho a su medida, para que el Presidente pueda asegurar su reelección. Las compras chinas garantizan que los agricultores americanos mantengan su voto. Por otra parte, abre cierta esperanza de que existe una institucionalidad que da sensatez a la política económica y que hay intereses afectados que han apelado a la misma.

Sobre una eventual segunda fase, preocupa que si las expectativas norteamericanas incrementan mucho, no es posible prever si China estará dispuesta a otorgar más en una etapa posterior. Esta guerra es mucho más compleja que el intercambio comercial, lo que hace pensar que el acceso a la tecnología o la regulación de la propiedad intelectual puedan ser más difíciles de abordar para aminorar los efectos de la misma. En este sentido, cabe la duda de si a Estados Unidos le conviene seguir tomando una postura de cerco tecnológico con China. Por un lado, corre el riesgo de aumentar la percepción de rechazo de la tecnología americana en los consumidores chinos, y por el otro, incentiva que la nación asiática acelere los procesos de generación de tecnologías alternativas, las cuales pueden terminar siendo más atractivas, tal como lo hizo Japón en los años ochenta.

Finalmente, la pregunta más importante que nos plantea esta situación es cómo dos modelos de desarrollo, tan contrapuestos, pueden coexistir en el nuevo orden mundial. ¿Cuáles serán las presiones que el resto de los países deberán enfrentar? En definitiva la incertidumbre sigue siendo lo que prevalece, con un pequeño barniz de optimismo.

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