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Cuando los genios fallan

Francisco Errandonea gerente general Santander Corredores de Bolsa

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A principios del siglo XVIII, con el Acta de la Unión (1707) se funda formalmente el Reino Unido de la Gran Bretaña, que junta a Inglaterra y su vecino del norte, Escocia. Si bien ambos países ya llevaban un siglo bajo un mismo rey, mantenían instituciones separadas. Pero no eran tiempos simples: Europa era un lugar convulsionado y Reino Unido un jugador protagónico de las luchas por la hegemonía regional de las distintas potencias del viejo continente. El financiamiento de los conflictos bélicos lo habían dejado con un problema fiscal de difícil solución, lo que junto a problemas internos entre liberales y conservadores, llevaron a las autoridades a buscar soluciones alternativas para pagar la deuda existente. Una de esas fue la creación en 1711 de la South Sea Company, compañía privada que adquirió parte de la deuda británica, a cambio de acciones, a la que además se le dio el derecho monopólico sobre el comercio con América del Sur.

En paralelo, el continente estaba inmerso dentro de una revolución científica y cultural, que hoy conocemos como Ilustración, siendo Isaac Newton uno de sus más insignes representantes, al punto que algunos lo reconocen como uno de los mayores genios de la historia. Sin sus aportes el mundo sería muy distinto al que conocemos, y algunas carreras universitarias serían significativamente más cortas y menos útiles.

De acuerdo al libro “Newton y el falsificador”, de Thomas Levenson, el genio inglés habría sido uno de los primeros inversionistas de la South Sea Company, entrando en 1713 y manteniendo una cantidad considerable de acciones. Sin embargo, los tiempos para la South Sea Company no fueron fáciles, los tratados de Utrecht-Rastatt (firmados entre 1713 y 1715) formalizaron el fin de la Guerra de Sucesión española, y establecieron que los derechos comerciales británicos sobre el sur de nuestro continente quedaran suscritos a un derecho para el comercio de esclavos, junto con un modesto espacio para la venta de artículos británicos. El negocio no era rentable y no lograba sostener las perspectivas de crecimiento que alguna vez la empresa podría haber tenido.

Al mismo tiempo, la South Sea Company seguía acumulando deuda. En 1719 la empresa poseía cerca de £ 12 millones de deuda del gobierno, algo así como

US$ 2.500 millones en moneda actual. El riesgo financiero iba creciendo y las perspectivas de su negocio eran modestas, así que accionistas y miembros de la administración empezaron una campaña bastante agresiva sobre el espectacular futuro que tendría el negocio comercial con el sur del mundo, y eso empezó a reflejarse en el precio de la acción, que subió desde £ 128 en enero de 1720 hasta £ 300 en marzo. En ese momento, Newton decidió vender su posición, multiplicando su inversión original. Sin embargo, la acción siguió el ritmo de los rumores de futuras ganancias, superando £ 700 en julio de 1720. Cerca de ese momento, y al ver a muchos de sus conocidos enriquecerse con esta inversión, Newton vuelve a invertir, a un precio cercano a £ 800. La acción en un mes ya estaba en

£ 1.000, pero inevitablemente la burbuja estalló. La diferencia entre ingresos reales y perspectivas se hizo evidente y en un par de semanas volvió a sus niveles originales. Newton logró vender, pero perdió £ 20.000 libras, algo así como

US$ 4 millones en moneda actual. Una cifra considerable, teniendo en cuenta que a su muerte, en 1727, se estima que su patrimonio habría sido de £ 30.000. Sobre este evento se le atribuye la frase “Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente”.

Frente a ejemplos como el descrito, queda en evidencia que si uno analiza qué separa a los grandes inversionistas del resto, nos podemos dar cuenta de que no solo se trata de tener una capacidad analítica extraordinaria -como la que definitivamente tenía Newton-, sino que de poseer una habilidad de controlar las emociones y una disciplina de inversión que les permite aislarse de la media, especialmente en momentos de histeria y pesimismo. Si el problema de la inversión fuera netamente matemático, claramente habrían muchos más millonarios en bolsa de los que realmente existen.

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