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Cristiano

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 9 de septiembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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Según el Diccionario, cristiano es el que profesa la fe de Cristo. Etimológicamente significa estar ungido, como Cristo, por el Espíritu de Dios. El apelativo “cristiano” no lo inventaron los discípulos de Cristo, que preferían llamarse fieles, creyentes, hermanos, miembros del Camino, sino las autoridades romanas, entendiendo designar un partido político del mundo judío integrado por adherentes a “Xrestós”. Ello ocurrió en Antioquía, el año 43. Los primeros cristianos atesoraban y honraban con su conducta hasta tal punto ese “Nombre que está sobre todo nombre, ante el cual toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR” (Filipenses 2,9), que desobedecían la prohibición de predicarlo, y cuando los azotaban se alegraban de haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre (Hechos 5,41). Conminados por el Sanedrín a justificar con qué autoridad sanaban a lisiados de nacimiento, no titubeaban en confesar: “por el nombre de Jesucristo, y por ningún otro nombre. Porque no hay bajo el cielo otro nombre por el que debamos salvarnos” (Hechos 4,12). Pablo supo, desde su conversión a Cristo, todo lo que, más que hacer tendría que padecer por su Nombre (Hechos 9,16). Y Pedro rogaba para que los cristianos no tuvieran que sufrir por ser criminales o ladrones, sino por ser cristianos, y en tal caso, lejos de avergonzarse, dieran gloria a Dios por llevar ese nombre (1ª de Pedro 4, 16).

Tan sagrado y consecuente respeto por su Nombre logró que tempranamente los cristianos se ganaran la admiración y el elogio de su entorno judío y pagano, y creciera inconteniblemente el número de los que adherían a esa fe. El imperio romano la prohibió como culto idolátrico y castigó el ser cristiano con pena de muerte. Centenares de miles fueron arrojados a las fieras del Circo para obligarlos a renegar: y no fueron vencidos. 43 jóvenes desafiaron la prohibición imperial de celebrar Misa en el Día del Señor: “porque está mandado, y porque sin esta celebración dominical no podemos vivir”. El prefecto romano los condenó a muerte.

Este tomar radicalmente en serio su nombre de cristianos les valió poder llamarse con justicia, hacia fines del siglo II, “alma del mundo” (epístola a Diogneto). Nadie desmintió su autodescripción: “sólo se diferencian por su tenor de vida admirable, increíble. Obedecen las leyes y las superan. Aman a todos, y todos los persiguen. Son pobres y enriquecen a muchos. Son maldecidos y bendicen. Como todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben”. Dejaron marca registrada: el mundo cifraría su historia en un antes y después de Cristo. Y rezan hace siglos: “Concede, oh Dios, a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este Nombre, y cumplir cuanto en él se significa”.

Son el 90% de los chilenos.

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