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Después de 100 años, éxito y peligro para los comunistas de China

FT View © 2021 The Financial Times Ltd.

Por: FT View © 2021 The Financial Times Ltd. | Publicado: Viernes 2 de julio de 2021 a las 04:00 hrs.
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El surgimiento de China durante las últimas cuatro décadas se ha categorizado como el auge económico más grande y de mayor duración de la historia mundial. Ha sacado a más de 770 millones de personas de la pobreza y ha transformado la economía china en una potencia de alta tecnología que está en camino a eclipsar el tamaño de Estados Unidos.

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Esta transformación es el logro histórico del Partido Comunista de China (PCCh), que celebró su centenario ayer. El aniversario es un momento para que Occidente reflexione sobre cómo ayudó a permitir el ascenso de China.

Desde que comenzaron las reformas a fines de la década de 1970, las naciones occidentales primero abrieron sus mercados a las exportaciones de China y luego los mantuvieron ampliamente abiertos a pesar del progresivo enfriamiento de las relaciones políticas. Las multinacionales invirtieron cientos de miles de millones de dólares estadounidenses en la economía de China, contribuyendo enormemente a su modernización.

Esta simbiosis ha sido la piedra angular de la prosperidad mundial. En los últimos años, China ha impulsado aproximadamente una quinta parte del crecimiento del PIB mundial, superando la contribución de EEUU por un amplio margen.

Pero también es motivo de recelo. China bajo Xi Jinping, quien es simultáneamente Presidente estatal y jefe del PCCh y del Ejército de Liberación Popular, se ha transformado en un régimen autoritario intransigente. Esto plantea inquietantes preguntas sobre la trayectoria de sus relaciones con Occidente y su propia estabilidad.

Xi ha revertido varios controles y equilibrios sobre el poder del PCCh instituidos por Deng Xiaoping, el padre de la era de reformas de China. Ha abolido los límites del mandato presidencial, convirtiéndose en el primer líder desde Mao Zedong en gobernar hasta su muerte. También muestra escasa consideración por el principio de “liderazgo colectivo” que defendieron Deng y sus sucesores, y no parece estar preparando a un sucesor.

Los peligros de deshacerse de estas reformas políticas de la era Deng van mucho más allá de las preocupaciones occidentales sobre los derechos humanos. La trágica falla del gobierno del PCCh, demostrada por los disturbios y la terrible pérdida de vidas en los 30 años posteriores a la revolución de 1949, es que concentrar la autoridad en un solo hombre puede llevar a despiadadas luchas de poder, especialmente en tiempos de sucesión política. Mientras tanto, la falta de debate en los círculos políticos puede prolongar y exacerbar los errores. La imposición el año pasado de una Ley de Seguridad Nacional en Hong Kong, por ejemplo, señala la brecha en valores entre China y Occidente.

El liderazgo del PCCh debería reflejar que China debe su éxito económico sobre todo a las reformas del libre mercado y los controles y equilibrios políticos que las reforzaron. En lugar de demonizar a Occidente, Beijing debería reconocer el papel habilitador de los países occidentales en su ascenso.

Las potencias estadounidenses y europeas deberían celebrar los esfuerzos y éxitos de China, pero recordar que sus logros se han construido sobre un edificio político que sufrió reveses catastróficos en un pasado no muy lejano. El enfoque más sabio es dejar a un lado la relación esperanzada y en gran parte acrítica de las primeras décadas de reforma, y establecer una política que combine el compromiso económico limitado, la resistencia contra las campañas de influencia del PCCh y una disciplinada preparación estratégica.

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