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Conviértanse

Padre Raúl Hasbún

Por: Raúl Hasbún | Publicado: Viernes 16 de febrero de 2018 a las 04:00 hrs.
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Raúl Hasbún

La primera predicación de Jesús, compendio y modelo de toda predicación cristiana, viene formulada en modo imperativo: "Conviértanse!".

Los líderes políticos prometen cambiar leyes y constituciones, estructuras y sistemas. Los publicistas seducen ofertando cambios de automóvil, de casa, de planes de telefonía móvil. Jesucristo no promete cambiar lo exterior y ajeno, ni seduce con ofertones de artefactos y placeres de bajo costo. Urge, exige: "¡Conviértanse!". Inteligencia superior: los cambios legales y estructurales son ilusorios si no cambia la persona que vivirá bajo esas leyes y animará esas estructuras. Y el facilismo adulador, eximente de todo esfuerzo y prometedor de gratuitos paraísos terrenales, termina formando idólatras con alma y cuerpo de esclavos.

El cambio interior y personalísimo exigido por Jesús asume las tres coordenadas del racionalismo aristotélico: cambio en la manera de pensar y hablar (Lógos); cambio en la manera de sentir y amar (Páthos); cambio en la manera de obrar (Éthos). La mente, el corazón y las manos integran así una armoniosa sinfonía, cuyo tema central, incesantemente reiterado y urgido, conjuga en imperativo el verbo más melodioso y bello del lenguaje humano: “Amarás”

Voluntad y deseo de amar cambian el obsoleto hábito de pensar y hablar dialécticamente: el otro es un enemigo a destruir. En Jesucristo-Amor se capacita el hombre para superar todos los muros erigidos en modo tan artificial como inútil y perjudicial. El otro, quienquiera que sea y comoquiera que se vista, hable y actúe, es un miembro de la única familia humana: hijo de Dios y por consiguiente hermano mío y de todos. Por cada uno de esos hombres-hermanos se pagó, como rescate, el precio de la sangre de un Dios.

Percibida por la razón esta universal fraternidad, cuyo fundamento no es la pertenencia a una clase social sino la común filiación divina, se abre la puerta a una nueva manera de sentir al otro. El otro deja de ser un extraño, sospechoso, rival, cuestionador de mis creencias e intereses. El otro es hermano, vale decir, mi otro yo, eso es lo que significa frater, brother o Bruder. Lo es, y así lo percibo fácilmente, cuando sus atributos me son gratos y concuerdan con mi concepción de la vida. Lo es, y a título especial, cuando abunda en carencias disgustantes y expele el hedor a veces nauseabundo de la miseria, corporal o espiritual. Entonces se convierte él, y me exige a mí convertirme en su “prójimo”, el más próximo a él. Mi Éthos de levita o sacerdote, preocupado ante todo de conservar mi pureza legal y el dominio de mi patrimonio, calendario y agenda, se convierte en el Éthos del Buen Samaritano: mi patrimonio, calendario y agenda están en modo misericordia.

La Cuaresma existe para recordar y urgir, mediante oración, ayuno y limosna, este imperativo móvil: “¡Pórtate a Jesucristo”!.

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